Querid@s Seguidor@s
¡¡FELIZ 2019!!
Es un placer seguir navegando con vosotr@s!
Desde tiempo inmemorial
los puertos han sido lugar de intercambio por excelencia. Por pequeño que sea
tiene una energía especial, que proviene del gran trajín a todos los niveles.
No sólo se han intercambiado todo tipo de mercancías tangibles. Cada ser que ha
pisado un puerto, ha traído o dejado innombrables sentimientos, pensamientos,
sensaciones; un cúmulo de energías que a pesar de no ser perceptibles al ojo, a
poco que aquietes los sentidos, las puedes notar.
Cierto que hay seres
más sensibles que otros a esas energías, y por esto el almirante Ragismund
Jasper O' Brian, que conocía personalmente la totalidad de los puertos de la
República Komorial, el Reino de Albión, la Marca Carnyx y la Federación de
Naciones Boreales, llevaba un diario donde anotaba las impresiones captadas en
cada uno de ellos. An-Dro era, sin lugar a dudas, el más elitista, refinado y
exclusivo de todos los puertos.
La seguridad era tan
exhaustiva que marcaban tres periodos de cuarentena a lo largo del año. El
protocolo de entradas y salidas era de los más tediosos, y conseguir atraque
una labor para la que tenías que hacer un acopio extra de paciencia.
Una de las normas del
puerto era que los oficiales debían vestir el uniforme de su rango y la marinería
el pañuelo con la bandera del barco al que pertenecían, de esta manera era
fácil de averiguar dónde enviar los avisos, notificaciones y multas de las
posibles infracciones cometidas por los tripulantes.
El almirante esperaba a
su segundo al pie de la pasarela cuando notó una de esas energías, que aunque
no la podía ver, la tenía tan dentro de su ser que la reconoció al instante. Se
giró, dando la espalda a la pasarela, y observó con una sonrisa cómo su hija venía
corriendo hacia él, tal como siempre hacía, cada vez que lo encontraba de
manera inesperada.
Era un rasgo de ella,
desde niña, que había aprendido a dominar con el tiempo y varias
amonestaciones, ya que se consideraba una actitud vulgar e inadecuada ir
corriendo al encuentro de una persona. Lo cierto era que no podía haberlo heredado
ni de él ni de su madre, ni de las generaciones anteriores de O'Brian o
Biendonado, de modo que podía decirse que era lo que la convertía en única en
su especie. Larimar tenía la capacidad de saber comportarse con corrección en
cualquier lugar y situación, podía pasar desapercibida si así lo quería, pero
aquel entusiasmo explosivo seguía en su interior, dispuesto a mostrarse a la
menor ocasión.
Si era honesto consigo
mismo, al almirante O'Brian le parecía delicioso que su hija mostrase tan a las
claras lo mucho que se alegraba de verle. Abrió los brazos y con una amplia
sonrisa recogió a aquella personita tan importante en su vida.
¡¡¡ Papá!!! -Larimar
abrazó con fuerza a su padre y éste la apretujó aún más.
- ¡Mi niña!
En el coche, la Sra.
Lotte se sintió en la obligación de informar a Opalena de la situación.
- Es su padre, el
almirante Ragismund Jasper O'Brian, de la Flota Naval del Reino de Albión,
antes lo fue de la Marina Mercante, pero tuvo ciertas diferencias con el resto
del almirantazgo y dimitió. El rey de Albión no se lo pensó dos veces en cuanto
supo que había dejado su puesto y como la Atrevida
es de su propiedad, la marina perdió un excelente oficial y la mejor de sus
fragatas. En principio, la capitana la heredará cuando su padre se retire por
completo.
- ¿Por qué dices “en
principio” Emma? ¿Podría ser que llegado el momento no la heredase? ¿Tiene
otros hermanos la capitana?
- No, que yo sepa, pero
al tener a su cargo a La Marygalante
es posible que decida ceder la Atrevida
a otra persona. Es una de las razones por las que Larimar ha recibido varias
peticiones de matrimonio -la mujer hizo una pausa para disfrutar de la curiosa
mirada de Egane- sé de buena tinta que Lord Alaisse Tobar de Bajoterroso se lo
pidió el mismo día en que se licenciaron, allí delante de todos sus compañeros
y la plana mayor del Almirantazgo, y ella le dijo: "Lo siento, soy
demasiado joven para casarme". Kuncita cuenta que cuando en el baile de
graduación le insistió le dijo otra vez que no, pero que ha seguido insistiendo
durante los años que han pasado y hasta el momento Lord Alaisse sigue
soltero...
Por la borda de la Atrevida apareció Fidelius Bridge, el segundo
de a bordo de la fragata, y se encontró la tierna escena. En un primer momento
le sorprendió la actitud del capitán, pero enseguida reconoció el moño de
Larimar, un peinado anticuadísimo, pero muy útil en un barco y con el que
habían bromeado a menudo. En más de una ocasión Fidelius la había amenazado con
tirarle del moño si no acababa sus tareas. Decidió esperar a que padre e hija
se pusieran al día, así que volvió a su camarote.
Tras un minuto y 45
segundos de abrazo, el almirante restregó el flequillo de la capitana y se
quedó observándola un momento.
- ¿Cómo es que estás
aquí vida?
- Necesito mapas. Voy a
hacer un servicio especial para la Comandancia. He tenido algunos problemas y
se estropearon los mapas que me dieron. Voy a pedir copias.
- Tienes el libro de
rutas.
- Sí, pero ya es un
poco antiguo y además la ruta a Hobrén no coincidía con los mapas de
Comandancia.
- ¿Hobrén? - el
almirante miró preocupado a su hija- ¿Estás segura de que quieres ir allí? ¿Lo
sabe tu madre?
- ¡Oh papá! ¿También tú?
¿Dónde ha quedado lo de "todo merece una oportunidad"?
- Cariño, de todos los
lugares con mala reputación Hobrén está en primer lugar, y aunque no fuera así
está en el extremo de la galaxia, es la zona más dejada e inexplorada, puede
pasar de todo allí.
- Y así seguirá hasta
que alguien vuelva a ir, trace una ruta segura y explore un poco.
- No me gusta, no me
gusta nada. Pero desde un punto de vista práctico, tu nave es la más indicada
para un viaje así, ya que es la más versátil. Y seguramente eres la única
oficial que le interese hacer un viaje que posiblemente no deje grandes
beneficios. Cariño pienso que te has dejado enredar.
- Puede ser, pero La Marygalante insistió en querer
hacerlo y es la primera vez que pide ir a un lugar.
- Ciertamente curioso,
pero no estáis en puerto.
- Con la cuarentena me
han denegado el permiso, pero espero que podamos atracar en cuanto salgan
algunos buques. Esperar los mapas nos va a llevar días y necesito carenar a La Mary para repasarle el calafateado,
Egane actuará en la Noche de la Música... ¡Oh! Tengo a las chicas esperando en
el carruaje -Larimar le señaló a su padre el vehículo que seguía esperando con
el resto de pasajeras- y quiero ir a la comandancia antes de que cierren a
pedir la instancia...
- Pues no pierdas
tiempo, hagamos una cosa, ve a terminar tus recados y hacia las seis nos
encontramos en la Cholaressa y acabamos de hablar de todo con calma. Venid
todas que os invito.
- ¡Gracias papi!
La capitana besó la
mejilla de su padre, se dieron otro abrazo y Larimar volvió al carruaje a paso
bastante ligero. Una vez instalada en el interior, y retomado el camino al
hotel, la capitana se disculpó e informó de la invitación a la mejor
chocolatería de An-dro, la única que podía competir con el Antro de Emmerald.
En el Montanha les
recibieron con la habitual cortesía, eficaz y fría, que caracterizaba aquella
ciudad portuaria. Les entregaron una carta del Ateneo, en la que se hallaba el
permiso especial para Egane, lo que indicaba que Kuncita había priorizado la
gestión y que Clarissa, su novia, tenía ganas de complacerle. Ciertamente el
encanto del segundo les habría muchas puertas y agilizaba los trámites.
