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domingo, 1 de julio de 2018

AVENTURAS EN LA MARYGALANTE Cap. 8

Querid@s Seguidor@s,

Llegó el verano, las vacaciones, los momentos de relax, de montaña, playa y aquí siguiendo nuestra travesía. ¡Compártela con tus amigos!



CAPITULO 8
DESERCIÓN

Los esfuerzos de Opalena por permanecer despierta eran infructuosos y en cuanto cerró un momento los ojos, cuyos párpados le pesaban como si fueran de plomo, se quedó dormida. Ereleig la tapó con una mantita y se sentó frente a la cristalera. Se miró las manos, llenas de aquella pasta verde. Intentó moverlas, pero las seguía teniendo entumecidas y no le respondían. La Sra. Lotte entró de nuevo en la enfermería.

- Ereleig, ¿Que tal tienes las manos?
- Creo que bien, pero no las puedo mover.
-¿Las sigues sintiendo frías?
- No, frías no, no las siento nada.
- Bueno, aún estamos dentro de lo normal en estos casos.
- Sra. Lotte, ¿Qué pasará si las manos no se me curan?
- Las tendremos que cortar.

En un gesto inconsciente el muchacho las escondió tras la espalda, la mujer comenzó a reír ligeramente.

- Es broma Ereleig, ni pienses siquiera esa posibilidad. Te las voy a vendar para que la crema haga más efecto y que puedas salir fuera, que te dé el sol. Así dejaremos a Opalena descansar tranquila.

Emma sacó dos rollos de venda y vendó abundantemente las manos del chico. Después le puso unas manoplas que le ajustó con tiras de velcro y lo envió fuera. Subió las barandas del diván, así podría dejar a Opalena sola, ya que no se caería aunque retomaran la singladura. Era una precaución necesaria ya que el cielo había comenzado a encapotarse y no sería extraño que, tal como Kuncita había avisado, estallara una tormenta. Una vez todo controlado fue a la cocina a ayudar al Sr. Cook, ya que Opalena estaba anestesiada y Ereleig no podría utilizar las manos en un par de días.

La cocina estaba casi al completo, pues a excepción de la capitana, el timonel,  y la grumete, todos estaban allí; que entrara Emma fue demasiado para el cocinero.

- Por favor, trato de preparar algo de comer, y no poder casi ni respirar me molesta. ¿Seríais tan amables de ir al comedor?
- ¿No quiere que le ayude Sr. Cook?
- Prefiero que no Egane, muchas gracias, pero estoy algo alterado y necesito mi espacio para hacer las cosas, de verdad gracias, pero no.
- ¿Yo tampoco John?
-No, Emma, muchas gracias, pero no, id al comedor y tomad mas té y dejadme espacio.

La tripulación se fue al comedor llevándose el termo grande de la tila y un plato de galletas de sarraceno que le tendió el cocinero a la Sra. Lotte, mientras le preguntaba por la chica.

- ¿Está dormida Emma?
- Como un tronco, no creo que despierte hasta bien pasada la media tarde.
- Espero que no la deje traumatizada, bueno, no más de lo que ya está.
- ¡Exagerado! No está traumatizada, sólo es algo tímida, yo también era así a su edad, pensaban que era muda, porque ni a hablar me atrevía y ahora mira...
- ¿De veras?
- ¡Pues claro que no! Ja ja ja ja ja, siempre he sido una empedernida oradora, para compensar las horas discretas y silenciosas en la biblioteca.
- Es increíble que estés de tan buen humor después de esto, eres un caso Emma, pero gracias por existir.
- ¿Le llevo una taza de té y un par de galletas a Roc?
- No, ya se lo llevo yo cuando le baje el fuego a la crema. Gracias.

La mujer llevó el plato al comedor y fue ofreciendo galletas. El cocinero siguió con lo suyo, ya más tranquilo. Una vez todo listo llenó dos tazas de té, las puso en una bandeja, junto a un plato con una galleta de semillas, y lo subió a cubierta. Fue hasta el timón, dónde el Sr. Refrany continuaba con su labor imperturbable. Dejó la bandeja en la repisa de estribor y tomó su taza, le dio un sorbo y oteó el horizonte durante unos minutos. Una vez apuró el contenido la dejó en la bandeja.

