CAPÍTULO 11
CONSUELO NOCTURNO
Larimar se hallaba
ensimismada con sus pensamientos, mientras limpiaba el cristal del ojo de buey.
Trataba de encontrar la manera más suave de dar las noticias a Lay: la muerte
de Maeve, que además de transportar la sal tenían que preparar el mapa
actualizado de la nebulosa de Faayum, con la indicación exacta de Hobrén, y si
ponerlo al día del intento de deserción de Opalena. Llamaron a la puerta de su
camarote, por el sonido era, precisamente, el Sr. Lay.
- Adelante Sr. Lay.
- Vengo a pedirte un
permiso especial de una semana para volver a Emmerald.
- ¿A Emmerald?
- Sí, si vamos a
recalar diez días en An-Dro no me necesitas.
- Siempre te necesito.
- No, para nada,
tenemos toda la burocracia al día y sólo hay que esperar los mapas, no tenemos
ningún otro asunto pendiente. Larimar, quiero el permiso, quiero ir a Emmerald
a visitar a Maeve -al oír el nombre a Larimar le cambió la cara, el hombre lo
notó al instante- está enferma y al parecer tú lo sabes.
- No, ya no está
enferma - abrió el cajón superior y sacó la carta de Capitanía, se la tendió a
Kuncita-.
El hombre la tubo que
leer dos veces para entenderla.
- No puede ser, no
puede ser. No puede ser. ¡Lo habría sentido, algo así lo habría sabido!
- Lo has sentido Lay,
con retraso - la capitana se le acercó más y le puso la mano sobre el hombro-
recuerda que has estado con Osasti hasta hace unas horas -Kuncita la miraba
anonadado- Lo siento Lay, lo siento mucho.
- ¿Cuanto hace que lo
sabes?
- Poco antes de la
cena, estaba esperando un momento tranquilo para decírtelo.
El hombre asintió un
par de veces, le devolvió la carta y se giró para salir, necesitaba aire fresco
desesperadamente. Larimar lo dejó irse, esperó un instante y también salió. Era
el momento de comunicarlo al resto de la tripulación. El segundo tardaría un
tiempo en volver a ser el de costumbre.
Kuncita fue a proa y
subiendo al bauprés se dejó caer sobre la red, si había un lugar donde estar a
solas y gritar a gusto era ese, y con la velocidad que llevaban el sonido se
confundía con el chocar del agua en los costados de la nave. Y allí Kuncita
Lay-Malone, natural de Eyre, Primer Oficial de Marina dejó ir la ira, la
frustración y la tristeza por la pérdida de una mujer a la que amaba, el enfado
contra sí mismo por haber estado ausente, la impotencia de no poder hacer nada
para revertir la situación y por último la aceptación.
El Sr. Refrany estaba al
timón, cuando vio salir a Kuncita a la cubierta, ir directo a proa y saltar a
la red. No le había hecho falta verle la cara para saber que estaba trastornado
de nuevo. Su primer impulso fue dejar el timón para ir con él, pero la certeza
de que Larimar aparecería pronto lo mantuvo en su puesto. La capitana, tal como
Roc había previsto, salió poco después y vino directa a él.
- Sr. Refrany ¿Lay está
en la red?
- Sí.
- Acabo de comunicarle
que Maeve ha muerto -el timonel asintió con la cabeza- voy a comunicarlo al
resto de la tripulación, para que estén al corriente.
El resto de la
tripulación se hallaba en la sala de estudio. Miss Egane estaba clasificando
partituras, quería comenzar a ensayar de inmediato. Los Uxiàn ya estaban
preparando parte de la escenografía. La Sra. Lotte les daba clase de protocolo
a los grumetes y John leía un libro con el Sr.
Eivioc a sus pies. La entrada de la capitana produjo una pausa en todas las
actividades, incluso el Sr. Eivioc
alzó las orejas.
- Aprovecho este
silencio para comunicaros que ayer falleció Maeve Vinchy, el Sr. Lay puede no
tener la jovialidad que acostumbra durante un tiempo, quería que supieran el
porqué. Es todo, sigan con sus ocupaciones. Buenas noches.
Diversos buenas noches
salieron alternados de las gargantas de la tripulación. Larimar salió de la
sala, el Sr. Eivioc se levantó y
salió tras ella. Ninguno de ellos pudo seguir con lo que estaba haciendo, así
que comenzando por la Sra. Lotte y los chicos, poco a poco todos volvieron a
sus camarotes.
Una vez más calmado
Kuncita se alzó hasta el bauprés y volvió a la cubierta. El viento había
amainado un tanto y La Marygalante se
deslizaba suavemente por el mar. Roc seguía al timón, el segundo intentó
calcular el rato que había estado en la red y si coincidiría con el cambio de
turno del timonel. Cómo no estaba seguro se decidió a preguntarle directamente.
- ¿Te queda mucha
guardia?
- No.
- ¿Te sustituye Egane?
- No, Corma.
- ¿Me dejarías acabarte
la guardia?
-Hoy sí - el hombre se
hizo a un lado dejando el paso libre a Kuncita, que cogió la rueda con una mano
y ocupo su lugar, una vez allí se hizo con el control completo del timón- el
joven para aferrar, y el viejo para el compás.
- Gracias Roc ¿Serías
tan amable de avisar a Corma de que le hago el turno?
- Por su puesto - el
timonel le puso una mano sobre el hombro y se lo apretó-Tras mala navegación,
el puerto sabe mejor- Roc le dio un ligera palmada en el hombro y lo dejó solo.
Larimar no dejaba de
dar vueltas en la hamaca. Procuraba dormir, pero no lo conseguía. Encendió la
lamparita y trató de leer, pero no era capaz de concentrarse. Finalmente
decidió salir a cubierta. No le extrañó encontrar a su segundo en el timón. Fue
a su lado.
- ¿Te apetece una taza
de té Lay?
- He vaciado el termo
hace un rato.
- Pues voy a preparar
más ¿Blanco o frutos rojos?
- Blanco, gracias.
La capitana tardó algo
más de lo acostumbrado en subir el termo lleno; traía también un platito tapado
con una servilleta. Llenó las tazas y le ofreció la suya al hombre. Éste tomó
un sorbo. Larimar le descubrió el platito y Kuncita cogió una bola energética.
- Si cubres el turno de
Corma es mejor que comas algo, tienes hasta el alba que vendrá a sustituirte
Hidie.
- Gracias.
Siguieron tomando el té
en silencio. Kuncita comió la segunda bola energética y comenzó a sentirse algo
más animado, aunque seguía sin apetecerle hablar, por lo que siguieron en
completo silencio. Observando el mar, las estrellas, oyendo en rítmico chocar
del agua en los costados de la nave.
El viento comenzó a
tomar fuerza a medida que pasaba el tiempo. Larimar se arrebujó en su capa.
Miró el cielo, por la posición de la luna faltaban unas dos horas para el
amanecer. Volvió a llenar las tazas de té, vaciando nuevamente el termo, por lo
que tras servirlo se fue a la cocina a llenarlo de nuevo. Al volver Kuncita
siguió con su mutismo. Larimar siguió acompañándolo un rato más, hasta que
empezó a sentir sueño.
- Creo que voy a dormir
un rato.
- Bien.
- ¿Hay algo que pueda
hacer para que te sientas mejor?
- No. Gracias.
- Buenas noches Lay.
- Buenas noches - Larimar cogió su taza y se encaminó a su
camarote.
- ¡Espera Larimar! Sí
hay algo que me gustaría que hicieras- la mujer volvió a su lado- Me encantaría
oír Botavara.
- ¿La canción de mi
madre?
- Sí, anda, cántamela.
- No tengo la voz de mi
madre.
- Ya lo sé, pero me
apetece mucho oírla. Por favor.
- Está
bien -Larimar tomó aire y comenzó a cantar bajito- " Tu nombre grabé, en
la botavara, para tenerte presente, cuando la vela izara. El nombre que leo,
todas las mañanas, el nombre del marino, que en mi corazón, echó el ancla. Ese
nombre con sus letras, que en las noches pronunciaba, el nombre que el rumbo
dirige, grabado en la botavara. Un nombre y un destino, grabado en la botavara,
para que todos sepan, quien es el marino, al que entregué mi ancla."
- ¿Cómo era aquella
canción de aquella cantante que le gustaba a tu madre?
- A mi madre le gustan
muchas otras cantantes.
- Pero era una muy
famosa, de un país muy lejano, que el estribillo era de las olas.
- ¡Ya sé! Ufff,... Esa
es para tener la voz de mi madre.
- Es igual, a mí me
gusta tu voz, además te has ofrecido a hacer que me sienta mejor.
- De acuerdo, tú lo has
querido: "Grabé tu nombre en mi barca, me hice por ti marinero, para
cruzar los mares, surcando los deseos..."
Tras aquella le
siguieron otras muchas canciones hasta que una tenue claridad comenzó a verse
en el este y Larimar aprovechó el final de la última canción para hacerle notar
a Kuncita que comenzaba a amanecer.
-En breve te sustituye
Hidie, por hoy se acabó el recital ¿De acuerdo?
- Totalmente, gracias
Larimar -la mujer le sonrió y se giró para irse- ¡Una última cosa, por favor! -
La capitana lo miró interrogante - Un abrazo.
Ereleig soñaba que
estaba ayudando a los Uxián con la escenografía. Lo que iba a ser un sencillo
escenario de candilejas se había convertido en un palacio de varias
habitaciones, que se elevaban y bajaban según la pieza que tocase Egane. De
fondo alguien cantaba. El chico no veía a la cantante, pero su voz le era muy
familiar. Los Uxián comenzaron a pedirle herramientas y cosas y él no podía
atender a la canción. En un momento le pareció reconocer la letra, si no estaba
errado era "El tuist de Monoliso", quiso cantar el estribillo y
entonces se despertó.
El chico se rió para
sus adentros recordando el sueño. Se dio la vuelta en la cama para volver a
dormir, aún era muy temprano. Cerró los ojos de nuevo y entonces lo oyó con
claridad. Alguien estaba cantando. Trató de volver a dormir, pero la voz iba y
venía y le entró curiosidad por saber quién era. Se levantó y salió del
camarote. Desde el pasillo la voz apenas se oía, eso quería decir que quien
cantaba estaba en cubierta, Miss Egane lo más probable, debía aburrirse, tantas
horas, sola con el timón. Ereleig no llegó a salir a cubierta, hacía un poco de
viento y era frío. Y ya sabía quién cantaba, ni más ni menos que la capitana.
Se quedó escuchando hasta que acabó la canción y le dijo algo al Sr. Lay. Al
este comenzaba a clarear y por eso vio perfectamente como la capitana y el
segundo se abrazaban.
El muchacho se ruborizó
y apartó la mirada. No estaba acostumbrado a ver intercambio de afecto. Él no
tenía familiares y su vida había sido trabajar para alguien, y hasta el
momento, la gente con la que había estado no eran dados a muestras de cariño, y
menos a él. Pensó que era mejor volver al camarote, no lo fueran a pillar
espiando. Lanzó una mirada fugaz y allí seguían abrazados. Esta vez ya no
apartó la vista. Los siguió observando un momento. Comenzó a contar. Al llegar
a 90 los vio separarse. La capitana besó la frente del segundo, tras lo cual, la
vio coger una taza. Era el momento de poner pies en polvorosa.
Larimar alargó el
abrazo hasta que sintió que era el momento de separarse. Miró a los ojos a su
segundo y le sonrió y, ya que estaba subida al cajón de la caña y quedaba a su
altura, en un ataque de ternura, le besó la frente. Kuncita le revolvió el
flequillo y sonrió, y casi volvía ser una de sus habituales sonrisas. En breve
volvería a ser el gigantón charlatán y divertido con el que había compartido
tantos viajes y aventuras. Cogió su taza para llevarla a la cocina y le pareció
ver un movimiento en las escaleras. Al parecer todo estaba tranquilo, la noche
en vela se dejaba notar. Dejó la taza, preparó más té blanco y, mientras
esperaba que el agua hirviese, la comida para el Sr. Eivioc. El cocinero llegó justo cuando la tetera silbaba.
- Buenos días capitana
¿qué tal está Kuncita hoy?
- Pienso que algo más
calmado, ha estado toda la noche al timón.
- Le prepararé hojas
bretonas.
- Eso le encantará,
gracias John - en la puerta apareció Opalena- Buenos días Opalena.
- Buenos días señora.
La capitana salió de la
cocina y fue a su camarote a dar de comer al perro. Hidie tomó su desayuno y
fue al timón. Kuncita pasó por la cocina a dejar su taza. Pensaba asearse un
poco y luego desayunar con la tripulación, pese a la noche en vela no se
encontraba fatigado. Por lo que había decidido seguir con su rutina habitual,
ya descansaría cuando llegaran al puerto, al ocaso a más tardar.