Larimar se despidió
para ir directa a Comandancia y adquirir las instancias necesarias para los varios
asuntos de la nave. Egane, tras dejar su equipaje, salió hacia el Ateneo. Quería
preparar todo lo necesario para sus instrumentos, ensayos y conocer su sala de
trabajo. Emma y Opalena decidieron quedarse en la habitación.
- Tengo tanto trabajo
Opalena que no quiero desperdiciar ni un minuto. Aún me queda terminar la
camisa de Ereleig y un fragmento bastante amplio del bordado pero tú puedes ir
a dar un paseo.
- Le puedo ayudar, si
quiere, ahora no me apetece pasear.
- Si me ayudas con la
banderola te lo agradezco mucho. Puedes acabar la banda de enmarque que es toda
a cadeneta y así sólo tendré que terminar las figuras y el trocito de fondo.
Muchísimas gracias, así puedo ponerme con la camisa e ir avanzando.
La mujer sacó el
bastidor y su caja de labores. Opalena se instaló cómodamente en uno de los
sillones junto a la ventana, donde recibía una estupenda luz, y enhebrando la
aguja continuó con el bordado. Emma colocó su máquina de coser en la mesa y
aprovechó el diván para dejar las telas.
Larimar recordaba
bastante bien las calles de An-Dro, pues tenía bastante buena memoria espacial.
Cruzaba el Pasaje de la Extranjería, cuando reconoció, a pocos metros de donde
se hallaba, a la tortuga de Mocheil Indi, que caminaba en su dirección con
pasitos lentos, pero seguros, y casi rápidos para tratarse de una tortuga.
Larimar se acercó a ella.
- Casiopea ¿Qué haces
aquí sola?- en el caparazón de la tortuga, en llamativas letras rojas leyó:
CORRE - ¿Casiopea estás bien? -las letras destellaron sobre el caparazón: ¡¡CORRE!!
Larimar cogió a la
tortuga en volandas y comenzó a correr calle abajo. Dejó el pasaje y entró en
una de las calles principales, la Calle de los Prestamistas. Frenó casi en
seco, diversas personas entraban y salían de las casa de préstamos y, en el
cruce de unión con la Calle de los Abogados, un agente civil controlaba el
tráfico de carruajes. Comenzó a andar procurando no jadear demasiado. Sintió
que Casiopea pataleaba entre sus brazos y la miró.
NO TE DETENGAS,
apareció en el caparazón.
- Casiopea no puedo ir
corriendo por la calle y menos aquí, hay un agente en el cruce, me podría poner
una multa.
ESTAS EN PELIGRO CORRE,
relumbró de nuevo.
Larimar iba a
contestarle cuando vio que en su manga derecha se clavaba una fina aguja. Era
de color negro con dos bandas amarillas. Inmediatamente la tela comenzó a
quemarse. Larimar echó a correr de nuevo por el medio de la calzada. Un silbato
resonó en la calle, pero ella no se paró, siguió corriendo hasta llegar al
cruce con la Calle de los Conductores. Paró un instante y miró el caparazón.
A LA DERECHA, leyó, y
volvió a correr por la calle. Oyó una voz que la conminaba a parar de correr de
inmediato, pero la ignoró y siguió su carrera hasta la plaza. Sintió más agujas
que se clavaban en diversos puntos de su chaqueta y finalmente una en su nuca.
Se la quitó de inmediato al sentir el escozor. En el medio de la plaza estaba
el abrevadero de los caballos. Larimar saltó dentro y cogiendo una gran bocanada
de aire se sumergió por completo.
El agente civil la
había seguido hasta la plaza y se quedó al lado del abrevadero, esperando que
aquel infractor emergiera. Lo iba a empapelar de arriba a abajo.
Mientras aguantaba el
aire, bajo el agua, Larimar recordó a Casiopea y la soltó para que pudiera
emerger. Pero la tortuga se quedó con ella. Sobre su caparazón brilló.
AGUANTA UN POCO MÁS.
Larimar comenzó a
sentir la falta de aire. La tortuga la miró comprensiva y sobre su caparazón
apareció.