- ¿No vas a parar hasta acabar tu turno?
- Navío parado no gana flete.
- Pues déjame el timón un ratito y tómate el té y la galleta, anda no seas terco.

El timonel le cedió su puesto de mala gana. Cogió la taza y bebió la mitad, se comió la galleta y acabó el té. Una vez puso la taza en la bandeja empujó suavemente al cocinero para recuperar su puesto.

- Hoy vamos a pasar con crema de calabaza y cebolla dulce, a ver si se nos calman los nervios. Hacía tiempo que a Larimar no le daba un arrebato, cuando se pone así hasta da un poco de miedo. En La Atrevida no le pasaba, o al menos yo no lo recuerdo. Tal vez era por su padre, el almirante O'brian tiene la sangre más fría que el hielo en estas ocasiones. En eso Larimar ha salido a su madre ¿No crees?
- Con la mujer y con la mar hay que saber navegar.
- Sí, tienes razón, como de costumbre. ¿Te subo la crema cuando esté o te la guardo en el termo y la comes en el camarote?
- Cuando venga Egane bajo.

El cocinero recogió la bandeja y con una sonrisa volvió a la cocina, si Roc bajaba era para comer con él, por muy sereno que se mostrara el timonel también se había alterado con lo sucedido. Aunque en algo se equivocaba el cocinero, no era el encontronazo lo que había alterado al hombre, sino la sensación de que algo extraño se avecinaba, pero era incapaz de comprender qué era.

Larimar contemplaba el amasijo de papeles, mientras las lágrimas le corrían mejillas abajo, la concentración de salitre aún era muy elevada. El Sr. Eivioc le puso una pata sobre la pierna y le restregó el morro. La mujer le comenzó a acariciar entre las orejas. Tras unos minutos, y una vez el aire se hubo renovado, los ojos de Larimar dejaron de lagrimear y por fin pudo mirar bien el libro de rutas.

Pese a la mala pasada del barco (de casco negro y velas amarillas) no se habían desviado de la ruta, así que según el libro en unas horas llegarían a la península Atolón. Era un buen lugar para hacer una parada. Desembarcar y pasar la noche allí, ahora que iban a tener que ampliar la estancia en An-Dro no era imprescindible llegar cuanto antes. La tripulación agradecería un descanso, y ella podría, con tranquilidad, recuperar el bauprés y repasar el calafateado, porque ahora que estaba más calmada sentía que a babor, casi rozando la línea de flotación, habían grietas.

El viento comenzó a soplar con bastante fuerza y las nubes que encapotaban el cielo fueron arrastradas con él. Un brillante azul volvió a inundarlo todo de horizonte a horizonte. Esto acabó de decidir a la capitana.

-Mary, esta noche que duerman fuera y así estaremos tranquilas y lo repasamos todo. Si vamos a hacer estancia en An-Dro lo hacemos a lo grande y tú bien guapa, que vean que eres la mejor nave de la flota, con permiso de La Atrevida. ¿Te parece bien? ¿Sí? Pues vamos Sr. Eivioc, vamos a comer y a anunciar que esta tarde vamos de paseo, sí, a los chicos les sentará bien un poco de tierra firme.

Tras la comida, la noticia de hacer una noche fuera fue acogida con entusiasmo. La capitana no dio unas explicaciones muy amplias sobre su decisión, ya que no quería anunciar, por el momento, que la estancia en An-Dro se alargaría una semana. Según el mapa del libro de rutas tan sólo les separaban unas pocas millas de Atolón, así que en breve desembarcarían. Larimar los envió a todos a preparar sus cosas y se hizo cargo del timón para que Egane también pudiera empacar. Cuando se avistó la costa todos estaban preparados.

Atolón tenía tres puertos, el Puerto Punta, Cetreo y Principal. La configuración de la península era romboidal con dos larguísimos paseos que se unían formando una pequeña península llamada La Punta. Los paseos flanqueaban la laguna Estenoalina, famosa por sus vieiras azules. El más largo de los paseos, el del este, te llevaba al norte, a Puerto Principal, que se hallaba en la parte más alta del rombo que conformaba la gran península. El paseo del lado oeste terminaba en Cetreo, era el puerto de recreo y, dónde más naves y barcos de lujo y competición recalaban. El puerto de Punta era dónde solían atracar los barcos de corta estancia.

Aquella tarde Puerto Punta estaba totalmente libre. La Marygalante atracó con suavidad en el pequeño puerto. Una vez echada el ancla surgió un pequeño dilema: Opalena.
La chica seguía dormida en la enfermería. La Sra. Lotte trató de despertarla, pero la chica no abrió los ojos ni dio señal de ir a despertarse.

- Vaya, sí que le ha dado fuerte el sedante.
- ¿Por qué la has sedado Emma?
- Bueno, a su taza de tila John le ha añadido esencia de clavo, estaba muy trastornada Larimar, casi tenía un ataque de pánico.
-¿Esencia de clavo? Si le sienta como a mí no despertará hasta mañana.
- No creo que le haya puesto una dosis de adulto, pero no sabemos a qué raza pertenece, yo no le he preguntado, supongo que es Kogan, como Ereleig.
- Bueno, la podemos dejar a cargo de La Mary, yo quiero que el Sr. Eivioc pasee un poco y me gustaría llegarme al puesto de comandancia y enviar un telegrama a mi padre. Luego volveré y si ha despertado la llevo al hostal y si no pues se queda con nosotras, sí, eso haremos.

La Sra. Lotte  arregló la manta que cubría a Opalena y salió con la capitana. Al poco todos los tripulantes desembarcaban de La Marygalante. El Sr. Eivioc correteó entusiasmado por entre las palmeras. 

Al llegar a la altura del puesto de comandancia descubrieron que estaba cerrado. En ocasiones sucedía, ya que Punta era un puerto muy pequeño, esto obligaba a la capitana a ir hasta Cetreo. Decidieron tomar una taza de chocolate en el Club Marítim, dónde tenían algunos viejos conocidos. Osasti, la hija del director, era una de las más antiguas novias de Kuncita y éste, al comprender que disponía de toda una noche para estar con ella, apretó el paso de tal manera que recibió una pequeña exhortación de la capitana, a no dejar atrás al grupo, y un montón de bromas de los hermanos Uxián y del cocinero. Ereleig no entendía mucho de lo que decían, pero se reía de todo, estaba contento de tener suelo firme bajo los pies y el Sr. Eivioc se le había acercado y se había dejado acariciar.

Cuando llegaron a Cetreo comprendieron que algo no iba bien. Tampoco había ningún barco en el puerto. En el Club les informaron de que había una alerta por temporal y habían llevado todos los barcos a Puerto Principal, ya que era el único totalmente seguro, era de los escasos puertos que podían presumir de Protección A****. Ante esta información Larima estimó que su decisión había sido muy acertada, si había temporal de magnitud 9, como se tenía previsto, era mejor pasarlo en un hotel que a bordo del barco. Se llevó a parte al segundo, antes de que la atención del hombre recayera en Osasti, por la que ya estaba preguntando.

- Sr. Lay, creo que prima volver a por Opalena, aunque esté dormida, la puedes traer en brazos y luego ya te dedicas en exclusiva a Osasti.
- Dudo que le haga mucha gracia verme entrar con una muchachita en brazos, hace como siete u ocho años que no la vengo a visitar.
- Emma la pondrá al corriente de quién es, anda vamos.

De muy mala gana el marino se dirigió hasta la puerta, pero su nombre, pronunciado por una firme voz femenina, lo hizo volverse e ir directo hacia la morena mujer que lo llamaba desde el descansillo de las escaleras del primer piso. Kuncita subió los escalones de dos en dos y abrazó a la mujer, que le esperaba con una sonrisa deslumbrante. Larimar suspiró y le permitió unos minutos, por dejarle intimidad, para que besara a su novia, miró por el ventanal. Por el norte comenzaba a encapotarse de nuevo el cielo. El Sr. Refrany pasaba por su lado hacia la sala, también miró por el ventanal.

- Si se calma el vendaval y por el norte se rola, es probable un temporal con el agua hasta la gola.
- Mejor que lo pasen aquí entonces - el timonel asintió con la cabeza y siguió su camino-Larimar miró a la pareja y decidió que si no ponía ella fin al preludio ya podía irse sola, así que elevando el tono de su voz llamó a su segundo - ¡Sr. Kuncita Lay-Malone, se le requiere a bordo de La Marygalante!

