Hola! si estás aquí seguramente te gustan los cuentos, si alguno de los que publico te atrae de manera especial y te gustaría utilizarlo, PRIMERO me pides permiso al mail valuenh.asoc@outlook.com ¡Muchas gracias y que disfrutes!

viernes, 22 de diciembre de 2017

CUENTO DE NAVIDAD 2017

Querid@s seguidores del blog!!

El cuento que me ha llegado tras el Solsticio de invierno. Que la luz ilumine cada uno de vuestros pasos y caminemos hacia una sociedad basada en los tres principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad.


DÍAS ANTES DEL SOLSTICIO DE INVIERNO


Oscar fue a buscar  una taza de chocolate caliente, ya le tocaba descansar un rato, llevaba tres horas ayudando a su abuelo a hacer paquetes y empezaba a estar un poco harto de de tantas bolsas de arroz, botes de legumbres y bricks de leche. Alguien había donado un bote de crema de avellanas (de esa tan rica cuya marca no nombraré) quien lo había donado pensaba en una casa con niños.

En la sala de la cafetera había dos chicas más o menos de su edad, debían ser los únicos tres que no pasaban de la cincuentena en el local. Las chicas lo vieron, se dijeron algo entre ellas y se apartaron al otro lado de la sala. Él se sirvió chocolate del termo preguntándose cuando empezarían las  risitas tontas. Era algo que detestaba especialmente de sus compañeras de clase, decirse cosas al oído y reírse. Cuando le preguntó a su madre por qué tenían que comportarse de una manera tan tonta ella le dijo que era una fase por la que pasaban, al igual que él pasaría la fase del "Fanfarroneo Escandaloso" y entonces serían ellas la que lo verían como algo tonto.

Se tomó un par de sorbos del chocolate, que estaba tibio y, no, no oyó ninguna risita. Se giró y lo estaban mirando directamente, sin decir nada, pero directamente a la cara. Oscar se sintió incómodo y desvió la vista.

- Disculpa, ¿ Eres Oscar Jarque?
Se quedó desconcertado. ¿Porqué esa chica sabía su nombre y apellido? Cómo lo seguía mirando se decidió a balbucear:
- S sí, ¿Nos conocemos?
- Eres voluntario del refugio de A.D.E, fuiste a la Caminada y el día de recogida en Manresa, y a la cena de Navidad del año pasado.
- Pues sí, ¿Tú también lo eres?
- Sí, desde hace tres años, y ella es el primero que se mete en el mundo de "Mirarse un poco menos el ombligo", pero como para A.D.E falta una semana le he dicho que empezara con la recogida para humanos, que también les va bien.
- ¿Y qué te parece? -preguntó Oscar a la otra chica, más que nada para ser amable-.
- Bueno, tampoco tanto, es más bien monótono, hacer lo mismo tanto rato, pero creo que es mejor que estar todo el día en el súper recogiendo bolsas.
- Sí, yo prefiero estar haciendo los paquetes aquí - dijo Oscar-.
Siguió un silencio mientras tomaba otro sorbo de chocolate. Las chicas se miraron y la primera le volvió a preguntar.
- ¿Te hiciste voluntario de A.D.E por la negación?
- ¿El qué?
- La carta, recibiste una carta diciendo que tu regalo estaba denegado, de Dael elfo Responsable Departamento de Denegaciones Reye’s & Papa’s S.Coop.

Oscar la miró sorprendido ¿Cómo podía saber eso? por si acaso se hizo el longuis.

- No te entiendo tía...
- ¡Sí, lo sabía! por eso fuiste al refugio, lo pensé cuando os vi entrar, tus padres no estaban muy convencidos y tus abuelos encantados, yo os abrí la puerta de la zona de caballos y Manchi te quiso dar un golpe.
- ¡Ostras sí! Manchi, menuda mala leche que tiene a veces...
- Entonces es verdad, tú también recibiste una carta de Dael y te dijo que de cachorro nada, que adoptaras en un refugio.
- Sí. ¿Eres bruja o algo así?
-No, es que yo también la recibí. No sé tú, pero a mí me sentó fatal. Me enfadé con mis padres porque pensaban que era una chorrada suya. Pero mi madre me insistió que ellos no tenían ni idea. Me entró la curiosidad y miré por internet y me quedé enganchada mirando los perros, los caballos y al final les pedí que me llevaran y en vez de tener un gatito, adoptamos un conejo, a mi madre le hizo mucha gracia y a mí también me gustó.
- Yo también pensé que era una broma de mis padres y cuando me quejé a mis abuelos les pareció una buena idea, mejor que comprar animales en tiendas y al final miré por internet y ...
- Apadrinas al Rubio, por eso sé tu nombre.
- Vale, pues sí, es un caballo estupendo, también ayudo de vez en cuando, y mi abuelo me ha enredado con esto, porque dice que también hay que ayudar a los humanos que lo pasan mal.
- Sí, mis padres me dijeron lo mismo. Que si me paso un sábado al mes en el refugio bien podía dedicar un día al año en la recogida... Bueno vamos a seguir, que aún hay un montón de comida para empaquetar.
- Sí, yo me acabo esto y también vuelvo.
- Hasta la vista Oscar.
- Vale, nos vemos...

Las chicas se fueron y él se tomó el resto del chocolate, ya frío. Dos horas más tarde pararon para comer. Vio a las chicas que le saludaban con la mano y les hizo un gesto con la cabeza, que no pasó desapercibido para su abuelo.

- ¿Son amigas tuyas?
-No, voluntarias del refugio.
- Si quieres ir con ellas, por mi no hay problema.
- No, no. Si apenas las conozco.
- Por eso, así las conoces; cómo en el libro ese de Frère que venden en el refugio...
-¡Venga ya Yayo!!!!
- Cómo quieras, pero por mí ADElante...
- Yayo, lees demasiado el Face de A.D.E.

Oscar empezó a comer y, sin saber de dónde un pensamiento cruzó su mente, esa chica no era una cretina como las de su clase, no se reía como una tonta y tenía un pelo muy bonito...


Si quieres vivir toda un aventura visita : http://www.asociaciondefensaequidos.org/


¡FELICES FIESTAS A TODOS!


viernes, 1 de diciembre de 2017

AVENTURAS EN "LA MARYGALANTE"

Tras un tiempo de infructuosa búsqueda de ilustrador, seguiré en ello, comienzo la entrega de mi último trabajo. Si te entusiasma el tema, eres creativo y te gustaría unir tu trazo a la historia serás muy bienvenido!!

Por el momento aquí os ofrezco el primer capítulo de una travesía de destino incierto.

A Eivioc,
compañero durante tres años,
a Dandy, durante 14,
era más fácil escribir sintiendo vuestro cuerpo al lado,
ahora es vuestro espíritu el que me acompaña.
También a Larita, la poni que tengo amadrinada en A.D.E.




CAPÍTULO 1

NUEVOS GRUMETES


 Ereleig, que significa “suertudo” en lengua kogan, no había tenido mucha suerte en sus doce años. Poco después de cumplir tres, sus padres murieron en el gran accidente del planeta industrial Girolo, al día siguiente ya estaba en el orfanato del Sr. Uts. Lo adoptaron al cumplir cinco, la edad mínima para trabajar.
Durante dos años trabajó en la granja de los Hanfast. Quitaba malas hierbas, vigilaba las ocas, limpiaba el establo y otras muchas pequeñas tareas adecuadas a su edad. Al poco de que Ereleig cumpliera siete años, llegó una hermana de la señora Hanfast con sus ocho hijos. Como ahora eran muchos para trabajar en la granja, y gratis, vendieron a Ereleig a un pastor de dadas (probablemente los animales más simples del universo) que se lo llevó al planeta Gora-Gura.
Trabajar con dadas es agotador, son muy mansos, pero como son tan simples hay que vigilarlos constantemente para que no se caigan por los precipicios, no beban agua estancada, no coman hierbas venenosas y, sobre todo, que no pierdan al rebaño. El muchacho se levantaba antes de salir el sol y no volvía con el rebaño hasta que la primera luna aparecía por el horizonte con su verdosa luz. Era una vida muy solitaria, y el pastor no era nada hablador, así que la mayor ilusión de Ereleig era tener un amigo. Tras cuatro solitarios años el muchacho tuvo que volver a marcharse, pues el pastor murió y el nuevo dueño del rebaño tenía su propia familia.
Enviaron al chico de nuevo al orfanato, donde al poco lo compraron para trabajar en un hotel. Su trabajo consistía en cuidar de las mascotas de los clientes. Él sólo sabía cuidar dadas, pero como era muy observador y tenía muchas ganas de aprender, en muy poco tiempo era casi tan buen cuidador como Gadre, que era hijo del Gran Cuidador de Mascotas Real. De haber tenido un poco más de suerte abría sido él a quien Madame Darog hubiese escogido para cuidar de sus mush-mash pero, a pesar del significado de su nombre, Ereleig no tenía mucha suerte y Madame Barog se llevó a Gadre a trabajar para ella.
También fue muy mala suerte que el bromen de Míster Tadot comiera restos de pez Coshu (que su dueño había guardado de su cena) y se envenenara; pero Ereleig, que jamás había comido ningún tipo de pez, no sabía que fuera venenoso para los bromen. El bromen lo pasó muy mal toda una semana, pero se recuperó. Ereleig acabó en la subasta mensual de trabajadores sin paga (era una manera elegante de decir esclavos).
Era sin lugar a dudas el "trabajador" más joven del lote. Hasta la muchacha de pelo amarillo le sacaba al menos cuatro palmos de alto. Ereleig sólo se atrevía a desear que quien lo comprara tuviera otros trabajadores de su edad, así al menos tendría con quien hablar. Hacia el final de la subasta sólo quedaban él y la chica de pelo amarillo, y los compradores comenzaban a retirarse. Si no los compraba nadie tendrían que pasar la noche en la sala, sin nada que comer.
La subastadora comenzó a recoger el libro, pues los compradores se retiraban y nadie hacía el menor caso de los chicos. Justo cuando les quitaba el precio entró un corpulento hombre de rostro rosado con una larga cicatriz cruzándole la mejilla.
-Nidena, ¿Qué precio me haces por los dos?
- ¡Kunzita, cuánto tiempo! ¿Aún vas en ese cascarón horrible?
- Te agradeceré que no insultes al mejor buque del universo. ¿Qué precio me haces si me los llevo a los dos?
-Bueno, por ser tu, 500 gálaxs.
- Son dos niños, no llegan ni a 100 cada uno.
- No son niños, ella tiene dieciséis años y el chico doce, y ya han trabajado con anterioridad.
- Entonces mi oferta serán 200.
- Ya han trabajado antes.
- No muy bien, o no estarían aquí. 200 y te ahorras darles de comer mañana.
- Eres insoportable Kunzita, no sabes regatear. Está bien 200 gálaxs, pero te los llevas tú y ahora mismo.
- De acuerdo Nidena – el hombre miró a los chicos- Seguidme, despacio y en silencio.
Ereleig y la muchacha del pelo amarillo bajaron despacio y calladitos. Al acercarse al hombre éste les pareció aún más enorme, desde la tarima no lo parecía tanto. Ereleig tuvo que levantar por completo la cabeza para mirar a aquel hombre a la cara y la muchacha, aunque era bastante más alta que él, también alzó la cabeza para mirar. El hombre saludó a la subastera y salió de la sala con los chicos, callados y caminando despacio, tras él.
El hombre bajó por calles y callejas hasta llegar al barrio de la ribera, muy cerca del puerto espacial. Se paró frente a un hostal. Se sentó en una de las mesas al aire libre y les indicó que se sentaran.
- Me llamo Kunzita Lay-Malone, soy el segundo de a bordo del mejor buque mercante de varias galaxias. Mi capitana, Larimar O’brian, me había encargado enrolar un par de grumetes experimentados. Supongo, por vuestro aspecto, que nunca habéis trabajado en un barco, pero si mi instinto no me falla, y raras veces lo hace, podré hacer de vosotros unos excelentes marinos. Bien, decidme vuestro nombre y lo que sabéis hacer.
Ereleig miró a la muchacha de soslayo, tenía la cabeza gacha, así que decidió hablar él primero.
- Mi, mi nombre es Ereleig, tengo doce años y nací en el planeta Girolo. Mis padres murieron en el gran accidente. He trabajado en una granja, de pastor de dadas y de cuidador de mascotas en el “Gran Hotel Colchones Excelsos”.
-Granjero y pastor, no es muy buen comienzo, la vida en un barco no se parece a nada de eso. Bueno, pareces un chico aplicado, seguro que te acostumbraras. Y no tendrás problemas con nuestros perros.
La muchacha lanzó un pequeño grito de sorpresa, tapándose la boca en el acto y bajando la cabeza avergonzada.
-¿No te gustan los perros? –le preguntó el hombre con amabilidad.
-Me, me dan miedo señor.
-¿Por qué?
-Muerden Señor.
-¿Te han mordido alguna vez?
-Sí señor, unas cuantas.
-¿Y qué andabas haciendo para que te mordieran?
-¡Nada señor, lo prometo!
-Pues me cuesta creer eso… he, ¿Te llamas?
- Opalena señor. Tengo dieciséis años y trabajaba en el servicio de limpieza de cloacas, antes como criada en el caserío de los archiduques de Pema.
- ¿Allí te mordieron los perros, verdad?
- Sí señor, una de nuestras tareas era hacer de presas para los cachorros.
-¡Una vergüenza, para cualquiera que se diga ser vivo! Bueno, tranquila, nuestros perros no te harán ningún daño. Vamos a comer un poco y luego os llevaré al barco. Esperad aquí un momento, voy a ver que tienen hoy para comer.
El hombretón entró en el hostal y al cabo de un ratito volvió a salir.
-Podéis escoger entre col rellena, trinchado de montaña, col con zanahorias, o ensalada de col.
- ¿De qué está rellena la col? –preguntó Ereleig.
- De patata, zanahoria y crema de leche de dada. – le informó Kunzita.
- ¡La col rellena por favor! – contestó entusiasmado el chico.
- Muy bien, ¿Y tú Opalena? – indagó el hombre con suavidad.
- Lo mismo, gracias –contestó la muchacha con un hilo de voz.
Kuncita regresó al interior del hostal. Ereleig estaba muy contento, hacia mucho que no comía algo tan rico, le encantaba la leche de dada, tanto la leche sola, como hecha nata, crema o queso. Cuando cuidaba el rebaño podía tomar toda la que quería. Después de que lo devolvieran al orfanato no había tenido ocasión de volverla a probar. La perspectiva de comer bien, después de tanto tiempo aguantando con sobras, le hizo ponerse a silbar. Opalena alzó el rostro y lo miró sorprendida. Ereleig le sonrió y se atrevió a hablarle.
- ¡Qué suerte que nos haya comprado este señor tan amable! – la chica no dijo nada, lo miraba con los ojos muy abiertos-. ¿A ti también te gusta la crema de leche con la col, verdad? –la muchacha lo siguió mirando sin responder-. ¿Crees que estará bien trabajar en un barco?
- No, no lo creo, hay perros, los perros muerden.
- Pero a lo mejor los del barco no. El señor Kuncita parece muy amable, a lo mejor sus perros también son amables.
- Ojalá sea así.
La muchacha agachó de nuevo la cabeza. A Ereleig no se le ocurría que decirle para que dejara de parecer tan triste, hasta ahora su vida le había brindado muy pocas ocasiones para conversar, y aún menos con una muchacha. Kuncita volvió a salir llevando una gran bandeja, en la que humeaban tres platos. También trajo una jarra llena de líquido de color amarillento y tres jarras más pequeñas.
- Las señoritas primero – dijo dejando un plato frente a Opalena, una jarrita, una servilleta y un tenedor.
- Tu cubierto Ereleig – y le dejó su plato, jarra y demás-. He pedido citromiel, a ver si os alegra un poco, también porque parecéis poco vitaminados. En un barco es muy importante comer bien y tener muchas vitaminas, así no hay problemas con el trabajo.
El hombre les llenó las jarritas con la bebida. Ereleig cogió su cubierto y lo llenó de col.
-Ejem, ejem – dijo Kuncita cogiéndole el brazo e impidiendo que pudiera meterse la comida en la boca-. No te han enseñado muchos modales muchacho, antes de comer se han de dar las gracias, ¿No?
- ¡Oh, muchas gracias señor!
- A mí no, dar las gracias al Universo.
-¿Al Universo? – preguntó perplejo el chico.
- ¡Gran Generador de la Energía Universal! ¿No te han enseñado nada en la escuela? – la cara sorprendida y avergonzada del chico le hizo comprender que nunca había ido a la escuela, Kuncita se sintió tonto, eran dos niños trabajadores, no se molestaban en enseñarles nada, bueno a la chica tal vez sí-. ¿Y tú Opalena, has ido a la escuela?
-No señor, nunca.
- La capitana me va a echar una buena bronca -para asombro de los chicos el hombre se puso a reír a carcajadas-. ¡Vaya que sí, una de las gordas! –y siguió riendo mientras los muchachos le miraban desconcertados.
El hombre sacó un pañuelo verde de seda y se secó un par de lágrimas de la comisura de los ojos. Realizó un gesto ante el plato de Opalena, luego ante el de Ereleig, ante el suyo y con voz clara dio las gracias.
-Gran Generador de la Energía Universal, gracias por esta comida, gracias por haber encontrado estos chicos, que todos en todas partes puedan disfrutar de las mismas bendiciones. ¡Que aproveche! –al percatarse de que los chicos seguían inmóviles y sorprendidos les sonrió de nuevo-. Ya podéis comer, venga que se enfriará.
Hincó el tenedor en la col de su plato y la comió haciendo grandes suspiros de gusto. Ereleig lo imitó de inmediato. Al masticar la mezcla entendió los suspiros del hombre, era la col más rica que había comido nunca. La crema era suave y seguía calentita, en muy poco el chico había dado buena cuenta de su plato. Opalena se inclinó sobre su plato. El cabello le cayó, formando una cortina amarilla a su alrededor. Comió despacio, sin levantar la vista del plato.
Una vez acabada la comida, Kuncita les instó a terminar el citromiel, así que les llenó de nuevo las jarritas. Una vez concluido el almuerzo recogió todo en la bandeja y la llevó de nuevo al hostal, saliendo al poco rato.
-Bien grumetes, ha llegado el momento de ir al buque, seguidme.
Kuncita se puso su sombrero y fue hasta una calleja, tan estrecha que podías tocar ambos lados con los brazos en cruz, hasta unos brazos tan cortos como los de Ereleig; que quiso comprobarlo y durante unos instantes rozó con las yemas de los dedos ambas paredes. Al salir de la callejuela pudieron oír el grito lejano de las gavimetas y los curchos de mar. El terreno comenzaba, en ese punto, una suave pendiente hasta el mar, por eso la calle que comenzaron a bajar tenía las casas con unas simpáticas líneas que indicaban al paseante el grado de inclinación, cada vez mayor, a medida que te acercabas al mar. Kuncita paró ante la última casa de la calle, que daba a una placita en cuyo centro se había erigido la estatua de una mujer. Dos calles se abrían en ambos laterales de la placita, una a la derecha de la calle por la que habían llegado y la otra a la izquierda; en frente comenzaba un ancho camino, bordeado de moreras, donde a lo lejos se veía un trocito de mar.
-Ereleig, voy a entrar un momento en la tienda con Opalena, espero que no tardemos mucho.
El hombre indicó a la chica que entrara en la casa y luego pasó él. Ereleig se fijó en el cartel que había sobre la puerta de aquella casa. Pero como no sabía leer, no supo qué tipo de tienda debía ser aquella. No tenía escaparate, como las del centro. Apoyó la espalda en la pared de la casa y miró hacia el camino que conducía a la playa. Se preguntó si podría acercarse a la estatua. Estaba muy cerca, así que fue hasta ella.
En el pedestal había una inscripción en letras grandes y redondas, entrelazadas las unas con las otras. Por primera vez en su vida Ereleig deseó saber leer. Observó la estatua, no sabía de qué material estaba hecha (era de mármol de Carrara) pero era muy blanco y bello. Se acercó más para poder tocarla, estaba fría. El chico no había tenido muchas ocasiones de observar una escultura, lo cierto es que nunca había estado tan cerca de una y quedó admirado de lo real que parecía aquella mujer. El vestido era el muy raro, ninguna mujer en Komo vestía así, ni en Gora-Gura, de Girolo no tenía ningún recuerdo. La falda, muy larga le ocultaba los pies y en uno de los lados tenía un broche. El chico se acercó aún más para poder verlo bien. En el broche había unos dibujos muy finos, formando círculos cada vez más pequeños unos dentro de otros (eran siete en total, pero él no lo sabía porque no sabía contar) en el centro del círculo más pequeño había un animal que él tampoco conocía; tenía muchas patas (seis) y un cuerno en la frente, alas en la espalda y una cola muy rara, como si fuera de plumas. Ereleig estaba tan ensimismado con aquel dibujo grabado, que no notó al extraño anciano que se le acercó.
- Es la Dama de Lejos –el chico dio un salto asustado-. No era de aquí, vino de lejos, nadie supo nunca de donde. Fue la consorte favorita del Duque.  Pero murió a los pocos años de llegar. El Duque estaba muy triste y encargó a los mejores escultores del planeta Lueny que hicieran la estatua. Tardaron cuatro años en acabarla, los mismos que ella vivió aquí. La inscripción es el poema que ella solía recitar en la Fiesta de Otoño, pero nadie entiende su significado. ¿Quieres intentarlo tú?
-No, no sé leer señor –respondió el chico-. Y he de volver a la tienda –continuó señalando la casa.
-Yo te lo leeré, haber si eres capaz de desentrañar el misterio –le contestó el anciano cogiéndolo firmemente del brazo y levándolo delante de la inscripción-. A mi amada Dama de Lejos, eso es del Duque, lo que viene ahora es de ella –le aclaró guiñándole un ojo-. A la luz de la luna roja lo puedes ver. A la Luz de la luna verde sabrás dónde está. A la luz de la luna nueva lo encontrarás y a la luz de la luna llena te podría aceptar. Cuando mengue la luna roja déjalo ir. Al crecer la luna verde vendrá hacia ti. ¿De qué, o quién está hablando la Dama?
En anciano lo miró con una sonrisa amable, Ereleig no tenía ni la más remota idea de lo que querría decir aquello, pero como aquel anciano parecía amable quiso ser educado y contestó lo único que había entendido del poema.
- ¿De la luna, señor?
- Aquí no tenemos lunas rojas ni verdes.
- De la luna de donde ella era, quizás.
-Quizás, quizás, te lo vuelvo a leer, a ver si ahora lo adivinas.
El anciano se lo repitió de nuevo. Ereleig probó con los colores y el anciano lo volvió a leer. Ereleig le aseguraba que no lo sabía y entonces le hizo repetir cada una de las frases hasta que el chico pudo recitar el poema de memoria. Entonces se oyó la voz de Kuncita que lo llamaba desde la puerta de la tienda.
- ¡Ereleig, por favor, entra!
El chico se volvió al anciano para despedirse, pero ya no estaba. Confuso miró hacia las calles, pero tampoco había nadie allí.
- Ereleig – lo apremió el hombre-. ¡Ven, rápido!
Sin entender muy bien qué había pasado, el muchacho corrió hacia la puerta de la tienda que Kuncita mantenía abierta.
- He visto algo que puede serte muy útil, pero no sé si te va a venir bien, es mejor que te lo pruebes primero.
Era una tienda de ropa y calzado. El tendero estaba tras un largo mostrador de madera encerada muy limpia. A un lado tenía dos cajas atadas con un cordel y del otro una caja abierta donde podían verse unas botas de piel muy fina de un bonito color esmeralda. Kuncita cogió una y ayudó al chico a ponérsela. Comprobó que tal le iban, eran algo grandes para su pié.
El tendero trajo otra caja y de ella sacó una bota de color azul intenso que tendió al muchacho. Ereleig le devolvió la de color verde y se calzó la azul, sin ayuda esta vez, para satisfacción de Kuncita. Le venía perfecta, así que añadieron las botas azules al resto de las compras.
-Serán cuatro pesetas de plata señor Lay, y de regalo un par de calcetines para cada grumete –de debajo del mostrador sacó una cesta de mimbre llena de calcetines doblados por parejas-. Escoged el color que más os guste.
Ereleig rebuscó por la cesta y cogió unos de color esmeralda. Opalena metió la mano con timidez y cogió los primeros que rozaron sus dedos, eran unos calcetines de color marrón parduzco. El tendero negó con un gesto de la cabeza y con suavidad le quitó los calcetines a la chica.
-Estos son de hombre, mejor que lleves de mujer ¿no? –removió un poco la cesta y sacó unos de un suave color anaranjado-. Este color te sentará muy bien.
-Muchas gracias señor –respondió Opalena con un hilo de voz.
Kuncita pagó al tendero y, entregando la caja del calzado a Ereleig, tomó las del mostrador y se dispusieron a salir de la tienda. El propietario les abrió la puerta y les saludó con un gesto de cabeza a los chicos.
-Dad recuerdos a la capitana de mi parte y decidle que le mandaré recado en cuanto tenga su encargo, que no lo olvido, ha habido algunos contratiempos, pero llegará tarde o temprano.
- No lo duda creedme, hasta la vista señor Rars y gracias por rectificar el color.
- No podía permitir que una muchacha tan bonita luzca un color tan poco adecuado, le sentará bien una travesía en la nave. Supongo que si regresa ni la conoceré.
-Todo se andará señor Rars, todo se andará.
El hombre se tocó el sombrero a modo de último saludo y salió de la tienda. Los muchachos le esperaban quietos en la acera, mirando hacia el camino que conducía al mar, al puerto y a ese barco que sería su nuevo hogar. Kuncita les sonrió, comenzó a caminar y para sorpresa de los chicos a cantar alegremente.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Un Sueño con 4 Patas Cap. 10



CAPÍTULO 10

“QUIEN LA SIGUE, LA CONSIGUE”



Aquella tarde la señora Amalia les recordó amablemente que su jardín les necesitaba y, aunque no tardaron ni veinte minutos en tenerlo limpio, les pagó la hora entera. Les estaba despidiendo cuando apareció una de sus amigas, iba vestida de manera muy llamativa con una especie de túnica de color rosa muy fuerte que se enrollaba en el cuerpo y acababa haciendo una especie de velo. Los niños la miraron boquiabiertos y la señora se puso a reír, les dijo que su vestido se llamaba sari y era de la India, había llegado hacía dos días y le traía un regalo a su amiga Amalia.
 La señora quedó muy sorprendida al ver el jardín de su amiga y más al saber quiénes eran los jardineros. Al saber porqué los niños estaban trabajando les regaló diez euros, a cada uno. Subieron a casa más contentos que unas pascuas y enseguida se pusieron a colorear casillas, les faltaban cuarentainueve y ya sólo tenían nueve días para conseguirlo.
El lunes Julia tenía otra de sus brillantes ideas, lo único que tenían eran los abalorios, pero no se les daba bien hacer collares así que le sugirió a Daniel vender las cuentas en bolsitas pequeñas. Se pasaron la tarde haciendo paquetitos, les salieron sesenta paquetes, si los vendían a un euro tendrían más que suficiente.
El martes consiguieron vender diez y el miércoles quince. El jueves no vendieron nada, todos estaban demasiado ocupados con los preparativos de la fiesta de navidad al día siguiente y esto les dio la idea definitiva.
Pidieron permiso, por escrito, a la directora para poner un puesto de venta. La petición dejó tan sorprendida a la directora que les llamó a su despacho.
-En mis treinta años como directora de escuela, nunca había oído algo semejante, ¿Es cierto que estáis ahorrando para comprar un caballo?
-No, queremos adoptarlo señora Maite, nos falta muy poco, si nos deja vender durante la fiesta seguro que conseguimos lo que nos falta.
-¿Cuánto dinero habéis conseguido?
-Por ahora doscientos veintiséis euros.
-¿Y cuanto cuesta adoptar al caballo?
-Doscientos cincuenta euros, ya sólo nos faltan veinticuatro - contestó Julia.
-Bueno pues os doy permiso para poner el puesto y os felicito por lo bien que habéis redactado la petición.
En la fiesta vendieron veinticinco paquetitos. Al salir del colegio regalaron los once que les quedaban. Fueron a casa de Daniel y colorearon las casillas que les faltaban.
Aquellas fueron las navidades que más recordaron Daniel y Julia. Las pasaron en casa de la tía Lola, que había preparado el establo y el campo donde viviría Petit.
El abuelo Federico tramitó toda la documentación a su nombre, pero le hizo un papel a Daniel para que se sintiera dueño del caballo. Tardaron aún tres semanas en ir a buscar a Petit al refugio, Julia le acompañó y así pudo conocer en persona a Brisa, la yegua que tenia amadrinada, le pareció preciosa.
Daniel se sorprendió al ver a Petit más gordito. La señora del refugio les explicó que con buena comida, y agua siempre a punto, un caballo se recupera bien. El remolque dónde lo trasladarían hasta la casa de la tía Lola era muy grande. Subieron a Petit y después a Brisa. El abuelo Federico se acercó a Julia.
-Matilde me ha comentado que Brisa y Petit se han hecho muy amigos, sería una pena separarlos, a los caballos les gusta tener compañía así que ha hecho una excepción y me ha dejado adoptarla, ahora vivirán juntos y podrás visitarla siempre que puedas, con lo que has trabajado creo que es un buen regalo.
Julia abrazó al abuelo Federico y cuando todos estuvieron a punto se marcharon a la casa de la tía Lola.
Desde entonces cada fin de semana van a visitar a los caballos. El abuelo Federico les pagó un curso de verano en el refugio, donde aprendieron todo lo necesario para cuidarles muy bien.
Aún limpian el jardín de la señora Amalia, pues ya se habían acostumbrado a hacerlo y así ella está contenta. También cumplieron su palabra y les dejan ir a montar los caballos a sus compañeros del colegio.
Daniel y Julia comparten la cesta que les había regalado la señora Ángela y han aprendido a montar sólo con manta, al estilo de los nativos americanos, esto les costó sólo un par de caídas sin importancia. Brisa y Petit consiguieron los buenos amigos que se merecen, pero aún hay muchos otros animales en refugios que esperan encontrar quien los cuide bien y no son tan grandes, ni tan caros de mantener, como los caballos.

