CAPÍTULO 7
“CUANDO MENOS TE LO ESPERAS, SALTA LA LIEBRE”
La amiga de la señora Amalia
vivía a tan sólo siete paradas de metro y muy cerca de la estación. En una
casa, una casa sola en medio de dos bloques de pisos. Parecía muy antigua,
tenía un portal de rejas de hierro forjado y un llamador en forma de mano. Por
un momento Daniel tuvo miedo, aquella puerta le recordaba las de las casas
encantadas de las películas de brujas, miró a la señora Amalia, no tenía cara
de bruja. Una mujer les abrió la puerta y les acompañó hasta la sala donde
estaba la amiga de la señora Amalia.
Era mucho más mayor, tenía el
pelo de un blanco resplandeciente recogido en un moño. Tenía muchísimas más
arrugas que la señora Amalia y la boca aunque cerrada dibujaba una sonrisa. Al
acercarse Daniel vio que tenía los ojos completamente blancos, esto lo
inquietó, nunca había visto a nadie con cataratas.
-Buenas tardes Ángela, he
traído al niño del que te hablé, el que me hace de jardinero.
-Hola –dijo Daniel.
-Pasad, pasad, Manuela
¿podrías preparar té y unas pastas?- la señora que les había abierto la puerta
salió de la habitación- ¿Cuál era tu nombre pequeño?
-Daniel señora.
-Qué educado, puedes llamarme
Ángela, eso de señora no me ha gustado nunca, ¿Cuál es el té que más te gusta?
-Pues no lo sé, creo que no he
bebido nunca té.
-Claro, siempre se me olvida
que aquí los niños no toman té. Viví muchos años en Inglaterra y allí todos
beben té. Hace tanto que no salgo de la casa que a veces creo estar viviendo
aún allí. Y a Amalia sí le gusta el té. Bueno unas pastas sí comerás ¿Verdad?
-Soy celíaco y no puedo comer
cosas hechas con harina de trigo, ni avena, ni cebada, ni centeno.
-¡Vaya! Sí que me lo pones
difícil, ¿unas galletas de arroz?
-Sí muchas gracias.
La señora Manuela trajo una
bandeja con una bonita tetera de porcelana y unas tazas, un plato con pastas de
té y una lata en la que había dibujado un dragón chino.
-Manuela, por favor, puedes
traer galletas de arroz para mi invitado y zumo, ¿Qué zumo te gusta más?
-El de piña –contestó Daniel.
-Y un vaso bien grande de zumo
de piña. Amalia sirves el té para nosotras por favor. Muy bien, así que estás
ahorrando para comprarte un caballo Daniel.
-Sí señora Ángela.
-Por favor, no me llames
señora, sólo Ángela. ¿Cuántos años tienes?
-Nueve, pero en febrero
cumpliré diez.
-Y con nueve años te has
puesto a trabajar para comprarte un caballo, hace mucho que no oía algo así,
ahora a los niños les gustan otras cosas, esas maquinitas que hacen ruido,
según parece son estupendas.
-No están mal cuando llueve o
cuando vas en coche, pero al final te aburres un poco.
-Yo de joven trabajé en los
establos de Lord Lancaster y créeme, cuidar un caballo es cansado. Hay que
entrenarlos, cepillarlos, vigilar mucho la alimentación, controles
veterinarios, exhibiciones. Sí era duro, ya lo creo, pero tuvimos un montón de
premios.
-Pero yo no quiero a Petit para concursar.
-¿A no, entonces para qué lo
quieres?
-Para que sea mi amigo, bueno
a lo mejor lo podré montar si se recupera.
-¿Está enfermo?
-Está muy flaco, la señora del
refugio me dijo un nombre muy raro de lo que tiene, pero no me acuerdo.
-Esta sí que es buena, un niño
que trabaja para comprar un caballo enfermo y que seguramente será viejo.
¿Cuánto te han pedido?
-Doscientos cincuenta euros.
-Bueno al menos es barato
¿Está en un refugio has dicho? Cómo cambian las cosas. Bueno tomemos el té
antes de que se enfríe.
Se quedaron con la señora una
hora más. Cuando sonaron las seis y media la señora Ángela pidió a Manuela algo
en voz baja, ésta salió de la sala y al rato trajo un gran bulto.
-Daniel, me pareces un buen
chico y te voy a hacer un regalo, Manuela ha traído algo del desván, es la
cesta de arreos, no creo que te sirva de mucho lo que hay dentro, debe de estar
pasado, pero la cesta es del mejor mimbre del mundo, no como el de ahora que se
rompe con el más ligero golpe, cógela.
Daniel cogió la cesta que le tendía la señora
Manuela, era muy grande, podría haber llevado en ella un perro de raza pequeña,
dentro había toda clase de cepillos, un par de herramientas para limpiar los
cascos, una lata grande de grasa de caballo, un bote de aceite para cascos, una
caja llena de tiras de colores, trapos de diferente tejido y una medalla de
papel. Ángela le explicó para qué servía cada una de las cosas y le pidió que
le dejara la medalla, era la que había ganado con su primer caballo y le tenía mucho
cariño. Además de la cesta le regaló un ronzal de cuero, una cuerda de metro y
medio, una manta de montar y una gualdrapa de algodón de color violeta en el
que había bordado un escudo.
-Es mi pequeña contribución a
tu causa, seguro que te será muy útil y por último, Manuela por favor, trae el
libro. Tendrás que estudiar un poco para aprender a cuidar a tu caballo como es
debido, son animales fuertes, pero también delicados ¿Sabías que al no poder
vomitar pueden morir de un cólico? La de caballos que he visto perderse por
algo tan tonto.
El libro era muy, muy grande y
gordo. Daniel no sabía cómo iba a poder llevar todo aquello en el metro. Pero
al momento la señora Manuela dijo que el taxi les estaba esperando. Al llegar a
su portal Daniel le pidió a su madre que bajara a ayudarle.
Aquella noche Daniel soñó que
galopaba con Petit, llevaba la
gualdrapa de color violeta y él iba vestido de caballero. Julia llevaba un
vestido de princesa y leía un libro enorme. Cuando se acercó a ella dejó de
leer y le dijo si quería pastel, que era de arroz y entonces vieron que Petit se estaba comiendo el pastel que
ahora era un montón de heno y se ponían a reír. Cuando se despertó miró la
cuadrícula, estaba casi a la mitad y aún le quedaban muchos días. Lo
conseguiría, trabajaría mucho y tendría su caballo.