Ante este imperativo el hombre tuvo que dejar su agradable ocupación y salir con la capitana. Una vez en la calle Larimar le señaló la boca.

-¿Carmín?
- Ajá.
- Osasti está preciosa y sigue besando igual de bien.
- Ajá.
- Esta noche vamos a recuperar ocho años.
-Ajá.
- Primero un buen baño y luego a desmontar la cama por los cuatro costados, sí a ella le gusta así, siempre primero un baño.
-Ajá.
- No quieres detalles ¿he?
-No los necesito, lo que haga o deshaga sólo es asunto suyo - la capitana buscó a su perro con la mirada- ¡Vamos Sr. Eivioc! Deja a Opalena con Emma y luego haz lo que prefieras.
- ¿Lo has notado?
- ¿El qué Lay?
- Un ligero temblor de tierra.
- ¡Vamos Lay! Esa broma es muy tonta.
-¡No! Lo digo en serio, ha habido un temblor de tierra, muy suave.

El Sr. Eivioc soltó un pequeño gemido, irguió las orejas y comenzó a correr deprisa en dirección a La Marygalante, que a aquella distancia se veía pequeña como un velero.


Opalena esperó un buen rato para moverse, aún a pesar de que no se oía absolutamente nada ni a nadie en el barco, por lo que había oído, hasta la capitana había desembarcado.
Se levantó despacio, aún estaba algo mareada, y con mucho cuidado bajó del diván. En la puerta de la enfermería había una nota.

" Opalena, en caso de que despiertes y encuentres el barco vacío es porque estamos en Atolón, quédate en tu camarote o en la sala de estudio. La capitana vendrá a buscarte antes de anochecer. Firmado: Sra. Lotte "

Subió a cubierta y comprobó que no había nadie. El barco estaba completamente vacío. Lo recorrió de arriba a abajo. Entró en la sala de estudio y paseó la vista por las estanterías. Sobre la mesa de la Sra. Lotte había un libro forrado de tela de un llamativo rosa muy intenso. Por curiosidad lo abrió y vio que era un compendio de poemas, lo sabía porque las frases eran cortas y estaban escritas en el centro de la página. En casa de los Pema tenían muchos libros de poemas. Algunos no se los dejaban tocar ni para limpiarlos. Lo ojeó un momento, hacia la mitad había una nota en un papel de color cremoso que le llamó la atención por su textura, era fino y suave pero sin la rigidez típica del papel que conocía. Sin pensarlo mucho leyó lo que había escrito.

" Busco carne fresca, nada hay más exquisito. Un placer por el que estoy dispuesto a pagar la suma que me indiques. Olerla, saborearla, sentirla entre mis dientes. Dicen que cuanto más joven más tierna, pero yo la prefiero ya algo madura. Encuéntrame una candidata que mi paladar pueda apreciar. Instrúyela, prepárala cómo si a vivir siempre fuera. La recompensa será muy generosa"

La nota se le cayó de las manos. Carne fresca, una candidata que mi paladar pueda apreciar. Dispuesto a pagar la suma que me indiques... Recuerdos se agolparon en su mente. Historias que había oído en la casa de los Archiduques, aquellas horribles historias de los elitistas antropófagos. Ya no le cupo duda de cuál era su destino en aquella nave a menos que huyera, y precisamente estaba sola ¡Era ahora o nunca!

Fue a su camarote y metió en su pañuelo lo poquísimo que tenía. Dejó la ropa que le habían comprado en el barco. Estaba decidida a escapar de aquella gente, era su oportunidad. Estaban en Atolón y ella sabía que allí estaba Puerto Principal, uno de los lugares más seguros de aquellas regiones. Allí había una unidad del Orfanato Estatal, ella ya había estado allí cuando fue expulsada de la casa del los Pema. Era un sitio triste y severo, pero mil veces mejor que seguir en aquel barco, con la certeza de que en cualquier momento la venderían como carne para festín. Subió de nuevo a la cubierta y se dirigió a la pasarela. Comenzó a cruzarla. En la lejanía avistó dos siluetas, una muy alta, seguramente el segundo y la capitana, tenía que darse prisa. El vaivén la hizo detenerse. Aquella tabla se movía demasiado para ella y temía caerse al agua, ella no sabía nadar. El miedo comenzó a atenazarle la garganta y las piernas.

