Antes de nada quiero agradecer a todos los que habéis colaborado con Auxilio Animal
GRACIAS!!
Para celebrar mi fiesta favorita este año he decidido escribir un cuento de San Jorge al estilo de la obra de teatro "La Venganza de Don Mendo", para disfrute y solaz del lector, que en los tiempos que corren agradables son...
A Frederic Caralt,
gran persona, buen actor y mejor director!!
DE LOS HECHOS ASOMBROSOS QUE
ACAECIERON EN LA VILLA DE MONTE BLANCO Y DE CÓMO LA PRINCESA URDIÓ LA
ELIMINACIÓN DE SU PROMETIDO.
Explica la historia que érase
que se era, en la hermosa villa de Monte Blanco, un benévolo rey llamado Georgos que vivía con
su reina la hermosa Jordina. Padres eran de una princesa, por una vez no hermosa, pero sí muy
atrevida, descarada y divertida.
Contaba la joven dieciocho
años, cuando decidieron prometerla en matrimonio. Era el elegido un príncipe
extranjero, el menor nacido, sin derecho a tierras ni sucesión al trono, que
vivía confinado en un convento; así que a pesar de no encontrar atractiva a la
muchacha, sintiose afortunado ante la perspectiva de heredar hacienda y
dineros.
Llegó el muchacho sobre un
blanquísimo palafrén, prestado por un amigo del convento, dispuesto a eclipsar
a la joven. Habíase ataviado con una armadura heredada del abuelo, que había
bruñido con esmero, a fin de que, con su refulgir, quedaran ocultas las rallas
y abolladuras (abro aquí un inciso para explicar que este joven, por su extraña
afición a la floricultura, en especial a la familia rosácea, habíase ganado la
enemistad de la familia, guerreros todos hasta los tuétanos, quedando fuera del
testamento. Concretado esto, entenderán ustedes el gran interés que tenía en el
casorio con dicha heredera) entró al castillo pendón en
mano y apeose del caballo en el patio de armas. Entregando el trapo de su casa
a un paje, arrodillose ante su futura esposa y pidiola en matrimonio. La
muchacha, ante la presión de padres y pueblo, aceptó la propuesta y quedó
establecido que las nupcias se celebrarían con la siguiente luna llena.
Mas a la noche siguiente una
terrible plaga comenzó a azotar la villa de Monte Blanco. Gentes aseguraban
haber visto la más horrible de las bestias destrozando los cultivos. Otros
vinieron, entrados en gran pánico, explicando como el monstruo había devorado
sus rebaños por entero. Cada día se cometía una nueva fechoría y tras una
semana entera de infortunio tras infortunio, tomó el rey de Monte Blanco la
decisión de enviar un paladín que pusiere fin a las desgracias.
Cómo era un rey bastante justo
y benévolo dejó la tarea de señalar al voluntario a merced de la Providencia.
De modo que mandó a todos los caballeros escribir su nombre en un pequeño
pliego e introducirlo después en una urna opaca, reservada para la ocasión.
Designaron al más párvulo de los infantes del castillo cual mano inocente,
recayendo la tarea en la hija menor del cocinero, que contaba a la sazón con
tres primaveras. Hundió la chiquilla la mano en aquel mar de papel y sacando
dos a la vez, dejó caer uno y el que quedó fue llevado por la misma princesa a
las manos de su padre.
Con la hermosa caligrafía que
se aprende en los conventos, el nombre de Xurxo Rogelio de Flor y Esgueva
mostrose al pueblo. Era este el nombre del futuro rey de Monte Blanco, el
prometido de la princesa.
Dio un paso al frente el
señalado por la fortuna, blanco cual la cera, atragantado por la emoción, y
sudando a mares. Prometió ante todos salir aquella misma noche y enfrentar al
monstruo. Dejando su honor en prenda y jurando no volver a pisar Monte Blanco
si fracasaba en la empresa. Montó el blanco palafrén prestado, saludó a la
corte al completo y cruzando el foso marchó a trote ligero en busca de la
gloria o el infortunio.