ÁNIMO, SÓLO UNOS SEGUNDOS
MÁS.
El agente comenzó a
impacientarse. No quería mancharse, pero aquel infractor seguía dentro del
abrevadero, como si pretendiera ahogarse. Con reticencia se acercó al borde y
metió el brazo para sacar a la persona. Agarró algo parecido a pelo y tiró
hacia arriba. Larimar sintió el tirón y no pudiendo aguantar más sacó medio
cuerpo a la superficie. Jadeó ostensiblemente, salpicando agua por todos lados.
El agente la miró disgustado.
- Disculpe agente,
siento haber infringido el código de circulación, pero he sido agredida.
- Nombre, edad y lugar
de residencia.
- Larimar O'Brian,
capitana de La Marygalante, al pairo
a un cuarto de milla náutica de este puerto.
El agente civil se fijó
en los galones de la chaqueta de aquella estrafalaria mujer. Efectivamente la
distinguían como capitán. Del abrevadero, Larimar, rescató su gorra y le mostró
la bandera de La Marygalante. También
sacó a Casiopea y la dejó en el suelo.
- No se permiten
mascotas sueltas en la calle capitana O'Brian. Si no dispone de correa deberá
llevarla en brazos. Así que dice haber sido agredida.
- Sí, me han lanzado
dardos de Tejuela -Larimar buscó en su chaqueta para mostrárselos, pero no
había quedado ninguno enganchado tras el chapuzón. Ante la mirada incrédula del
agente le mostró la nuca. En el lugar dónde se le había clavado la espina tenía
una buena quemadura y en todo el derredor se le habían formado ampollas.
El mal aspecto de
aquello ablandó al agente, que hizo un barrido periférico por la plaza en busca
de posibles agresores; pero no observó a nadie de aspecto sospechoso entre los
curiosos que, a una distancia prudente, observaban la escena con miradas
reprobatorias. El agente volvió a mirar a la mujer.
- Le acompañaré a un
dispensario para que le hagan un pequeño reconocimiento, si es tan amable de
pasar primero.
Larimar no replicó, en
el caparazón de Casiopea había visto fugazmente:
SIGUE CON ÉL.
En el dispensario le
trataron la quemadura y le hicieron un test, para comprobar que no estaba
enajenada mentalmente. Larimar explicó al agente que había sentido el impacto
de un dardo y al ver que eran espinas de Tejuela había tenido que correr en
busca de agua. Dado que la doctora confirmó la quemadura por ácido de Tejuela,
el agente decidió dejar correr el asunto, impuso a Larimar una multa y le
permitió seguir con sus asuntos, apremiándola a comportarse con corrección por
la calle.
Al salir del
dispensario fue de nuevo al hotel. Necesitaba quitarse aquella ropa mojada
inmediatamente. La Sra. Lotte no daba crédito a sus ojos al abrir la puerta y
ver a la capitana en aquel estado.
- ¡Capitana!
- Sra. Lotte ¿Sería tan
amable de dejarme algo de ropa para poder cambiarme?
- ¡Por supuesto,
faltaría más! Pero ¿Qué os ha pasado?
- Un pequeño accidente
sin importancia. He caído en el abrevadero. Necesitaría secar mínimamente la
chaqueta, he de ir a Comandancia y no puedo entrar sin uniforme.
- La pondremos frente a
la chimenea y pediré que aviven en fuego.
Larimar entró en el
cuarto de baño y se desnudó por completo, se puso la bata que le había prestado
la Sra. Lotte y salió del baño, tras haber estrujado la ropa a conciencia, para
que tardara menos en secarse. La pusieron a secar y fue entonces cuando Larimar
echó de menos a Casiopea.
- ¿Casiopea? ¡Casiopea!
Opalena ¿Has visto dónde ha ido la tortuga que venía conmigo?
- Lo siento señora, no
he visto ninguna tortuga.
- Se ha debido de
quedar fuera - la capitana abrió la puerta y miró al pasillo, pero no la vio
por ningún lado- Bien, si se ha ido será que ya ha pasado todo.
