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lunes, 17 de julio de 2017

Un Sueño con 4 Patas Cap. 7





CAPÍTULO 7

“CUANDO MENOS TE LO ESPERAS, SALTA LA LIEBRE”



La amiga de la señora Amalia vivía a tan sólo siete paradas de metro y muy cerca de la estación. En una casa, una casa sola en medio de dos bloques de pisos. Parecía muy antigua, tenía un portal de rejas de hierro forjado y un llamador en forma de mano. Por un momento Daniel tuvo miedo, aquella puerta le recordaba las de las casas encantadas de las películas de brujas, miró a la señora Amalia, no tenía cara de bruja. Una mujer les abrió la puerta y les acompañó hasta la sala donde estaba la amiga de la señora Amalia.
Era mucho más mayor, tenía el pelo de un blanco resplandeciente recogido en un moño. Tenía muchísimas más arrugas que la señora Amalia y la boca aunque cerrada dibujaba una sonrisa. Al acercarse Daniel vio que tenía los ojos completamente blancos, esto lo inquietó, nunca había visto a nadie con cataratas.
-Buenas tardes Ángela, he traído al niño del que te hablé, el que me hace de jardinero.
-Hola –dijo Daniel.
-Pasad, pasad, Manuela ¿podrías preparar té y unas pastas?- la señora que les había abierto la puerta salió de la habitación- ¿Cuál era tu nombre pequeño?
-Daniel señora.
-Qué educado, puedes llamarme Ángela, eso de señora no me ha gustado nunca, ¿Cuál es el té que más te gusta?
-Pues no lo sé, creo que no he bebido nunca té.
-Claro, siempre se me olvida que aquí los niños no toman té. Viví muchos años en Inglaterra y allí todos beben té. Hace tanto que no salgo de la casa que a veces creo estar viviendo aún allí. Y a Amalia sí le gusta el té. Bueno unas pastas sí comerás ¿Verdad?
-Soy celíaco y no puedo comer cosas hechas con harina de trigo, ni avena, ni cebada, ni centeno.
-¡Vaya! Sí que me lo pones difícil, ¿unas galletas de arroz?
-Sí muchas gracias.
La señora Manuela trajo una bandeja con una bonita tetera de porcelana y unas tazas, un plato con pastas de té y una lata en la que había dibujado un dragón chino.
-Manuela, por favor, puedes traer galletas de arroz para mi invitado y zumo, ¿Qué zumo te gusta más?
-El de piña –contestó Daniel.
-Y un vaso bien grande de zumo de piña. Amalia sirves el té para nosotras por favor. Muy bien, así que estás ahorrando para comprarte un caballo Daniel.
-Sí señora Ángela.
-Por favor, no me llames señora, sólo Ángela. ¿Cuántos años tienes?
-Nueve, pero en febrero cumpliré diez.
-Y con nueve años te has puesto a trabajar para comprarte un caballo, hace mucho que no oía algo así, ahora a los niños les gustan otras cosas, esas maquinitas que hacen ruido, según parece son estupendas.
-No están mal cuando llueve o cuando vas en coche, pero al final te aburres un poco.
-Yo de joven trabajé en los establos de Lord Lancaster y créeme, cuidar un caballo es cansado. Hay que entrenarlos, cepillarlos, vigilar mucho la alimentación, controles veterinarios, exhibiciones. Sí era duro, ya lo creo, pero tuvimos un montón de premios.
-Pero yo no quiero a Petit para concursar.
-¿A no, entonces para qué lo quieres?
-Para que sea mi amigo, bueno a lo mejor lo podré montar si se recupera.
-¿Está enfermo?
-Está muy flaco, la señora del refugio me dijo un nombre muy raro de lo que tiene, pero no me acuerdo.
-Esta sí que es buena, un niño que trabaja para comprar un caballo enfermo y que seguramente será viejo. ¿Cuánto te han pedido?
-Doscientos cincuenta euros.
-Bueno al menos es barato ¿Está en un refugio has dicho? Cómo cambian las cosas. Bueno tomemos el té antes de que se enfríe.
Se quedaron con la señora una hora más. Cuando sonaron las seis y media la señora Ángela pidió a Manuela algo en voz baja, ésta salió de la sala y al rato trajo un gran bulto.
-Daniel, me pareces un buen chico y te voy a hacer un regalo, Manuela ha traído algo del desván, es la cesta de arreos, no creo que te sirva de mucho lo que hay dentro, debe de estar pasado, pero la cesta es del mejor mimbre del mundo, no como el de ahora que se rompe con el más ligero golpe, cógela.
 Daniel cogió la cesta que le tendía la señora Manuela, era muy grande, podría haber llevado en ella un perro de raza pequeña, dentro había toda clase de cepillos, un par de herramientas para limpiar los cascos, una lata grande de grasa de caballo, un bote de aceite para cascos, una caja llena de tiras de colores, trapos de diferente tejido y una medalla de papel. Ángela le explicó para qué servía cada una de las cosas y le pidió que le dejara la medalla, era la que había ganado con su primer caballo y le tenía mucho cariño. Además de la cesta le regaló un ronzal de cuero, una cuerda de metro y medio, una manta de montar y una gualdrapa de algodón de color violeta en el que había bordado un escudo.
-Es mi pequeña contribución a tu causa, seguro que te será muy útil y por último, Manuela por favor, trae el libro. Tendrás que estudiar un poco para aprender a cuidar a tu caballo como es debido, son animales fuertes, pero también delicados ¿Sabías que al no poder vomitar pueden morir de un cólico? La de caballos que he visto perderse por algo tan tonto.
El libro era muy, muy grande y gordo. Daniel no sabía cómo iba a poder llevar todo aquello en el metro. Pero al momento la señora Manuela dijo que el taxi les estaba esperando. Al llegar a su portal Daniel le pidió a su madre que bajara a ayudarle.

