CAPÍTULO 3
“QUIEN TIENE UN AMIGO, TIENE UN TESORO”
Al día siguiente, durante la
acogida de la mañana Pol (que aunque era de quinto era su amigo) le ayudó con
las cuentas. Como era más mayor sabía más matemáticas y le explicó lo que era
un plan de objetivo.
-Tu objetivo es conseguir doscientos
cincuenta euros.
-Ahora son doscientos treinta
y cuatro.
-Bueno vale, pues ahora
divides esa cantidad por los días que te faltan hasta navidad.
-Setenta y tres días –le
puntualizó Daniel.
-Pues doscientos treinta y
cuatro dividido por setenta y tres –Pol hizo la cuenta, le llevó un ratito
porque era dividir por dos cifras- son tres coma dos, cero, cinco, bueno no es
exacta. Mira lo mejor es redondear como dice mi padre, tienes que conseguir
tres euros y cincuenta céntimos cada día.
-¿Y qué pasa si no los
consigo?
-Pues que no podrás reunir el
dinero.
Daniel comenzó a preocuparse
un poco, tres euros y cincuenta céntimos era mucho dinero ¿Cómo podría
conseguir tanto dinero cada día? Le dio las gracias a Pol y se guardó la hoja
con la división.
A la hora del recreo Julia le
dio una idea estupenda. Julia era una niña un poco rara, le gustaba muchísimo
leer, siempre estaba leyendo y cuando no leía llevaba el libro bajo el brazo.
Su padre era bibliotecario y su madre escritora. Una vez se había quedado en su
casa a pasar la tarde y en su habitación Julia tenía una estantería del suelo
al techo llena de libros, tal vez por eso Julia siempre tenía unas ideas muy
buenas.
-Vende los juguetes que ya no
quieras en el rastro.
-¿Eso se puede hacer?
-Pues claro, pero no tienen
que estar muy rotos. Yo una vez conseguí quince euros. Me compré una
enciclopedia de las cosas que no existen, fue una ganga, estaba nueva sólo el
forro se había descolorido.
-¿Y dónde es el rastro?
-En el parque, el primer
domingo del mes.
Daniel comenzó a pensar en los
juguetes que podía vender, al volver a clase comenzó a hacer una lista, pero al
entrar el profesor la tuvo que guardar.
Ese día no quiso quedarse en
el parque. Al llegar a casa se metió en su habitación y comenzó a sacar juguetes.
Su madre llamó a la puerta y entró. Se quedó pasmada al ver aquel revoltijo.
-¿Qué estás haciendo?
-Estoy separando los juguetes
que no quiero para venderlos en el rastro.
-¿Vas a vender tus juguetes?
-Si hace un montón que no
juego con ellos, lo único que hacen es estorbar y coger polvo, siempre lo
dices.
-Pues sí que me parece una
buena idea. ¿Y qué harás con el dinero?
-Es para Petit. Tengo que conseguir los doscientos treinta y cuatro euros
que me faltan.
-¿Tanto te gusta ese caballo?
-Sí.
La madre le dejó la merienda
en la mesita y se marchó. Daniel sólo salió de la habitación para pedirle a su
madre unas cajas donde guardar lo que vendería en el rastro.
Julia le hizo una nueva
proposición: que si le ayudaba a conseguir el dinero, le dejara visitar al
caballo. Daniel le dijo que no, no quería compartir su caballo con nadie, si
quería uno que lo adoptara.
-Apadriné a Brisa como regalo de cumpleaños, pero el
refugio está muy lejos y no puedo ir nunca.
-¿Te regalaron un caballo por
tu cumple?
-No, das dinero para que ella
viva en el refugio, cada mes doy diez euros, hay mucha más gente que lo hace y
entre todos pagan los gastos de Brisa,
pero no puedes llevártela.
-¿Y no te da rabia no poder
verla nunca?
-Un poco, por eso quiero
ayudarte, tu tía vive cerca y podrías invitarme algún fin de semana.
-Pero si me ayudas no podrás
dar dinero a Brisa.
-Yo no te voy a dar el dinero,
te voy a ayudar a conseguirlo, puedo hacerte un plan de trabajo y darte algunos
de mis libros para venderlos, ayudarte el día del rastro y cosas así.
-Vale ¡trato hecho!
Chocaron las manos para cerrar
el acuerdo y entonces Julia le dio un par de hojas escritas por delante y por
detrás.
-Es el plan de trabajo, lo
mejor es empezar hoy mismo.
El plan consistía en hacer un montón
de trabajos en casa: limpiar los zapatos, sacar la basura, limpiar los
cristales, pasar la aspiradora, separar la ropa sucia. Por hacer estas cosas
pedirían una semanada de cinco euros. También venderían todo lo que no
quisieran, juguetes, ropa, libros. Al acercarse la navidad cantarían
villancicos por la calle, esto no le hizo mucha gracia, así que lo tachó.
También podían cuidar mascotas, sacar a pasear perros y llevar libros a la
gente que no podía desplazarse a la biblioteca. Esto sólo se le podía ocurrir a
la hija de un bibliotecario, pensó Daniel. Guardó las hojas e intentó imaginar
la manera de decirle a su madre que le diera dinero por trabajar en casa.