- Larimar, tienes el
cuello herido - constató la Sra. Lotte.
- Una pequeña quemadura
sin importancia. Voy a bajar un momento a enviar una nota al señor Lay, con
permiso.
La capitana salió de la
habitación dejando a las anfitrionas un tanto sorprendidas. Opalena continuó el
bordado y Emma volvió a su máquina de coser. Ya sólo le quedaban unos adornos y
la camisa de Ereleig estaría terminada.
La máquina de fax
emitió un estridente pitido. Roc lo oyó, pues estaba leyendo junto a la caja
del timón. Dejó el libro y entró en la cabina de comunicaciones. Había una
carta para Kuncita. Se dirigía al camarote del segundo cuando tuvo la corazonada
de que no estaba allí. Cambió de dirección y entró al comedor. Estaba vacío,
por lo que el timonel no tuvo más remedio que ir a la cocina.
Kuncita charlaba con
John. El timonel carraspeó un tanto para llamar la atención y el segundo se
giró y lo miró.
- Acaba de llegar esto
para ti.
- Gracias Roc - Kuncita
le cogió la carta y la leyó - La capitana me pide que me reúna con ella en el
puerto. Voy a arriar el bote. Roc ¿Me puedes ayudar a montar el mástil? Es para
no tener que remar hasta el puerto.
- Por supuesto.
Los hombres salieron de
la cocina. John se había ido al fregadero al entrar el timonel y no se movió de
allí hasta que dejó de oír los pasos de los hombres. Aún estaba dolido con Roc.
Con Kuncita ya se le había pasado, el segundo tenía un encanto especial por lo
que era difícil seguir enfadado con él por mucho tiempo. Si Kuncita se iba
estarían solos Roc y él en el barco, eso lo habría alegrado de no estar de
morros con el timonel. Decidió preparar pan de nueces para mantenerse ocupado.
Entre dos, montar el
mástil era un momento. Una vez fijado y listo Kuncita se instaló dentro y
controló la cuerda de proa, mientras Roc controlaba la de popa y arriaban el
bote con una sincronía sorprendente. Y sorprendentemente al mismo instante
pararon y se miraron. Ambos estuvieron a punto de decirse algo y ambos
decidieron que no era el momento. Volvieron a dejar soltar cuerda y el bote
quedó flotando. Kuncita deshizo los nudos y Roc recogió los cabos. Kuncita
desplegó la vela, para aprovechar la racha de viento que le venía de popa, eso
le ahorraba remar hasta la bocana. Asió el remo gobernalle y se enfocó a llegar
lo antes posible a puerto y saber qué pasaba, porque Larimar raras veces le
pedía que la acompañara, y el corazón le decía que estaba pasando algo extraño.
El timonel se quedó en
la amurada hasta que el bote fue un punto que se confundía con la escollera del
puerto, en breve estaría pisando suelo firme. Caminó despacio hasta el timón y
asió la rueda. El contacto con la madera le hacía sentir seguro. Desde muy niño,
cada vez que se sentía asustado, confundido o solo, iba a la rueda del timón,
la tocaba y se sentía a salvo. Ciertamente su vida se podía resumir en la frase
"aferrando el timón, día y noche, tanto en calma como en tempestad".
Nunca había hecho otra cosa, ni le había interesado nada más que conservar el
rumbo y, la poesía arcaica. Era un secreto que sólo había compartido con tres
personas a lo largo de su vida, y dos de ellas hacía tiempo que habían
fallecido.
Quiso dejar vagar el
pensamiento, por si le venía alguna inspiración, pero lo único que le vino a la
mente fue que John y él estaban solos en el barco. Se sentía mal por haberle
gritado, y no le había gustado ver cómo se levantaba y se iba al fregadero sin
ni siquiera mirarlo. Y había discutido con Egane, por primera vez en tres
singladuras, y no se había sentado a su lado en la mesa y tampoco se había
despedido de él. Eso le había dolido muchísimo, había cargado sus cosas en el
esquife y se había marchado sin más. Por culpa de Kuncita y su exceso de
testosterona. Era vergonzoso, no hacía ni dos días que Maeve había muerto y ya
iba en celo tras la primera hembra que se le cruzaba, sin tener la mínima
consideración por los Uxián, que saltaba a la vista que bebían los vientos por
ella desde la primera vez que la vieron. Un par de buenos azotes era lo que
necesitaba ese engreído niñato.