Al entrar en la cocina
notó un olor diferente. Un aroma ligeramente almizclado, y con un toque casi
floral. El cocinero le cogió la taza y lo echó de allí amablemente. Kuncita no
replicó, como solía hacer, se fue a su camarote a lavarse la cara y cambiarse
la ropa.
John enseñaba a Opalena
su fórmula secreta para preparar hojas bretonas, cuando advirtió que la chica
estaba un tanto pálida. También parecía un poco distraída. Le pidió que le
acercara la harina de garbanzo y vio que la chica se apoyaba en el quicio de la
puerta.
- Lena ¿Te sientes mal?
- Perdone señor, estoy
un poco mareada.
- Ven, siéntate un
momento, y toma una taza de te de frutos rojos.
- No es necesario
señor, ya me pasa.
- Sí es necesario
señorita, y una orden, no te vas a mover de aquí hasta que vuelvas a tener esos
preciosos mofletes sonrosados.
El cocinero la obligó a
sentare y tomarse la infusión, mientras él terminaba la pasta y comenzaba a
cocer las hojas. La chica se sintió mejor una vez acabó la bebida. No entendía
qué le pasaba, se sentía algo extraña. Le dolía ligeramente la cabeza y sentía
una desazón en el estómago, que le remitió al tomar el líquido caliente. Una
vez más aliviada terminó con sus quehaceres en la cocina y, tras el desayuno y
una vez fregados los platos fue con Ereleig a la sala de estudio.
La Sra. Lotte observó
enseguida que la muchacha estaba algo alterada. Tal vez le comenzaba el
nerviosismo previo a su primer baile. Ella misma comenzaba a sentirse alterada
y un tanto ansiosa por llegar a An-Dro. Le estaba confeccionando una camisa de
gala a Ereleig y aún tenía que terminar el bordado de la banderola para el Bienguiado, quería entregárselo al hijo
de Madame Leire la noche del baile. Decidió terminar las clases temprano y así
poder ir acabando aquellos trabajos.
Ereleig le propuso a la
muchacha jugar una partida de Destino del Cisne, pero a Opalena le volvió la
sensación extraña y le confesó que estaba algo mareada y prefería ir a su
camarote.
Kuncita había saboreado
las hojas bretonas y mientras revisaba la correspondencia le comenzó a dar algo
de sueño. Comenzaba a notar la noche sin dormir. Pero se había dispuesto a
seguir con su rutina, por lo que siguió con la carta que estaba redactando para
Ylaisa y quería enviarle una nota breve de condolencia a la madre a Maeve. La
mujer no le había ocultado en absoluto su disgusto ante la relación que
mantenía con su hija, pero precisamente por ello él la respetaba más. Además de
la nota para la Sra. Vinchy enviaría una carta a Clarissa para decirle que
recalaban diez días, o más, en An-Dro.
Una vez terminada y
enviada la correspondencia, el hombre siguió sintiéndose un tanto soñoliento,
por lo que decidió echar una ligera cabezada antes de la comida. Su idea era
descansar de veinte a treinta minutos y continuar con sus labores. Nada más
bajar las escaleras le llegó, de nuevo, aquella olor almizclada. Entró en su
camarote y se echó en el jergón. Cerró los ojos y comenzó a sentir el cuerpo
pesado. Respiró profundamente y comenzó a notar la sensación de adormilamiento.
La respiración se le volvió más suave y rítmica y se quedó dormido.
Se despertó de repente,
con aquel aroma inundando sus fosas nasales y los sentidos alterados. Se sentía
completamente excitado y algo confuso, ya que no entendía hacia quién se
dirigía aquella excitación. Esperó a ser capaz de controlar sus instintos,
salió a cubierta y se tiró por la borda de popa. Estuvo buceando un buen rato,
repasando el casco de La Marygalante
bajo la línea de flotación. Constató que precisaba calafatearse en algunas
zonas. Una vez se sintió sereno y centrado subió de nuevo al barco.
Informó a Larimar la
necesidad de carenar la nave y la capitana le pidió que reservara tiempo para
dar unas lecciones de baile a los grumetes, cuando se sintiera con ánimo de
hacerlo. El segundo le prometió que comenzaría al día siguiente.
