CAPÍTULO 5
“A QUIEN MADRUGA, DIOS LE AYUDA”
La mañana del primer domingo
de noviembre era nublada y hacía frío. Mirar por la ventana fue lo primero que
hizo Daniel nada más levantarse; si llovía la gente no saldría de casa y él
necesitaba mucha gente para vender todo lo que habían reunido Julia y él. Miró
las nubes grises y sin saber porqué les pidió por favor que no llovieran, que
no llovieran hasta que hubiera vendido todo lo que tenían.
Recogieron a Julia en su casa
y llegaron al parque casi de los primeros, montaron el puesto utilizando la
mesa plegable de camping de los padres de Julia. La cubrieron con una tela de
colores y Daniel comenzó a amontonar cosas encima. Su madre les fue dejando las
cajas y luego, bien envuelta en una manta, se sentó en una silla plegable a
leer.
Hacia las doce el tiempo
seguía más o menos igual, pero al no llover la gente se decidió a salir y el
parque se fue llenando de posibles compradores. Las personas pasaban por
delante del puesto de Daniel y Julia, pero no les compraban nada. Daniel empezó
a desanimarse.
-Esto no sirve, nadie compra
nada.
-Pues la vez que yo vine vendí
todos los libros.
-A lo mejor a la gente de aquí
sólo le interesan los libros.
-Susana, la vecina del tercero,
también vendió casi todo lo que trajo.
-¿Y qué tenía?
-Pues juguetes usados, ropa,
collares y cosas de chicas mayores. ¡Mira es ella! ¡Susana, Susana! – Julia
salió corriendo del puesto tras una chica bastante mayor. Al momento la traía
de la mano-. Este es Daniel, necesitamos vender todo esto porque estamos
ahorrando para comprar un caballo.
-¿De verdad? Pues tal como
tenéis el género no creo que nadie os compre.
-¿El género? –preguntó Daniel
confundido.
-Se llama género a las cosas
que tenéis para vender, veo que tenéis muchas cosas, pero están muy mal
puestas, a la gente le gusta comprar en tiendas dónde todo esté bien arreglado.
En vez de tener todo junto haced grupos de cosas que se parezcan, los libros en
un lado, juguetes de madera en otro, los coches ponedlos todos en una caja y
sobre todo tendríais que marcar el precio -la chica miró divertida las caras de
preocupación de Daniel y Julia- la verdad es que hoy había quedado con una
amiga y me ha dado plantón, he venido por no quedarme en casa así que si
queréis os ayudo a montar la tienda.
-¡Sí, sí, por favor!
–respondieron los niños a la vez.
-Pero tendréis que hacer todo
lo que os diga e invitarme a un refresco.
-¡Vale!
Susana les dijo que dibujaran
en un cartón grande un caballo y al lado un termómetro enorme. Les hizo
recortar pequeñas cartulinas para poner los precios. Ordenaron las cosas de
manera que todo les quedó muy vistoso.
-Ahora uno tiene que ponerse
delante del puesto y con una bonita sonrisa decir a la gente que os compre, que
el dinero que recojáis es para ayudar a un caballo. El otro se queda al lado
del cartel y cada vez que alguien compre algo les dais las gracias muy alto, y
coloreáis un trocito del termómetro.
-Yo me pido colorear –dijo
Julia.
-¿Lo de decirle a la gente que
compre es como lo que hacían antes en los circos?-preguntó Daniel.
-Sí exactamente, pero en vez
de “pasen y vean”, di “compren, compren, es por una buena causa”. Como sois
niños a la gente le hará gracia.
La madre de Daniel se acercó a
mirar el puesto y al ver los precios se quedó pasmada, cogió uno de los
jarrones de porcelana que había llevado.
-¿Vais a vender esto por tres
euros? ¡Si costaron cuarenta! Y están nuevos, no han salido de la caja.
-Ya, pero hoy en día nadie
quiere cosas de porcelana, si queremos venderlos han de ser auténticas gangas –replicó
Susana.
-Y el caballo de madera costó
setenta, ¿Lo vas a vender por cinco euros?-le preguntó a su hijo.
-Mamá, que es para bebés. -Daniel
miró a su madre de manera suplicante.
-Supongo que es mejor venderlo
que volver a meterlo todo en el trastero- dijo resignada.
La madre se sentó en la silla
y volvió a leer. Julia se puso al lado del cartel y Daniel empezó a canturrear
el “compren, compren”. Al principio le daba mucha vergüenza pero cuando la
gente empezó a acercarse se le pasó y cantó cada vez más alto. Para su sorpresa
el efecto surtió de inmediato.
La gente se acercaba al puesto
y cuando Daniel les explicaba para qué reunían el dinero muchos les compraron
alguna cosa por simpatía. Un grupo de abuelas no dejaron escapar la ganga de
los jarrones. El caballo también encontró pronto comprador y hacia las tres de
la tarde lo habían vendido casi todo.
Susana les felicitó por su
éxito y volvió a su casa. Antes de que oscureciera se pusieron a recoger lo que
les quedaba, no les hizo falta más que una caja. Ese día habían conseguido
cincuenta euros.