Internose en el bosquecillo
que circundaba el castillo de la villa. Una vez comprobado que nadie podía
saber de su camino, hace girar grupas al corcel y toma la dirección que lleva a
las montañas. Una vez en la encrucijada de caminos, baja del caballo y
quitándole las riendas lo insta a volver a su cuadra. El caballo, animal de
inteligencia singular, no se hace de rogar y toma el camino de retorno al
convento. Una vez tranquilo Xurxo, al saber que el animal estará a salvo,
decide instalarse en la alta cima de la Montaña Blanca y en adelante vivir cual
ermitaño.
Levantose nuevamente el sol al
día siguiente, trayendo con él testimonio de nuevas catástrofes cometidas por
el monstruo. Y cual ave tempranera aparece éste sobrevolando el castillo y con
voz tonante lanza el siguiente desafío: “Pueblo
de Monte Blanco, de nada os servirá enviar caballeros ni soldados, pues con un
pequeño soplido de mi aliento de fuego en polvo los convierto. Si queréis que
deje vuestras tierras tendréis que entregarme de entre vuestras hijas una
doncella. Que venga mañana con la salida del sol, o sea vuestra villa por
completo destruida”.
Se aleja la criatura dejando a
su paso un insoportable hedor. Queda en pueblo consternado y el rey, que como
antes se comentó era bastante justo y benévolo, saca de nuevo la opaca urna y
con gran pesar obliga a todo padre a escribir el nombre de sus hijas doncellas
e introducirlos en ella. Es, en esta ocasión, la más anciana de las manos la
que ha de extraer la fatal sentencia. La nodriza de la reina, que cuenta con
noventa y un inviernos, mete la mano en la urna y toma uno sólo de los pliegos.
Más tan débil ésta se encuentra, que le cae el papel al suelo y la princesa lo
toma y lleva a su padre.
Gran pasmo es para el rey ver
escrito, con su caligrafía perfecta, el nombre de Clara Edmonda Ermessenda. Queda
sin habla e inmóvil, cual estatua de mármol, incapaz de entender cómo ha llegado
este nombre, que él no ha escrito, hasta su mano. Más el pueblo espera que dé
la vuelta al papel y así lo hace. Un clamor consternado surge de la
concurrencia. Es la princesa la víctima que la Providencia a escogido. Lívida
queda ella ante el hecho, pero dando ejemplo de abnegación, se cambia el
vestido y al alba se despide de su pueblo y sin el menor rastro de temor cruza
el foso, internándose lentamente en el bosque.
Y mientras todo esto acontece
Xurxo, que al no saber orientarse ha errado el camino, llega a una gran cueva.
Quédase asombrado ante la maravilla que a sus ojos se ofrece, pues cual
alfombra multicolor, está por completo sembrada la entrada de pequeñas rosas,
jamás vistas antes por él. Y el demonio de la imprudencia nubla su vista y
adormece su precaución. Intérnase el joven en la gruta siguiendo los rosales,
admirando sus peculiares formas y colores, tomando muestras de semillas y
pétalos. Tan inmerso está en la tarea que no se percata de los grandes ojos que
lo esperan al final del túnel.
En un claro del bosque, reclinada
sobre la verde hierba, resignada aguarda la princesa su fatal destino. Otea el
cielo y sabe, por la posición del sol, que el mediodía está pronto. Un relincho
rasga el silencio. Aparece por el norte un caballero ataviado de blanca librea,
con una bermeja cruz que parte en cuatro cuartos el albo fondo de su sobreveste.
Acércasele el joven y sonriente la saluda. Desmonta de su caballo y con gentil
acento extranjero se presenta por nombre y apellido, saca de su pecho un fajo
de cartas que la princesa conoce al instante, pues fue su propia mano la que
las escribió, y faltando a toda norma de pudor y recato abraza al caballero,
devolviendo éste primero el abrazo y besándola luego. Montan el blanco corcel
la pareja de enamorados, partiendo hacia la cueva de la Montaña Blanca.
Y hete aquí que en la cueva
tenemos a Xurxo, absorto en el objeto de su pasión floral, desprevenido
totalmente, mientras la fiera lo observa oculto en la oscuridad. Mas algo se ha
oído, un ruido semejante a la respiración de una lechuza, pero como si ésta
fuera gigante. Gírase el chico y ante él ve dos grandes ojos que a la oscuridad
dan rostro. Los ojos se acercan y es entonces cuando Xurxo entiende que directo
al cubil del monstruo ha llegado. Abraza las rosas en un vano intento de
protegerlas, y encomendando su alma al cielo cierra los ojos, con la intención
de que sea la visión de las rosas su último recuerdo de este mundo.
