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miércoles, 2 de enero de 2019

AVENTURAS EN LA MARYGALANTE Cap. 14


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¡¡FELIZ 2019!!

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Desde tiempo inmemorial los puertos han sido lugar de intercambio por excelencia. Por pequeño que sea tiene una energía especial, que proviene del gran trajín a todos los niveles. No sólo se han intercambiado todo tipo de mercancías tangibles. Cada ser que ha pisado un puerto, ha traído o dejado innombrables sentimientos, pensamientos, sensaciones; un cúmulo de energías que a pesar de no ser perceptibles al ojo, a poco que aquietes los sentidos, las puedes notar.

Cierto que hay seres más sensibles que otros a esas energías, y por esto el almirante Ragismund Jasper O' Brian, que conocía personalmente la totalidad de los puertos de la República Komorial, el Reino de Albión, la Marca Carnyx y la Federación de Naciones Boreales, llevaba un diario donde anotaba las impresiones captadas en cada uno de ellos. An-Dro era, sin lugar a dudas, el más elitista, refinado y exclusivo de todos los puertos.

La seguridad era tan exhaustiva que marcaban tres periodos de cuarentena a lo largo del año. El protocolo de entradas y salidas era de los más tediosos, y conseguir atraque una labor para la que tenías que hacer un acopio extra de paciencia.

Una de las normas del puerto era que los oficiales debían vestir el uniforme de su rango y la marinería el pañuelo con la bandera del barco al que pertenecían, de esta manera era fácil de averiguar dónde enviar los avisos, notificaciones y multas de las posibles infracciones cometidas por los tripulantes.

El almirante esperaba a su segundo al pie de la pasarela cuando notó una de esas energías, que aunque no la podía ver, la tenía tan dentro de su ser que la reconoció al instante. Se giró, dando la espalda a la pasarela, y observó con una sonrisa cómo su hija venía corriendo hacia él, tal como siempre hacía, cada vez que lo encontraba de manera inesperada.

Era un rasgo de ella, desde niña, que había aprendido a dominar con el tiempo y varias amonestaciones, ya que se consideraba una actitud vulgar e inadecuada ir corriendo al encuentro de una persona. Lo cierto era que no podía haberlo heredado ni de él ni de su madre, ni de las generaciones anteriores de O'Brian o Biendonado, de modo que podía decirse que era lo que la convertía en única en su especie. Larimar tenía la capacidad de saber comportarse con corrección en cualquier lugar y situación, podía pasar desapercibida si así lo quería, pero aquel entusiasmo explosivo seguía en su interior, dispuesto a mostrarse a la menor ocasión.

Si era honesto consigo mismo, al almirante O'Brian le parecía delicioso que su hija mostrase tan a las claras lo mucho que se alegraba de verle. Abrió los brazos y con una amplia sonrisa recogió a aquella personita tan importante en su vida.

¡¡¡ Papá!!! -Larimar abrazó con fuerza a su padre y éste la apretujó aún más.
- ¡Mi niña!

En el coche, la Sra. Lotte se sintió en la obligación de informar a Opalena de la situación.

- Es su padre, el almirante Ragismund Jasper O'Brian, de la Flota Naval del Reino de Albión, antes lo fue de la Marina Mercante, pero tuvo ciertas diferencias con el resto del almirantazgo y dimitió. El rey de Albión no se lo pensó dos veces en cuanto supo que había dejado su puesto y como la Atrevida es de su propiedad, la marina perdió un excelente oficial y la mejor de sus fragatas. En principio, la capitana la heredará cuando su padre se retire por completo.
- ¿Por qué dices “en principio” Emma? ¿Podría ser que llegado el momento no la heredase? ¿Tiene otros hermanos la capitana?
- No, que yo sepa, pero al tener a su cargo a La Marygalante es posible que decida ceder la Atrevida a otra persona. Es una de las razones por las que Larimar ha recibido varias peticiones de matrimonio -la mujer hizo una pausa para disfrutar de la curiosa mirada de Egane- sé de buena tinta que Lord Alaisse Tobar de Bajoterroso se lo pidió el mismo día en que se licenciaron, allí delante de todos sus compañeros y la plana mayor del Almirantazgo, y ella le dijo: "Lo siento, soy demasiado joven para casarme". Kuncita cuenta que cuando en el baile de graduación le insistió le dijo otra vez que no, pero que ha seguido insistiendo durante los años que han pasado y hasta el momento Lord Alaisse sigue soltero...

Por la borda de la Atrevida apareció Fidelius Bridge, el segundo de a bordo de la fragata, y se encontró la tierna escena. En un primer momento le sorprendió la actitud del capitán, pero enseguida reconoció el moño de Larimar, un peinado anticuadísimo, pero muy útil en un barco y con el que habían bromeado a menudo. En más de una ocasión Fidelius la había amenazado con tirarle del moño si no acababa sus tareas. Decidió esperar a que padre e hija se pusieran al día, así que volvió a su camarote.

Tras un minuto y 45 segundos de abrazo, el almirante restregó el flequillo de la capitana y se quedó observándola un momento.

- ¿Cómo es que estás aquí vida?
- Necesito mapas. Voy a hacer un servicio especial para la Comandancia. He tenido algunos problemas y se estropearon los mapas que me dieron. Voy a pedir copias.
- Tienes el libro de rutas.
- Sí, pero ya es un poco antiguo y además la ruta a Hobrén no coincidía con los mapas de Comandancia.
- ¿Hobrén? - el almirante miró preocupado a su hija- ