CAPÍTULO 8
“LA UNIÓN HACE LA FUERZA”
A Julia le había encantado el
libro, Daniel ya se lo esperaba. También le había gustado mucho la cesta de
mimbre y cuando vio la gualdrapa se le pusieron los ojos como platos.
-La próxima vez que vayas yo
también quiero ir.
-No sé si puedes, le preguntaremos
a la señora Amalia que es su amiga.
-Tendríamos que empezar a
reunir cosas para el rastro de Diciembre, es dentro de dos semanas.
-No me queda casi nada para
vender, de cosas que no quiera.
-Tenemos los puntos de libro y
la caja de cosas de tu tía. Si supiéramos hacer collares seguro que venderíamos
muchos, porque cada vez estamos más cerca de la navidad.
Acabaron de hacer los deberes
y se iban a poner a jugar cuando entró la madre de Julia con un paquete en la
mano. La llamó y se lo dio.
-Un regalo de la tía Úrsula,
que muchas felicidades y que cumplas muchos más.
-¿Es tu cumpleaños Julia? –le
preguntó sorprendido Daniel.
-No, es en septiembre, pero mi
tía Úrsula siempre me regala en noviembre porque según ella es cuando debía
haber nacido, es un poco rara.
El paquete resultó ser un
libro de manualidades “Cincuenta proyectos de adornos navideños con material
natural y reciclado”, ¿Qué mejor cosa para vender en el rastro? Se pusieron
manos a la obra al momento, leyeron el libro de principio a fin, hicieron
listas de las cosas que necesitarían y quedaron al día siguiente para comenzar
la producción.
Los primeros les salieron un
poco feos, pero poco a poco les quedaron casi como los del libro. Durante el
fin de semana pasaron horas y horas trabajando, con ayuda de la madre de Daniel
el sábado y de los padres de Julia el domingo.
El lunes Julia vendió el
primer adorno, una bola de colores hecha con papel. Se la había comprado la
maestra por cincuenta céntimos. Marisa, su compañera de pupitre, la había visto
y le había gustado mucho. Marisa era muy mañosa y se ofreció a ayudarles si
podía quedarse con algo de lo que hiciera. Durante el recreo habían quedado
para ir a casa de Julia a trabajar y al equipo se habían añadido las amigas de
Marisa: Isabel, Elena, Bruna y Roma, que en realidad se llamaba Rogelia; pero
como no le gustaba y se apellidaba Maseta con las dos primeras sílabas de
nombre y apellido se había hecho un nombre más presentable según ella.
El martes se les añadió Pablo,
un niño de quinto, que era considerado “el artista” del colegio y había ganado
un premio de construcción de maquetas. Tras media hora en casa de Julia quedó
claro que se merecía tal reputación. Además de la promesa de montar alguna vez
el caballo, Pablo se ganó los corazones de Isabel, Elena y Bruna.
El jueves la casa de Julia
parecía una fábrica. Su madre fue muy amable, ya estaba un poco harta de tanto
niño en casa, pero al verlos tan entusiasmados se dijo que algo bueno estaban
aprendiendo y aunque no la dejaran escribir ni una sola letra, era muy bonito
ver tantos niños trabajando por un fin común. Estuvo a punto de grabarles con
la cámara y enviar la grabación a las cortes, haber si seguían el ejemplo.
El domingo, hasta la naturaleza
les ayudó amaneciendo con un sol radiante en un cielo azul, en el que no se
veía ni una sola nube. Con tanto sol la gente salió a la calle y aquel domingo
el rastro se llenó como hacía mucho no se veía.
Esta vez el puesto de Daniel y
Julia estaba lleno de cosas nuevas, pero los precios seguían siendo de ganga. A
media mañana vinieron a ayudarles Roma y Marisa. El termómetro del dibujo
estaba a más de la mitad y la alegría de los niños iba en aumento.
Por la tarde lo habían vendido
casi todo y al recoger les bastó con una caja de botas para guardar lo que les
quedó. Lo que menos habían vendido fueron los puntos de libro, pero en total
habían conseguido sesenta y siete euros con cuarenta céntimos.
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