CAPÍTULO 6
“POCO A POCO, MONTONCITO EN EL RECODO”
El lunes colorearon las
casillas que ya tenían, noventa y cinco. Daniel nunca había tenido tanto dinero
en la hucha. Calcularon lo que les faltaba. Ciento cincuenta y cinco euros. Aún
tenían mucho tiempo, pero Daniel estaba bastante preocupado, Pol le había hecho
otra división y le había dicho que con lo que tenían, si querían reunir el
dinero necesitaban ganar veinticuatro euros cada semana. Con lo que ganaba en
casa y limpiando el jardín de la señora Amalia sólo conseguía cinco euros,
necesitaba conseguir al menos otros cinco. Julia le propuso otra idea de esas
que sólo se les ocurren a las hijas de los bibliotecarios.
-Podríamos hacer puntos de
libro y venderlos, a un euro.
-¿A quién se los vendemos?
-A los padres del cole, en el
parque. Los hacemos de cartulina con dibujos bien chulos.
La idea era buena, esta vez Daniel
fue a casa de Julia y se pasaron lo que les quedó de tarde, tras hacer los
deberes, decorando cartulinas. La madre de Julia las cortó con la guillotina y
quedaron muy bien. La venta no fue como esperaban, sólo vendieron tres de las
veinte que habían hecho. Esa semana pudieron reunir trece euros.
Aquel fin de semana los padres
de Daniel se iban de escapada así que él se quedaba con la tía Lola.
Inesperadamente se presentó la tía Noemí, traía una caja llena de material para
manualidades, se la había regalado una de las clientas a las que hacía la
manicura, que la había heredado de su abuela, que tenía una tienda de
manualidades. Como no sabía qué hacer con ella se la regaló a Daniel.
Lo que más había eran bolsas
de abalorios de todos los colores. Daniel pensó que tal vez podía hacer
collares y pulseras y venderlas, seguro que era mejor que los puntos de libros.
Como él no sabía hacer collares le pidió ayuda a la tía Lola.
-No sé si me acordaré de cómo
se hacen, recuerdo que tenía un pequeño telar indio y tal vez guarde algún
libro, pero hacer pulseras no es fácil, se necesita mucha paciencia.
-Puedo probar, si no me sale
pues ya pensaré otra cosa.
Efectivamente, Daniel no tenía
mucha maña en hacer aquello y Julia tampoco, así que los abalorios se quedaron
en la caja. La señora Amalia les preparó un pastel de chocolate, cuando Daniel
le dijo que no podía comerlo porque estaba hecho con harina de trigo y él era
celíaco y no podía comer harina de trigo, la señora le propuso que lo vendiera
por trozos en el colegio.
Al día siguiente vendieron
cada trozo por un euro y antes de que acabase el recreo habían ganado diez
euros.
-Si la señora Amalia te
regalase un pastel cada semana tardaríamos muy poco en conseguir lo que nos
falta –comentó Julia.
-A lo mejor lo podríamos hacer
nosotros.
-Mi madre no creo que me deje
utilizar el horno y no sé hacer pasteles.
-¿Y si miras algún libro?
-Mi padre dice que a cocinar
bien no se aprende en ningún libro, a mejorar tus recetas sí, pero que si no
tienes el don de la cuchara por mucho que leas no lo tendrás.
El recreo se terminó y
volvieron a clase. Aquella tarde nadie se quedó en el parque porque se puso a
llover.
El frío era cada vez más
intenso y a Daniel se le quedaban las manos heladas cuando quitaba las malas
hierbas, ahora crecían muy poco y esto lo preocupó, sin hierbas que arrancar se
quedaría sin trabajo. Ya comenzaba a estar un poco cansado de pensar siempre
maneras de ganar dinero y una sensación como de tristeza comenzó a rondarle por
el corazón y con esta sensación las dudas. ¿Podría conseguir el dinero? ¿Valía
la pena tanto esfuerzo? ¿Era normal en un niño de su edad trabajar de ese modo?
Al día siguiente la señora
Amalia les esperaba en el portal, se lo quedó mirando un momento
-¿Algo va mal? Tienes cara de
pena.
-No, sólo estoy un poco
cansado.
-Bueno, pues pensaba pedirte
un favor, pero si estás cansado lo dejaré para otro día.
-No se preocupe, ¿Qué es?
-Pues si me acompañabas a casa
de una amiga, hay que ir en metro y me da un poco de susto, además me hago un
lío con los billetes, pero como tú eres tan espabilado.
-Tengo que hacer los deberes.
-Pues si cuando acabes los
deberes no es muy tarde y tu madre te deja, baja a avisarme.
-Si los acaba pronto puede ir
–dijo su madre que bajaba a la calle en aquel momento.
Daniel hizo los deberes en un
plim, por suerte eran muy pocos, y bajó a buscar a la vecina. La ayudó con la
máquina de los billetes y la llevó a los ascensores, para que no tuviera que
bajar las escaleras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario