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jueves, 18 de abril de 2013

Algunos de mis cuentos

Aquí os dejo algunos de mis cuentos. Si os gustan mucho y los queréis utilizar no tienes más que pedirme permiso antes. Que disfrutéis.


Los Caballeros de la mesa triangular

Erase una vez tres amigos que estudiaban juntos en la Escuela de Caballería del castillo de Queribás.
Se llamaban Daniel, Joel y Rafel. Siempre estaban juntos: practicaban juntos, cabalgaban juntos y se armaron caballeros el mismo día, así que decidieron ir a vivir juntos.
Buscaron un castillo que pudieran pagar y encargaron una mesa con forma de triangulo, ya que así todos tenían el lugar de preferencia y eran iguales. Por esto se les conocía como los Caballeros de la Mesa Triangular.
Llamaron a su castillo  “Dajorá”, utilizando la primera sílaba de sus nombres.
La vida en el castillo era agradable y divertida. Limpiaban, cuidaban de los animales, salían a cabalgar y todas las cosas que suelen hacer los caballeros en tiempos de paz.
Un día decidieron pasear por el bosque. Mientras trotaban con sus caballos un extraño ruido llamó su atención, se pararon y escucharon un rugido que se elevaba hacia el cielo y en la lejanía vieron elevarse un dragón de gran tamaño, que volaba hacia el oeste alejándose del bosque. Dejaron a los caballos atados en un claro y decidieron ir al lugar  de donde habían visto salir al dragón para ver que había.
No habían caminado mucho rato cuando divisaron un gran claro rodeado de espesos arbustos y en el centro de aquel claro un gran nido. ¿Sería el nido del dragón? Los tres caballeros recordaban historias horribles de dragones, pero la curiosidad era muy grande y decidieron ir a mirar un momento; si el dragón volvía tendrían tiempo de esconderse.
Al mirar en el interior del nido descubrieron tres huevos, tres grandes huevos de dragón, uno era azul, otro amarillo y otro rojo. Los caballeros estaban muy contentos pues eran tal vez los únicos  que habían visto huevos de dragón. Daniel quería saber que tacto tenían, pero Joel pensaba que era una imprudencia, ya los habían visto y era mejor regresar al castillo.
Un ruido extraño les llamó la atención, algo así como cuando partes una nuez, y al mirar los huevos vieron que se estaban abriendo. Tenían unas grietas que cada vez se hacían más grandes hasta que la cascara se partió y tres dragoncitos asomaron la cabeza, miraron a los caballeros con sus grandes ojos y los tres a la vez gritaron:
- ¡Mami!
Los caballeros se miraron y se alejaron del nido. Mientras atravesaban los arbustos podían oír a los dragoncitos que escalaban el nido y los llamaban sin cesar.
-¿Qué hacen Joel? Preguntó Rafel.
-¡Nos están siguiendo!
-¿Qué hacemos Daniel?
-No sé, tal vez si les hablamos - y dando la vuelta empezó a hablar con los animales.
-¡Volved al nido, venga! Nosotros no somos vuestra madre, ¡volved al nido por favor!
Pero los dragones continuaban avanzando hacia ellos. Cuanto más corrían los caballeros más corrían los dragones y al llegar cerca del claro donde tenían los caballos sucedió lo inevitable.
 Un rugido inundó el bosque y la gran dragona aterrizó detrás de  los dragoncitos. Daniel, Joel y Rafel se quedaron quietos como estatuas. La dragona los miraba muy enfadada y los dragoncitos miraron a los caballeros primero, a la dragona después, se miraron entre ellos y volviendo las cabezas hacia la dragona, corrieron hacia ella gritando
-¡Mami!
La dragona lamió a sus hijos y los caballeros aprovechando que estaba distraída corrieron hacia los caballos, montaron y a galope tendido volvieron a su castillo.