Avistaron el puerto de
An-dro cuando el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte. Ereleig montaban guardia junto al timón, que
empuñaba con firmeza el Sr. Refrany, que no había abierto la boca en las dos
horas que llevaba de turno. El muchacho supuso que no había ningún refrán para
aquella situación y por eso el marino no hablaba.
El Sr. Lay subió al
castillo de proa y estuvo un buen rato mirando por el catalejo. Se volvió y fue
hasta el timón, reemplazando al Sr. Refrany, que se fue tan en silencio como
había llegado.
-Muy bien Ereleig, creo
que ha llegado el momento, vas a bajar a puerto y colocarás la amarra en el
noray, el Sr. Dandy irá contigo.
Al chico se le iluminó
el rostro pensando en el privilegio que suponía bajar el primero a tierra. El Sr. Dandy también ladró desde la cofa,
al parecer no le hacía mucha gracia que un humano le quitara el puesto, siempre
era él el primero en pisar tierra.
Desde el malecón un
altísimo hombre de cabello azul comenzó a hacerles señas indicándoles que
permanecieran fuera del puerto.
- Bien muchacho,
empieza la fiesta. Sr. Dandy recoja
las velas. Ereleig por favor ve a decirle a la capitana que no podemos entrar en
puerto aún.
El chico salió
corriendo a hacer el recado. Justo al bajar chocó con Opalena que también se
dirigía al camarote de la capitana.
-Perdona Opalena,
estamos casi a punto de desembarcar y ¡yo seré el primero!
- Ah, muy bien.
- ¿Todavía estás mareada?
-No, ya no.
- ¿Vas al camarote de
la capitana?
- Sí, me dijo que
viniera a su camarote cuando terminase mis tareas.
- Pues entro contigo.
Llamaron a la puerta
del camarote y Larimar les dio permiso para entrar. La habitación se hallaba
extrañamente repleta de cofres y cajas de un bonito color naranja con
cerramientos azules.
- Disculpad el
desorden, Ereleig, no te había llamado.
- No señora, el Sr. Lay
me ha dicho que le diga que no nos permiten entrar en el puerto.
- Comuníquele que subo
de inmediato -el muchacho salió del camarote- Lo siento Opalena, voy a tener
que posponer la conversación para más tarde. Necesito entrar en puerto lo antes
posible.
- Sí señora. Con
permiso.
La muchacha saló y la
capitana volvió a coger su carpeta y a repasar de nuevo la lista de todo lo que
tenía que hacer de inmediato en An-Dro. Quería asegurarse de que todo estaba en
orden y no olvidaban nada para la travesía que les esperaba. El retraso no la
preocupaba en exceso tras la última información que había recibido de Meteorología.
Al parecer el monzón también se estaba retrasando, por lo que habían podido
navegar a toda vela y llegar sin contratiempo al puerto. Una vez resuelto el
asunto de los mapas harían el cargamento de sal e irían al puerto espacial y de
allí a Westal dónde harían la última recalada, para partir directos a Hobrén.
Aún tenía que definir muchos detalles de la ruta, pero los días extras en
An-Dro le permitirían hacerlo minuciosamente.
Corma Uxiàn llamó a la
puerta y le entregó un telegrama. Larimar lo leyó y supo la razón de no poder
entrar en puerto. Más retraso, y quedar al pairo por dos días completos. Sopesó
la posibilidad de desembarcar la tripulación y que se alojaran en el hotel. La
Sra. Lotte estaría encantada de terminar sus trabajos sin el vaivén del barco,
Hidie y Corma aprovecharían para terminar la escenografía y que Egane ensayara,
John y Roc agradecerían quedarse en el Club y visitar a sus viejos amigos.
Kuncita tendría tiempo para recoger el paquete de Maeve y rehacerse en brazos
de Clarissa. Y ella podría aprovechar y calafatear con tranquilidad. Sí, era un
plan estupendo, casi mejor que el inicial.
Salía para informar de
inmediato a la tripulación y que preparasen sus petates, cuando Kuncita llegó
hacia ella con una carta lacrada en azul y negro. Entraron de nuevo al
camarote. El sello del lacre pertenecía a la Hermandad y por el peso era una
misiva muy extensa.