CAPÍTULO 9
“LOS QUE SE PELEAN, SE DESEAN”
Ese año el puente de la
constitución se había convertido en una semana de vacaciones, los padres de Daniel
se iban de viaje a París y a él lo enviaron con la tía Esmeralda. Esto supuso
que aquella semana no pudiera reunir ni un euro. Aunque trabajar, trabajó y
mucho. La tía Esmeralda, casualmente, tenía que limpiar a fondo la casa y
pintar los techos y el sótano. Su casa no era muy grande, pero tenía tres
plantas. Cuando Daniel vio que también estaba la prima María ya supo que no
serian unas vacaciones de las de jugar todo el día.
María era una prima mayor, muy
trabajadora, que nunca se quejaba o decía que no y la tía Esmeralda, cada vez
que le pedían que se quedara con ella, la ponía a limpiar a fondo su casa. A Daniel
le tocó ayudarla, así que imaginad el humor que tenía cuando fueron a recogerlo
sus padres.
Lo peor había sido la comida,
la tía Esmeralda no acababa de entender bien lo de la celiaquía así que lo
había tenido a dieta de arroz, maíz, huevos y patatas casi toda la semana.
El lunes había quedado con
Julia para rellenar la cuadrícula, ahora tenían ciento setenta y ocho casillas
pintadas y estaban muy contentos, pero también algo preocupados, aún les
faltaba mucho dinero y ya sólo tenían dos semanas para conseguirlo. No tenían
material para manualidades, a excepción de los abalorios.
-Pol me ha dicho que tenemos
que conseguir treintaiséis euros cada semana para poder tener el dinero, o seis
euros cada día.
-Mi abuelo me ha explicado que
cuando él era pequeño cantaba villancicos por las casa y le daban propina.
-Eso sí que no lo hago.
-Pues en el rastro lo hiciste
y no pasó nada.
-Era diferente, no estaba
cantando, sólo recitaba.
-Sí que cantabas.
-No, no cantaba.
-¡Sí que lo hacías! Bruna dijo
que te parecías a Sergio Dalma.
-¡Pues Bruna es tonta!
-¡Que cara que tienes!, encima
que nos ha ayudado, ¡eres un impertinente!
-¡Y tú una sabionda!
-¿A sí? Pues no pienso
ayudarte más.
Julia cogió su mochila y salió
de la habitación dando un portazo, pidió a la madre de Daniel que llamara a su
madre para que la fuera a recoger, le dijera que la esperaba en el portal y
salió del piso.
Al llegar a la portería vio a
la señora Amalia.
-Hola Julia, ¿venís a limpiar
el jardín? Como la semana pasada no vinisteis está un poco descuidado.
-Dígaselo a Daniel, yo no
pienso ayudarle más, es un tonto y no pienso ser más su amiga.
-Vaya, esto es grave. Os
habéis enfadado. Bueno esperaré a verle para recordárselo. ¿Te vas a ir sola?
-No, mi madre vendrá a
recogerme.
La señora Amalia le hizo compañía
hasta que llegó su madre. Al día siguiente se llevó un enorme libro del que no
despegó los ojos ni un momento durante el recreo e ignoró por completo los
intentos de Daniel por disculparse. Esa tarde les tocaba trabajos manuales. Como
la profesora estaba enferma y se había tenido que marchar, juntaron ambas
clases y los pusieron por parejas. A Julia le tocó Daniel como compañero.
-Julia, por favor perdóname,
no volveré a decirte sabionda.
-Me da igual lo que me digas.
-Es que estaba enfadado.
-Encima de que te he ayudado a
conseguir un montón de dinero.
-Es que la semana pasada he
tenido que quedarme con mi tía Esmeralda y es una pesada. He estado trabajando
más que cuando preparábamos el rastro y no me ha dado ni un euro.
-¡Pues te aguantas!
No se hablaron durante el
resto de la clase y al salir cada uno fue con su madre. Esta actitud extrañó a
las madres que ya se habían acostumbrado a repartirse las tardes, pero
decidieron dejar que los niños arreglaran sus problemas.
La señora Amalia le pidió a Daniel
que fuera a comprarle comida para el gato. Daniel decidió ir de inmediato,
porque ahora oscurecía enseguida y su madre no le dejaba ir solo. Corrió hasta
la tienda, compró el saco de pienso y volvió corriendo. Se paró dos portales
antes del suyo, porque le faltaba el aliento y entonces se fijó en algo que
estaba en el suelo, parecía una papeleta, lo cogió y se dio cuenta de que era
un billete de cincuenta euros, el corazón le dio un salto. ¡Aquello sí que era
suerte! Entró en el portal y llamó a la casa de la señora Amalia. Esta le abrió
con cara preocupada.
-¿Le pasa algo señora Amalia?
-Pues que he perdido un
billete de cincuenta euros, se me debe de haber caído cuando te he dado el
dinero del pienso.
-Yo he encontrado uno un poco
más abajo en la calle. Tenga, seguro que es el suyo.
Daniel le entregó el billete,
le dejó el pienso y le aceptó la propina de tres euros, que se empeñó en darle, por ser tan buen chico y tan honrado. Al subir a casa se puso a limpiar zapatos.
Entonces le pasó algo raro. Se sentía sólo. Empezó a pensar en lo que estaría
haciendo si Julia se hubiera quedado. Era un rollo que estuviera enfadada con
él, cuando ella venía limpiar zapatos no le parecía tan aburrido.
Al día siguiente antes de
entrar en clase Daniel se acercó a Julia, pero ella ando más deprisa y se metió
en su clase. A la hora del recreo leía otro de esos libros enormes que sólo
parecían gustarle a ella. Nicolás, un niño de su clase un poco gamberro le dio
un tirón y le quitó el libro, Julia intentó recuperarlo, pero Nicolás se lo
tiró a Gael y éste a Andrés, de manera que la niña no podía cogerlo. Daniel
en cuanto lo vio fue corriendo y cogió el libro cuando volaba de Andrés a
Nicolás; con él se fue hasta la puerta, al lado de los profesores, de manera que
los niños no se lo pudieran volver a quitar. Julia fue hasta allí y Daniel le
devolvió el libro.
-Gracias.
-¿Vienes esta tarde a casa? Es
que si vamos a cantar tendré que aprenderme algún villancico, yo no sé ninguno.
-Tampoco era muy buena idea, Susana
me ha dicho que está muy pasado de moda, además mi madre me ha dicho que
tendríamos que ir al centro de la ciudad, donde pase mucha gente, y que ella no
está dispuesta a helarse los pies durante horas por unos pocos euros que
podamos ganar.
-Bueno, pero podemos jugar un
rato juntos ¿No?
-Bueno, vale.