Roc sintió un
escalofrío recorriéndole la espalda. ¿Quien se creía que era él para ir
juzgando de esa manera a otra persona? Se sintió avergonzado de sí mismo. Él sí
que se merecía un par de buenos azotes. Y reconoció que lo que sentía era
miedo. Miedo de que Egane le retirase su afecto. Miedo de que los
acontecimientos lo llevaran a desenterrar hechos del pasado y perder la
tranquilidad que había conseguido con el tiempo. Miedo de perder la relación
más satisfactoria que había vivido hasta el momento. Aquel barco le había
ofrecido, sin esperarlo, la temporada más sosegada y feliz de su vida. Larimar
era una buena capitana, Kuncita un oficial confiable, Emma una alma original y
divertida, a veces en exceso, los Uxián excelentes marinos y buenos muchachos,
pese a su humilde procedencia y Egane era excepcional, una timonel hasta el
tuétano y una música excelente, podía llegar muy lejos si se lo proponía. Y
John...
El cocinero amasaba con
brío, hasta que entendió que estaba llenando la pasta de enfado. Eso no lo
quería. Comer algo hecho con furia no era muy inteligente. Se paró un momento y
respiró profundamente. Se concentró en recordar aquella melodía que tarareaba
Larimar cuando pelaba patatas o fregaba los platos. La recordó ante el
fregadero de la Atrevida, con
montañas de platos sucios y las manos llenas de jabón, friega que te friega y
canta que te canta. Era algo así como ná, na, na, ná, na na ná nananá naná. Ná,
na, na, ná, nananá, nananá naná... Sonrió para sí y entonces oyó a Roc entrar
en la cocina, porque no había nadie más en el barco.
- John ¿Estás muy
ocupado?
- Estoy preparando pan
de nueces.
El timonel se acercó
hasta el cocinero, de manera que no tenía que dejar la masa y podía mirarle si
quería.
- Quiero disculparme
contigo, siento mucho haberte gritado, estaba enfadado y lo he descargado
contigo. Lo siento, perdóname.
- Disculpas aceptadas
-el cocinero miró al timonel a los ojos- borrón y cuenta nueva.
- Gracias John.
- Voy a acabar la masa
y luego prepararé el menú de la semana.
- ¿Puedo saber por qué
sonreías cuando he entrado?
- Recordaba a Larimar
cuando fregaba platos y cantaba aquella canción que le gustaba tanto del
gaytero aquel, del sistema solar 10.
Roc empezó a silbar la
melodía. John volvió a quedar sorprendido de lo bien que silbaba el timonel y
de cómo era capaz de acertar la canción con tan pocos detalles. Acabó la masa
con un concierto personalizado de viento, pues tras la canción de Larimar, Roc le
silbó las melodías favoritas de John. Cuando entonó el "Tómala en tus
brazos" John no pudo evitar acompañarlo con el zapateado y una vez
terminada esa tonada ya no quisieron parar. Subieron a cubierta y se pusieron a
repasar su repertorio favorito de canciones para baile Ancient Celts.
Kuncita fue directo a
Comandancia, tal como le pedía Larimar en la nota. La tuvo que mirar dos veces
para reconocer a su capitana. Tampoco entendía qué hacía en la cola de pago de
multas. Cuando Larimar lo vio le hizo una seña discreta para que se acercara.
- Lay, por favor,
quédate en la cola, voy a ver si ya es mi turno en instancias.
- De acuerdo. ¿Estás
bien?
- Lo estaré en cuanto
tenga las instancia y la multa pagada.
La capitana se marchó
hacia otra sala y el segundo se quedó guardándole el sitio. Por hacer algo miró
el documento y a punto estuvo de soltar un improperio. La multa ascendía a 100
gálax. Era una multa por alteración del orden público. ¿Qué había hecho Larimar
para que le hubieran puesto una multa de ese importe, y pareciera salida de un
secadero?