No es el dolor de los
colmillos lacerando la carne lo que siente el joven, sino el tirón delicado con
el que le arrebatan las flores que en la entrada había recogido. Abre los ojos,
y con una sonrisa amistosa le pregunta la fiera si le gustan sus rosas. Tras esta
pregunta del todo inconcebible, comprende el muchacho que, por el momento, se
halla fuera de peligro.
Invítale el dragón a entrar en
su pequeña biblioteca, que con esmero cuida en uno de los rincones de su casa.
Pide Xurxo poder quitarse las calzas, que sin querer a mojado. Le dice el dragón
que sus piernas separe un tanto y con un leve soplido se las seca en el acto.
Tras esto, siéntanse los dos sobre una limpia y mullida alfombra de lana.
Ofrécele el anfitrión un ligero refrigerio de frutas silvestres acompañadas de
una infusión de hierbas aromáticas. Y tras concluir las fórmulas básicas de la
hospitalidad, expone el dragón ciertas preguntas sobre flores. Responde el
muchacho, con gran erudición, a cada una de ellas, y es de ese modo que ambos
sucumben al encantamiento del mundo natural y por horas olvidan al resto del
mundo.
Llega la pareja de enamorados
por fin a la cueva. Entra la princesa con total confianza, mas se alterar al
escuchar que su escamado amigo está discutiendo con otra persona. Se acerca con
precaución al lugar y encuéntrase a su prometido en enconada discusión sobre la
mejor manera de injertar la rosa blanca para que sea pluripétala. Advierte de
su presencia al dúo que al sentir su voz dan, ambos, un respingo. Hemos llegado pues al momento
en el que las cosas justo es que se aclaren:
Sucedió años atrás, que un día
en que la princesa paseaba por el bosque descubrió un campamento de mercaderes
ambulantes. Observó que en una minúscula y sucia jaula tenían los mercaderes
una extraña criatura. Tal era la tristeza de su mirada que la niña compró en el
acto al animal.
Llevóselo a sus habitaciones y
allí cuidolo hasta que su tamaño lo hizo imposible de ocultar. Trasladole en
una oscura noche a la cueva de la Montaña Blanca, lugar de juegos de la niña,
desconocido por sus padres y tutores; lugar a la sazón ya conocido por el
dragón. Quedose allí el animal, creciendo más y más. Al mostrar notables facultades para la
lectura y escritura no dudó la princesa en enseñarle todo cuanto ella aprendía.
El dragón alimentábase en exclusiva de vegetales, teniendo especial
predilección por las rosas, flor del que se hizo entusiasta cultivador.
Encontrándose la muchacha en
el castillo de verano, llegó como invitado el anciano duque Gorka de Capadocia.
Culto en la rama de la draconología y tras ver el interés que, todo lo referido
a esta raza, despertaba en la princesa le propuso mantener correspondencia con
el tercero de sus hijos, estudioso también de este extraordinario e
incomprendido animal. Hízolo así ella y lo que en un principio fue una educada
conversación sobre morfología y fisiología draconiana fue conviertiose poco a
poco en una personal e íntima confidencia. Tal pasión se llegaron a mostrar con
el ir y venir de las letras, que acordaron hablar con sus padres al respecto.
Más no dio tiempo a la carta del duque, en la que proponía la petición de mano
de la princesa, de llegar a Monte Blanco que ya los padres acordaban el
matrimonio con el desheredado.