Casi no pudieron comer del miedo que habían pasado.
- Pensaba que nos comía allí mismo- dijo Daniel.
- Sí que hemos tenido suerte, yo no pienso volver por el bosque en mucho tiempo- aseguró Joel.
-¿Creéis que los dragones se quedarán a vivir en el bosque o se irán al crecer? Porque si se quedan tendremos que buscarnos otro castillo- comentó Rafel.
Por el momento decidieron echar la siesta. Justo al acostarse llamaron a la puerta de la torre.
-¿Esperamos a alguien?- preguntó Joel. 
– Que yo sepa no, ¿porqué no vas a abrir Daniel?- dijo Rafel – Yo abrí la última vez, ahora te toca a ti.
Un nuevo golpe sonó en la puerta, esta vez más fuerte. 
-Te toca abrir a ti Rafel, acuérdate que te cambié abrir la puerta por lavarte los calcetines.
- Eso fue ayer, te toca abrir a ti Joel.
La puerta del castillo se hizo astillas con un nuevo golpe y por el agujero que quedó apareció la cabeza de la dragona del bosque. Los caballeros se quedaron blancos como la nieve, no sabían qué hacer. La dragona habló:
- Vosotros sois los que habéis estado en mi nido, os he reconocido por el olor.
- Perdónenos señora dragón, no teníamos intención de dañar a sus hijos, es que nunca habíamos vistos huevos y ya sabe la curiosidad… le prometemos que no lo diremos a nadie
- Eso espero- respondió la dragona - parecéis unos humanos sinceros y responsables, necesito que cuidéis de mis niños un tiempo - la cabeza desapareció y por el agujero entraron los tres dragoncitos.-Cuidadlos bien, volveré al anochecer y si les ha ocurrido algo os dejaré bien chamuscados. Y vosotros portaos bien con los tíos humanos.
Dicho esto la dragona se alejó volando y los caballeros fueron a buscar a los dragones que estaban en la sala noble jugando con las armaduras. Éstas cayeron por el suelo y se abollaron.
-Daniel lleva los dragones a la cocina o nos quedamos sin armaduras- dijo Joel. Pero en la cocina fue peor, los dragones querían practicar el vuelo y rompían platos, vasos y todo lo que estaba cerca de sus alas.
-Creo que sería mejor llevarlos al patio de armas, allí podrán volar si romperlo todo- sugirió Daniel.
Rafel se los llevó al patio, y la cosa se puso fea de verdad. Al poder volar comenzaron a jugar a tirarse fuego y se incendió el techo de las cuadras. Joel y Rafel apagaron el fuego mientras Daniel tranquilizaba a los animales.
 - Necesitamos que se estén quietos, ¿Qué hacemos?
Joel tuvo una idea, subió a la habitación y cogió el laúd.
-Muy bien ¿quién quiere que le toque una canción?- y rasgando el laúd llenó el patio de música.
Los dragoncitos escuchaban atentamente y cuando terminó la canción pidieron otra. Daniel les cantó una canción que hablaba de un dragón que se hacía amigo de un humano y juntos recorrían el mundo y pasaban muchas aventuras. Al anochecer regresó la dragona y le alegró ver a sus hijitos tan contentos, estaba tan satisfecha que a partir de aquel día siempre que tenía que ausentarse del nido dejaba sus crías con los caballeros. Con el tiempo se hicieron muy amigos, como el dragón de la canción, y al crecer vivieron muchas aventuras, algunas de las cuales aún se escuchan en las baladas de los juglares y que en otra ocasión os contaré.

                                                         FIN

Cuento original de M.V.Pirenne                                             Octubre de 2010


LAS CINCO ESTACIONES
Laia llegó un poco alterada a casa.
– ¡Mama! Lola me ha dicho que el año tiene ¡cinco estaciones!
-Es verdad - contestó la madre.
-Pero en el colegio hemos estudiado las estaciones y son cuatro - respondió la niña.
-Laia la quinta estación es muy pequeña y siempre se mete entre dos grandes y es por eso que mucha gente no la reconoce.
-¿Y porque es tan pequeña? - pidió la niña.  La madre la hizo sentar a su lado y empezó a explicar:
-Erase una vez hace mucho, mucho tiempo que el Año se sintió un poco solo y un poco cansado, él era el encargado de hacer cambiar el tiempo del frío al calor y del calor al frío para que los animales y las plantas se reprodujeran y dieran fruto. Trabajaba día y noche y no se podía permitir ni un minuto de descanso, puesto que el tiempo se paraba y nada en el mundo cambiaba.
Un día mientras observaba a las trabajadoras hormigas pensó:
-“Fíjate cómo se ayudan entre ellas y así el trabajo es mes fácil, si yo tuviera quién me ayudara podría descansar de vez en cuando”.
Dicho y hecho, Año cogió unos meses de su tiempo y se hizo una hija a la que llamó Primavera, le dio los cabellos verdes y su vestido era todo de flores. Tenía la piel rosada y era muy alegre.
Primavera aprendió a dar calor poco a poco para qué las plantas despertaran y llenaran la tierra de plantas y flores; también llamaba a los animales para que jugaran. Su padre también la enseñó a traer el viento y la lluvia y entre los dos hacían el trabajo con alegría.
Pero pasado un tiempo Primavera empezó a sentirse muy cansada, hasta que un día se quedó profundamente dormida.
Año, que ya se había acostumbrado a tener compañía, decidió coger unos meses más y creó un segundo hijo al que llamó Verano. De cabello rojo como el fuego y la piel morena.
Cómo que era la época de que los frutos maduraran lo enseñó a usar el calor de forma que plantas y animales tuvieran muchas ganas de crecer. A Verano le gustó tanto aquello del calor, que algunos días hacía subir tanto la temperatura que los animales yacían adormilados la mayor parte del día.
Pasaban los días y Verano también empezó a sentir un extraño cansancio, que hacía que algunos días el calor aflojara, hasta que un día se durmió y nada lo hacía despertar.
Año, que empezaba a sospechar qué pasaba, cogió tres meses más y los transformó en su tercera hija, Otoño. Para ella había utilizado para el tiempo en el que las plantas que tardan en dar fruto se apresuran a hacerlo en esos días.
De cabellos amarillo y marrón, con una piel dorada, Otoño era muy bella. Su padre la enseñó a hablar con los animales para que hicieran despensa para los días de frío. También le dio el secreto de cambiar el color de las hojas en algunos árboles, le enseñó cómo hacer llover y amortiguar la luz para que el mundo se recogiera.
Cuándo Año vio que su hija empezaba a adormilarse, la llevó al palacio bajo tierra dónde estaba su casa y le preparó una cama en la habitación donde sus otros hermanos dormían. Después cogió más tiempo y creó su cuarto hijo.