Sólo dos personas la
separaban de la ventanilla de Instancias. Larimar procuraba tararear
mentalmente y no prestar atención a las miradas reprobatorias a su aspecto,
cuando sintió a sus espaldas una presencia y la voz burlona del condiscípulo
que menos apreciaba de toda su promoción.
- Capitana O'Brian,
sigues teniendo un gusto pésimo en vestir e insisto en que el estilo pordiosero
está desprovisto, por completo, ya no de glamour sino de cualquier tipo de
elegancia, por austera que ésta sea. ¿Lo haces por practicidad tal vez?
- Lord Tobar - Larimar
le hizo una ligera inclinación de cabeza, para que quedara patente que lo había
oído y volvió a centrarse en la ventana de Instancias.
- Constato que no has
cambiado en estos años Larimar. Pero hacedme caso, si vais a quedaros mucho en
An-Dro, pasad por la sastrería de Madame
Tomás. Vuestra imagen es reflejo de vuestro barco, hacedlo por él si no lo
hacéis por vos, o por consideración a vuestro apellido.
Larimar decidió girarse
y contestarle un escueto gracias. El hombre que encontró la dejó desconcertada.
Lord Alaisse había perdido las facciones juveniles y honestamente había que
reconocer que era un hombre muy apuesto. Su pelo negro se había plateado ligeramente
en las sienes. Sus ojos grises miraban con mayor profundidad. Seguía vistiendo
ropa a la última moda y conservaba aquel toque elegante que lo hacía sobresalir
entre la multitud. Por un momento, le recordó a Stewar Granger, su mentor
corsario, que era la elegancia hecha hombre. Por suerte continuaba utilizando
litros de perfume y la nariz de Larimar comenzó a quejarse, por lo que,
recuperada del primer impacto, lo miró al fondo de los ojos y reconoció aquella
opacidad en la mirada y el toque de desdén que le hacían desconfiar de él.
- Gracias por el
consejo Lord Tobar, que tenga un buen día.
Ya sólo una persona la
separaban de la ventanilla. Larimar sintió cómo Alaisse se alejaba y respiró
aliviada. Pensó que era una lástima que alguien tan poco interesante fuera tan
guapo, porque había que reconocer que los años le habían sentado de maravilla.
¿Dónde guardaría el retrato? Aquel pensamiento la hizo reír y por fin le llegó
su turno. La mirada del administrativo la devolvió al momento presente. Rellenó
los formularios, pagó la tasa y adquirió las instancias. Volvió a la cola de
pago de multas.
De camino a la
chocolatería puso a Kuncita al corriente de lo que le había ocurrido desde que
dejara el hotel, y por qué llevaba el uniforme deformado y arrugado. La
quemadura volvía a escocerle, pero no quería llegar tarde, pues lo que más le
apetecía era estar con su padre. Nada más cruzar el umbral Larimar comprendió
que no había sido muy buena idea quedar allí con el aspecto que llevaba.
Alaisse tenía razón en una cosa, y es que en An-Dro, un lugar donde el aspecto
era tenido en tan alto concepto y, precisamente en la chocolatería más
frecuentada por la nobleza, presentarse tan desaliñada era casi una provocación
y, efectivamente, la reputación tanto de La
Marygalante como del almirante O'Brian quedarían marcadas durante bastante
tiempo.
Su padre se levantó en
cuanto la vio entrar y fue hacia ella. La recibió con una sonrisa y dos besos
en las mejillas y se la llevó hacia los aseos. Pidió una funda a la encargada
del guardarropa y se la dio a Larimar. Dentro había un traje nuevo de capitana
También un neceser con peine y horquillas, así que pudo cambiarse y peinarse y
salir con un aspecto impecable.
Al entrar al reservado
de su padre, vio a Alaisse entre Miss Egane y Opalena, ni rastro de Kuncita. La
Sra. Lotte sostenía en el regazo una gran tortuga.