Se quedó inmóvil, casi en medio de la pasarela, sin poder dar un paso adelante o atrás. La cabeza le comenzó a dar vueltas y se encogió sobre sí misma sin saber qué hacer. Huir, tenía que huir y hacerlo ya, antes de que llegaran al barco. Hizo acopio de valor, se levantó y comenzó a caminar hacia la playa, ya quedaba poquito. Entonces sintió un temblor y vio que la pasarela comenzaba a recogerse. El pánico se apoderó de ella y saltó hacia delante. Cayó sobre la arena mojada. No había agua. Miró hacia el barco y lo vio medio encallado en la orilla. No se paró a pensar en cómo había sucedido, se levantó y comenzó a correr por el paseo de la derecha.


Kuncita paró en seco y se llevó la mano al corazón. Larimar lo miró interrogante. Sin decirle nada la cogió por el brazo y la llevó a la orilla de la laguna que misteriosamente estaba seca. Larimar sintió el grito de la nave y cómo ésta se cerraba herméticamente. Comenzó a sentirse mareada. Kuncita la cogió cómo un saco y comenzó a descender la escollera. Al llegar al fondo sintieron el estruendo y una tromba de agua les cayó encima, llenando la laguna y empujándolos de nuevo a la superficie. Nadar no era el fuerte de Larimar pero consiguió llegar a la orilla y salir. Kuncita la ayudó a ponerse de pie.

-¿Qué está pasando?
- Una ola de casi diez metros, creo que la ha provocado el temblor.

Instintivamente miraron hacia La Marygalante, estaba en medio de una duna de tierra. Corrieron hacia allí, pero al llegar al punto donde se unían los dos paseos Larimar paró.

Eivioc! ¡Sr. Eivioc! ¿¡Dónde está Eivioc!?

Kuncita la cogió por el brazo y le señaló un punto en la distancia. El color amarillo del pelo no dejaba lugar a dudas, Opalena corría por el paseo en dirección a Puerto Principal. Una enorme ola se alzó desde la laguna y rompió contra el paseo barriendo todo a su paso.

Opalena ni siquiera la vio. Simplemente se sintió empujada hacia la derecha y cayó en una profundidad acuosa que la envolvió por completo. Se movió frenéticamente intentando buscar la superficie. Una fuerza la empujó hacia arriba y sacó la cabeza, pero de inmediato se volvió a hundir. El vestido le dificultaba poder mover las piernas. Aquel oleaje la volvió a empujar hacia la superficie y aunque trató de mantener la cabeza fuera del agua volvió a hundirse sin remedio. Entonces sintió que algo le agarraba el pelo y tiraba de ella hacia la superficie. Ante ella vio un roca con algas blancas, se agarró a ellas, entonces la roca comenzó a moverse.

Larimar echó a correr hacia La Marygalante en cuanto vio que el Sr. Eivioc se tiraba al agua tras Opalena. Nuevamente la nave estaba sobre agua y se dirigía en dirección a la chica. Larimar llegó hasta el extremo de la escollera y cuando la nave pasó por debajo saltó hacia ella. Kuncita la seguía unos pasos por detrás, pero también llegó a tiempo de saltar. Cogió el timón del velero y lo sujetó con firmeza, mientras Larimar ponía la vela a favor del viento para acelerar la marcha. Sabía que el can no podría resistir mucho rato en el agua llevando a la chica.

Opalena entendió que aquella roca era el Sr. Eivioc, el perro procuraba nadar pero el peso de ella se lo impedía, al menos conseguía que las cabezas de ambos siguieran en la superficie. Se hundieron de nuevo, al animal le fallaban las fuerzas y ella era incapaz de hacer nada. Sintió un terrible tirón del pelo, y lo siguiente, unas manos que la agarraban por el vestido y la izaban a una barca. Se dio la vuelta y pudo ver la espalda de la capitana que ayudaba al perro a subir. La visión se le emborronó cuando Larimar abrazaba al can que permanecía inmóvil. Como de lejos escuchó la voz de la mujer que repetía una y otra vez el nombre de su perro, luego todo se volvió oscuro.





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