Aquella noche Daniel soñó que galopaba con Petit, llevaba la gualdrapa de color violeta y él iba vestido de caballero. Julia llevaba un vestido de princesa y leía un libro enorme. Cuando se acercó a ella dejó de leer y le dijo si quería pastel, que era de arroz y entonces vieron que Petit se estaba comiendo el pastel que ahora era un montón de heno y se ponían a reír. Cuando se despertó miró la cuadrícula, estaba casi a la mitad y aún le quedaban muchos días. Lo conseguiría, trabajaría mucho y tendría su caballo.

martes, 4 de julio de 2017

Un Sueño con 4 Patas Cap. 6



CAPÍTULO 6

“POCO A POCO, MONTONCITO EN EL RECODO”



El lunes colorearon las casillas que ya tenían, noventa y cinco. Daniel nunca había tenido tanto dinero en la hucha. Calcularon lo que les faltaba. Ciento cincuenta y cinco euros. Aún tenían mucho tiempo, pero Daniel estaba bastante preocupado, Pol le había hecho otra división y le había dicho que con lo que tenían, si querían reunir el dinero necesitaban ganar veinticuatro euros cada semana. Con lo que ganaba en casa y limpiando el jardín de la señora Amalia sólo conseguía cinco euros, necesitaba conseguir al menos otros cinco. Julia le propuso otra idea de esas que sólo se les ocurren a las hijas de los bibliotecarios.
-Podríamos hacer puntos de libro y venderlos, a un euro.
-¿A quién se los vendemos?
-A los padres del cole, en el parque. Los hacemos de cartulina con dibujos bien chulos.
La idea era buena, esta vez Daniel fue a casa de Julia y se pasaron lo que les quedó de tarde, tras hacer los deberes, decorando cartulinas. La madre de Julia las cortó con la guillotina y quedaron muy bien. La venta no fue como esperaban, sólo vendieron tres de las veinte que habían hecho. Esa semana pudieron reunir trece euros.
Aquel fin de semana los padres de Daniel se iban de escapada así que él se quedaba con la tía Lola. Inesperadamente se presentó la tía Noemí, traía una caja llena de material para manualidades, se la había regalado una de las clientas a las que hacía la manicura, que la había heredado de su abuela, que tenía una tienda de manualidades. Como no sabía qué hacer con ella se la regaló a Daniel.
Lo que más había eran bolsas de abalorios de todos los colores. Daniel pensó que tal vez podía hacer collares y pulseras y venderlas, seguro que era mejor que los puntos de libros. Como él no sabía hacer collares le pidió ayuda a la tía Lola.
-No sé si me acordaré de cómo se hacen, recuerdo que tenía un pequeño telar indio y tal vez guarde algún libro, pero hacer pulseras no es fácil, se necesita mucha paciencia.
-Puedo probar, si no me sale pues ya pensaré otra cosa.
Efectivamente, Daniel no tenía mucha maña en hacer aquello y Julia tampoco, así que los abalorios se quedaron en la caja. La señora Amalia les preparó un pastel de chocolate, cuando Daniel le dijo que no podía comerlo porque estaba hecho con harina de trigo y él era celíaco y no podía comer harina de trigo, la señora le propuso que lo vendiera por trozos en el colegio.
Al día siguiente vendieron cada trozo por un euro y antes de que acabase el recreo habían ganado diez euros.
-Si la señora Amalia te regalase un pastel cada semana tardaríamos muy poco en conseguir lo que nos falta –comentó Julia.
-A lo mejor lo podríamos hacer nosotros.
-Mi madre no creo que me deje utilizar el horno y no sé hacer pasteles.
-¿Y si miras algún libro?
-Mi padre dice que a cocinar bien no se aprende en ningún libro, a mejorar tus recetas sí, pero que si no tienes el don de la cuchara por mucho que leas no lo tendrás.
El recreo se terminó y volvieron a clase. Aquella tarde nadie se quedó en el parque porque se puso a llover.
El frío era cada vez más intenso y a Daniel se le quedaban las manos heladas cuando quitaba las malas hierbas, ahora crecían muy poco y esto lo preocupó, sin hierbas que arrancar se quedaría sin trabajo. Ya comenzaba a estar un poco cansado de pensar siempre maneras de ganar dinero y una sensación como de tristeza comenzó a rondarle por el corazón y con esta sensación las dudas. ¿Podría conseguir el dinero? ¿Valía la pena tanto esfuerzo? ¿Era normal en un niño de su edad trabajar de ese modo?
Al día siguiente la señora Amalia les esperaba en el portal, se lo quedó mirando un momento
-¿Algo va mal? Tienes cara de pena.
-No, sólo estoy un poco cansado.
-Bueno, pues pensaba pedirte un favor, pero si estás cansado lo dejaré para otro día.
-No se preocupe, ¿Qué es?
-Pues si me acompañabas a casa de una amiga, hay que ir en metro y me da un poco de susto, además me hago un lío con los billetes, pero como tú eres tan espabilado.
-Tengo que hacer los deberes.
-Pues si cuando acabes los deberes no es muy tarde y tu madre te deja, baja a avisarme.
-Si los acaba pronto puede ir –dijo su madre que bajaba a la calle en aquel momento.

Daniel hizo los deberes en un plim, por suerte eran muy pocos, y bajó a buscar a la vecina. La ayudó con la máquina de los billetes y la llevó a los ascensores, para que no tuviera que bajar las escaleras.