Fue esta la razón de que, en el súmmum del
desespero, urdiese la princesa un maquiavélico plan para escapar de tan
desagradable destino. Pero quiso la desgracia, que Xurxo, en su afán de dejar
el convento, anticipara en una luna su llegada, trastornando por completo el
plan. Viose la princesa en la desagradable posición de hacer desaparecer al
prometido, así que marcha con presteza a buscar a su mascota y advertirle que
ha de comenzar su actuación antes de hora. Repasan el plan punto por punto, lo
pone al día de las novedades y una vez en todo de acuerdo vuelve la princesa al
castillo. Utilizando sus extraordinarias dotes de copista, imita con destreza
los trazos de su padre y de su prometido, al que a la sazón habíale pedido le
escribiera unas letras. A partir de este punto, ya les son conocidos los
detalles. Puntualizaré que la princesa, ducha en juegos de manos, cambió sin
que nadie lo advirtiera los pliegos que de la urna salieron para que estos
indicaran el nombre que ella requería.
De vuelta al punto en el que
inicié las aclaraciones, tienen ahora ante ustedes a los conjurados y la
víctima de sus manejos.
Como en justicia Xurxo precisa
de una reparación, por el atentado que contra su persona se ha urdido, propone
la princesa regalarle los cereales y animales que durante la semana de los
campos habían recogido (para dar credibilidad a la actuación del dragón) a los
que suma una dote vitalicia en monedas de oro, para que pueda comenzar una
nueva vida en algún país lejano. Tan solo ha de renunciar a su nombre y linaje.
Piénsalo Xurxo con
detenimiento y en ello no ve más que ventajas aceptando gustoso el
ofrecimiento. Más desea saber, de no haber él huido, cuál era el destino que se
le había reservado. Explicole el dragón que tenía preparada una poderosa loción
que de olerla los humanos pierden el sentido y de estar expuesto por largo
tiempo hace que se borren los recuerdos. Tras finalizado el lavado de cerebro
pensaban enviarlo a Capadocia y quedar al servicio del duque. Queda Xurxo
impresionado de la inventiva de la pareja y se siente afortunado de que la Providencia
le haya hecho obtener un final más apropiado y lucrativo.
Y con tanta aclaración al
atardecer se ha llegado. Es el momento de comenzar la última parte del plan. Se
despiden de Xurxo y el dragón los enamorados y, tras ensuciar ropas y caballo,
marchan de nuevo a Monte Blanco.
Desesperados encuéntranse las
gentes del castillo. Inquietos vigilan desde las azoteas. Algo atisban en la
lejanía. Un caballero de librea desconocida galopa hacia el castillo. Se para
ante la puerta y pide que bajen el foso pues él, Chorche de Capadocia, tercer hijo
del Duque de Capadocia, ha rescatado a la princesa de Monte Blanco tras cruenta
batalla con un dragón. Salen presurosos al reconocer a la princesa y con gran
alegría hacen entrar al desconocido.
El rey jubiloso agradece al
caballero su auxilio y lo conmina a pedir de él lo que desee. Ante todos ha
hablado y Chorche, sin vacilar, de la princesa pide la mano. Es de esta forma que
la pareja consiguió su objetivo.
Ya no me resta más que
despedirme de ustedes; antes, si me lo permiten, resumiré con brevedad lo que
aconteció desde aquel día: casose la pareja y vivieren felices, contose en
media docena su prole. Xurxo, con los dineros de la renta decidiose a viajar
por todo el mundo conocido, buscando por los países nuevas especies de rosas
que traía a la cueva de la Montaña Blanca, donde las cuidaba su ahora gran
amigo dragón. Juntos crearon hermosísimas especies de nuevas rosas, que una vez
al año llevaban a la feria del libro de Monte Blanco. Feria que instaurose poco
después de que Chorche de Capadocia asumiera la regencia de la villa.
Y con este
feliz final cocluyose mi tarea, la de narrar los asombrosos hechos acaecidos en
la villa de Monte Blanco y de cómo la princesa urdió la eliminación de su
prometido.
Ilustración de Sylvietta http://silvianieto.blogspot.com.es/ |
Como apunte informativo, aunque supongo que todos habéis entendido el juego de nombres, Georgos es el nombre de una divinidad íbera. Jordina es el femenino de Jordi, Jorge en catalán. Xurxo, Gorka y Chorches son las variantes de Jorge en gallego, euskera y aragonés. En asturiano es Xurde y también hay otra variante en euskera Jurgi.
Y por último, este Sant Jordi estaré contando cuentos y firmando libros en Barcelona, en la Rambla Catalunya esquina con C/Provença. Justo en la salida de los FFCC. Nos vemos!!