                                                                     FIN ?

La señora Matilde se llama en realidad Leonor Díaz de Liaño y es la directora del refugio Santuario de A.D.E. Tiene más de cien animales a su cargo, puedes apadrinar, adoptar, colaborar, te recuerdo de nuevo dónde encontrarlos:


Yo tengo amadrinada una potrita de pony llamada Larita y colaboro con ellos, de forma puntual, según mis circunstancias. És mi refugio favorito, aunque también he colaborado con otros en otros lugares de la geografía española. Busca el que esté más cerca del lugar dónde vives, cualquier tipo de ayuda es siempre muy bien recibida.

Y próximamente comenzaremos otra aventura, un viaje hacia el lejano Hobrén...

                                                                               


miércoles, 16 de agosto de 2017

Un Sueño con 4 Patas Cap. 9



CAPÍTULO 9

“LOS QUE SE PELEAN, SE DESEAN”



Ese año el puente de la constitución se había convertido en una semana de vacaciones, los padres de Daniel se iban de viaje a París y a él lo enviaron con la tía Esmeralda. Esto supuso que aquella semana no pudiera reunir ni un euro. Aunque trabajar, trabajó y mucho. La tía Esmeralda, casualmente, tenía que limpiar a fondo la casa y pintar los techos y el sótano. Su casa no era muy grande, pero tenía tres plantas. Cuando Daniel vio que también estaba la prima María ya supo que no serian unas vacaciones de las de jugar todo el día.
María era una prima mayor, muy trabajadora, que nunca se quejaba o decía que no y la tía Esmeralda, cada vez que le pedían que se quedara con ella, la ponía a limpiar a fondo su casa. A Daniel le tocó ayudarla, así que imaginad el humor que tenía cuando fueron a recogerlo sus padres.
Lo peor había sido la comida, la tía Esmeralda no acababa de entender bien lo de la celiaquía así que lo había tenido a dieta de arroz, maíz, huevos y patatas casi toda la semana.
El lunes había quedado con Julia para rellenar la cuadrícula, ahora tenían ciento setenta y ocho casillas pintadas y estaban muy contentos, pero también algo preocupados, aún les faltaba mucho dinero y ya sólo tenían dos semanas para conseguirlo. No tenían material para manualidades, a excepción de los abalorios.
-Pol me ha dicho que tenemos que conseguir treintaiséis euros cada semana para poder tener el dinero, o seis euros cada día.
-Mi abuelo me ha explicado que cuando él era pequeño cantaba villancicos por las casa y le daban propina.
-Eso sí que no lo hago.
-Pues en el rastro lo hiciste y no pasó nada.
-Era diferente, no estaba cantando, sólo recitaba.
-Sí que cantabas.
-No, no cantaba.
-¡Sí que lo hacías! Bruna dijo que te parecías a Sergio Dalma.
-¡Pues Bruna es tonta!
-¡Que cara que tienes!, encima que nos ha ayudado, ¡eres un impertinente!
-¡Y tú una sabionda!
-¿A sí? Pues no pienso ayudarte más.
Julia cogió su mochila y salió de la habitación dando un portazo, pidió a la madre de Daniel que llamara a su madre para que la fuera a recoger, le dijera que la esperaba en el portal y salió del piso.
Al llegar a la portería vio a la señora Amalia.
-Hola Julia, ¿venís a limpiar el jardín? Como la semana pasada no vinisteis está un poco descuidado.
-Dígaselo a Daniel, yo no pienso ayudarle más, es un tonto y no pienso ser más su amiga.
-Vaya, esto es grave. Os habéis enfadado. Bueno esperaré a verle para recordárselo. ¿Te vas a ir sola?
-No, mi madre vendrá a recogerme.
La señora Amalia le hizo compañía hasta que llegó su madre. Al día siguiente se llevó un enorme libro del que no despegó los ojos ni un momento durante el recreo e ignoró por completo los intentos de Daniel por disculparse. Esa tarde les tocaba trabajos manuales. Como la profesora estaba enferma y se había tenido que marchar, juntaron ambas clases y los pusieron por parejas. A Julia le tocó Daniel como compañero.
-Julia, por favor perdóname, no volveré a decirte sabionda.
-Me da igual lo que me digas.
-Es que estaba enfadado.
-Encima de que te he ayudado a conseguir un montón de dinero.
-Es que la semana pasada he tenido que quedarme con mi tía Esmeralda y es una pesada. He estado trabajando más que cuando preparábamos el rastro y no me ha dado ni un euro.
-¡Pues te aguantas!
No se hablaron durante el resto de la clase y al salir cada uno fue con su madre. Esta actitud extrañó a las madres que ya se habían acostumbrado a repartirse las tardes, pero decidieron dejar que los niños arreglaran sus problemas.
La señora Amalia le pidió a Daniel que fuera a comprarle comida para el gato. Daniel decidió ir de inmediato, porque ahora oscurecía enseguida y su madre no le dejaba ir solo. Corrió hasta la tienda, compró el saco de pienso y volvió corriendo. Se paró dos portales antes del suyo, porque le faltaba el aliento y entonces se fijó en algo que estaba en el suelo, parecía una papeleta, lo cogió y se dio cuenta de que era un billete de cincuenta euros, el corazón le dio un salto. ¡Aquello sí que era suerte! Entró en el portal y llamó a la casa de la señora Amalia. Esta le abrió con cara preocupada.
-¿Le pasa algo señora Amalia?
-Pues que he perdido un billete de cincuenta euros, se me debe de haber caído cuando te he dado el dinero del pienso.
-Yo he encontrado uno un poco más abajo en la calle. Tenga, seguro que es el suyo.
Daniel le entregó el billete, le dejó el pienso y le aceptó la propina de tres euros, que se empeñó en darle, por ser tan buen chico y tan honrado. Al subir a casa se puso a limpiar zapatos. Entonces le pasó algo raro. Se sentía sólo. Empezó a pensar en lo que estaría haciendo si Julia se hubiera quedado. Era un rollo que estuviera enfadada con él, cuando ella venía limpiar zapatos no le parecía tan aburrido.
Al día siguiente antes de entrar en clase Daniel se acercó a Julia, pero ella ando más deprisa y se metió en su clase. A la hora del recreo leía otro de esos libros enormes que sólo parecían gustarle a ella. Nicolás, un niño de su clase un poco gamberro le dio un tirón y le quitó el libro, Julia intentó recuperarlo, pero Nicolás se lo tiró a Gael y éste a Andrés, de manera que la niña no podía cogerlo. Daniel en cuanto lo vio fue corriendo y cogió el libro cuando volaba de Andrés a Nicolás; con él se fue hasta la puerta, al lado de los profesores, de manera que los niños no se lo pudieran volver a quitar. Julia fue hasta allí y Daniel le devolvió el libro.
-Gracias.
-¿Vienes esta tarde a casa? Es que si vamos a cantar tendré que aprenderme algún villancico, yo no sé ninguno.
-Tampoco era muy buena idea, Susana me ha dicho que está muy pasado de moda, además mi madre me ha dicho que tendríamos que ir al centro de la ciudad, donde pase mucha gente, y que ella no está dispuesta a helarse los pies durante horas por unos pocos euros que podamos ganar.
-Bueno, pero podemos jugar un rato juntos ¿No?
-Bueno, vale.


martes, 1 de agosto de 2017

Un Sueño con 4 Patas Cap. 8



CAPÍTULO 8

“LA UNIÓN HACE LA FUERZA”



A Julia le había encantado el libro, Daniel ya se lo esperaba. También le había gustado mucho la cesta de mimbre y cuando vio la gualdrapa se le pusieron los ojos como platos.
-La próxima vez que vayas yo también quiero ir.
-No sé si puedes, le preguntaremos a la señora Amalia que es su amiga.
-Tendríamos que empezar a reunir cosas para el rastro de Diciembre, es dentro de dos semanas.
-No me queda casi nada para vender, de cosas que no quiera.
-Tenemos los puntos de libro y la caja de cosas de tu tía. Si supiéramos hacer collares seguro que venderíamos muchos, porque cada vez estamos más cerca de la navidad.
Acabaron de hacer los deberes y se iban a poner a jugar cuando entró la madre de Julia con un paquete en la mano. La llamó y se lo dio.
-Un regalo de la tía Úrsula, que muchas felicidades y que cumplas muchos más.
-¿Es tu cumpleaños Julia? –le preguntó sorprendido Daniel.
-No, es en septiembre, pero mi tía Úrsula siempre me regala en noviembre porque según ella es cuando debía haber nacido, es un poco rara.
El paquete resultó ser un libro de manualidades “Cincuenta proyectos de adornos navideños con material natural y reciclado”, ¿Qué mejor cosa para vender en el rastro? Se pusieron manos a la obra al momento, leyeron el libro de principio a fin, hicieron listas de las cosas que necesitarían y quedaron al día siguiente para comenzar la producción.
Los primeros les salieron un poco feos, pero poco a poco les quedaron casi como los del libro. Durante el fin de semana pasaron horas y horas trabajando, con ayuda de la madre de Daniel el sábado y de los padres de Julia el domingo.
El lunes Julia vendió el primer adorno, una bola de colores hecha con papel. Se la había comprado la maestra por cincuenta céntimos. Marisa, su compañera de pupitre, la había visto y le había gustado mucho. Marisa era muy mañosa y se ofreció a ayudarles si podía quedarse con algo de lo que hiciera. Durante el recreo habían quedado para ir a casa de Julia a trabajar y al equipo se habían añadido las amigas de Marisa: Isabel, Elena, Bruna y Roma, que en realidad se llamaba Rogelia; pero como no le gustaba y se apellidaba Maseta con las dos primeras sílabas de nombre y apellido se había hecho un nombre más presentable según ella.
El martes se les añadió Pablo, un niño de quinto, que era considerado “el artista” del colegio y había ganado un premio de construcción de maquetas. Tras media hora en casa de Julia quedó claro que se merecía tal reputación. Además de la promesa de montar alguna vez el caballo, Pablo se ganó los corazones de Isabel, Elena y Bruna.
El jueves la casa de Julia parecía una fábrica. Su madre fue muy amable, ya estaba un poco harta de tanto niño en casa, pero al verlos tan entusiasmados se dijo que algo bueno estaban aprendiendo y aunque no la dejaran escribir ni una sola letra, era muy bonito ver tantos niños trabajando por un fin común. Estuvo a punto de grabarles con la cámara y enviar la grabación a las cortes, haber si seguían el ejemplo.
El domingo, hasta la naturaleza les ayudó amaneciendo con un sol radiante en un cielo azul, en el que no se veía ni una sola nube. Con tanto sol la gente salió a la calle y aquel domingo el rastro se llenó como hacía mucho no se veía.
Esta vez el puesto de Daniel y Julia estaba lleno de cosas nuevas, pero los precios seguían siendo de ganga. A media mañana vinieron a ayudarles Roma y Marisa. El termómetro del dibujo estaba a más de la mitad y la alegría de los niños iba en aumento.

Por la tarde lo habían vendido casi todo y al recoger les bastó con una caja de botas para guardar lo que les quedó. Lo que menos habían vendido fueron los puntos de libro, pero en total habían conseguido sesenta y siete euros con cuarenta céntimos.

lunes, 17 de julio de 2017

Un Sueño con 4 Patas Cap. 7





CAPÍTULO 7

“CUANDO MENOS TE LO ESPERAS, SALTA LA LIEBRE”



La amiga de la señora Amalia vivía a tan sólo siete paradas de metro y muy cerca de la estación. En una casa, una casa sola en medio de dos bloques de pisos. Parecía muy antigua, tenía un portal de rejas de hierro forjado y un llamador en forma de mano. Por un momento Daniel tuvo miedo, aquella puerta le recordaba las de las casas encantadas de las películas de brujas, miró a la señora Amalia, no tenía cara de bruja. Una mujer les abrió la puerta y les acompañó hasta la sala donde estaba la amiga de la señora Amalia.
Era mucho más mayor, tenía el pelo de un blanco resplandeciente recogido en un moño. Tenía muchísimas más arrugas que la señora Amalia y la boca aunque cerrada dibujaba una sonrisa. Al acercarse Daniel vio que tenía los ojos completamente blancos, esto lo inquietó, nunca había visto a nadie con cataratas.
-Buenas tardes Ángela, he traído al niño del que te hablé, el que me hace de jardinero.
-Hola –dijo Daniel.
-Pasad, pasad, Manuela ¿podrías preparar té y unas pastas?- la señora que les había abierto la puerta salió de la habitación- ¿Cuál era tu nombre pequeño?
-Daniel señora.
-Qué educado, puedes llamarme Ángela, eso de señora no me ha gustado nunca, ¿Cuál es el té que más te gusta?
-Pues no lo sé, creo que no he bebido nunca té.
-Claro, siempre se me olvida que aquí los niños no toman té. Viví muchos años en Inglaterra y allí todos beben té. Hace tanto que no salgo de la casa que a veces creo estar viviendo aún allí. Y a Amalia sí le gusta el té. Bueno unas pastas sí comerás ¿Verdad?
-Soy celíaco y no puedo comer cosas hechas con harina de trigo, ni avena, ni cebada, ni centeno.
-¡Vaya! Sí que me lo pones difícil, ¿unas galletas de arroz?
-Sí muchas gracias.
La señora Manuela trajo una bandeja con una bonita tetera de porcelana y unas tazas, un plato con pastas de té y una lata en la que había dibujado un dragón chino.
-Manuela, por favor, puedes traer galletas de arroz para mi invitado y zumo, ¿Qué zumo te gusta más?
-El de piña –contestó Daniel.
-Y un vaso bien grande de zumo de piña. Amalia sirves el té para nosotras por favor. Muy bien, así que estás ahorrando para comprarte un caballo Daniel.
-Sí señora Ángela.
-Por favor, no me llames señora, sólo Ángela. ¿Cuántos años tienes?
-Nueve, pero en febrero cumpliré diez.
-Y con nueve años te has puesto a trabajar para comprarte un caballo, hace mucho que no oía algo así, ahora a los niños les gustan otras cosas, esas maquinitas que hacen ruido, según parece son estupendas.
-No están mal cuando llueve o cuando vas en coche, pero al final te aburres un poco.
-Yo de joven trabajé en los establos de Lord Lancaster y créeme, cuidar un caballo es cansado. Hay que entrenarlos, cepillarlos, vigilar mucho la alimentación, controles veterinarios, exhibiciones. Sí era duro, ya lo creo, pero tuvimos un montón de premios.
-Pero yo no quiero a Petit para concursar.
-¿A no, entonces para qué lo quieres?
-Para que sea mi amigo, bueno a lo mejor lo podré montar si se recupera.
-¿Está enfermo?
-Está muy flaco, la señora del refugio me dijo un nombre muy raro de lo que tiene, pero no me acuerdo.
-Esta sí que es buena, un niño que trabaja para comprar un caballo enfermo y que seguramente será viejo. ¿Cuánto te han pedido?
-Doscientos cincuenta euros.
-Bueno al menos es barato ¿Está en un refugio has dicho? Cómo cambian las cosas. Bueno tomemos el té antes de que se enfríe.
Se quedaron con la señora una hora más. Cuando sonaron las seis y media la señora Ángela pidió a Manuela algo en voz baja, ésta salió de la sala y al rato trajo un gran bulto.
-Daniel, me pareces un buen chico y te voy a hacer un regalo, Manuela ha traído algo del desván, es la cesta de arreos, no creo que te sirva de mucho lo que hay dentro, debe de estar pasado, pero la cesta es del mejor mimbre del mundo, no como el de ahora que se rompe con el más ligero golpe, cógela.
 Daniel cogió la cesta que le tendía la señora Manuela, era muy grande, podría haber llevado en ella un perro de raza pequeña, dentro había toda clase de cepillos, un par de herramientas para limpiar los cascos, una lata grande de grasa de caballo, un bote de aceite para cascos, una caja llena de tiras de colores, trapos de diferente tejido y una medalla de papel. Ángela le explicó para qué servía cada una de las cosas y le pidió que le dejara la medalla, era la que había ganado con su primer caballo y le tenía mucho cariño. Además de la cesta le regaló un ronzal de cuero, una cuerda de metro y medio, una manta de montar y una gualdrapa de algodón de color violeta en el que había bordado un escudo.
-Es mi pequeña contribución a tu causa, seguro que te será muy útil y por último, Manuela por favor, trae el libro. Tendrás que estudiar un poco para aprender a cuidar a tu caballo como es debido, son animales fuertes, pero también delicados ¿Sabías que al no poder vomitar pueden morir de un cólico? La de caballos que he visto perderse por algo tan tonto.
El libro era muy, muy grande y gordo. Daniel no sabía cómo iba a poder llevar todo aquello en el metro. Pero al momento la señora Manuela dijo que el taxi les estaba esperando. Al llegar a su portal Daniel le pidió a su madre que bajara a ayudarle.

Aquella noche Daniel soñó que galopaba con Petit, llevaba la gualdrapa de color violeta y él iba vestido de caballero. Julia llevaba un vestido de princesa y leía un libro enorme. Cuando se acercó a ella dejó de leer y le dijo si quería pastel, que era de arroz y entonces vieron que Petit se estaba comiendo el pastel que ahora era un montón de heno y se ponían a reír. Cuando se despertó miró la cuadrícula, estaba casi a la mitad y aún le quedaban muchos días. Lo conseguiría, trabajaría mucho y tendría su caballo.