De cabellos y piel blanquísima Invierno nació a la época del frío intenso. Su padre le dio el dominio sobre el hielo, la nieve y la escarcha que hacían que las semillas dormidas se prepararan para el tiempo de germinar. Aprendió la “Canción de Mucho Sueño” con la que los animales dormían profundamente en sus madrigueras día y noche.
Mientras Invierno hacía su trabajo, Año con los cinco días que le quedaban creó una hija más, muy pequeñita, pero cómo que no tenía fuerzas Año cogió unos días de Primavera, otros de Verano, unos pocos de Otoño y pidió unos cuántos a Invierno.
La quinta hija, pequeñita y vivaracha, tiene el cabello de todos los colores y la piel irisada.
- Te llamarás Quin-ta. - le dijo su padre con solemnidad - y el trabajo que te encomiendo es ayudar a tus hermanos. Ahora harás dormir a Invierno y despiertas a Primavera. Después de hacer esto tú te dormirás. Cuándo despiertes verás que tu hermana empieza a estar cansada, la harás dormir y despiertas a Verano. Cuando Verano esté muy despierto volverás a dormir y despertarás justo a tiempo para hacer dormir a Verano y despertar a Otoño, entonces te volverás a dormir y cuándo sea el momento…
-Despertaré y hago dormir a Otoño y levanto a Invierno -. Dijo Quin-ta muy seria.
Su padre se la miró orgulloso.
-¡Qué hijita tan inteligente para ser tan pequeña! También ayudarás a los animales y las plantas a prepararse entre estaciones, que es como llamaré al tiempo de cada uno de tus hermanos.
Y así el Año repartió su tiempo en las cuatro estaciones que todos conocemos bien: la primavera que hace crecer las flores, el caluroso y soleado verano, el otoño cuando caen las hojas y el frío invierno. Y la estación que hace cinco, la pequeñita que tiene un poco de sus hermanos, se encuentra en medio. Pero casi no se ve y mucha gente la ha olvidado, a pesar de que si nos fijamos bien la podemos ver entre sus hermanos.
 Laia miró a su madre muy seria y finalmente preguntó:
-¿Cómo puedo saber cuándo estamos en la quinta estación?
La madre la miró y sonrió.
-Hay dos maneras, una memoriza esta frase, “del día cinco hasta el veintitrés del más que cambia la estación estarás en la transición”.
-¿Que quiere decir eso mami?
-Pues que si la primavera empieza el 21 de Marzo, del día 5 hasta el 23 de marzo estamos a la estación de transición.
- ¿La otra manera es más fácil? - Quiso saber la niña.
-Podríamos decir que sí, verás durante la estación de transición nuestro cuerpo hace limpieza para prepararse para el nuevo tiempo, así que puedes saber si estas en la quinta estación cuando sin ninguna razón tenemos diarrea.
Laia se puso a reír y le pidió a su madre que escribiera el cuento para poder enseñárselo a Lola al día siguiente.


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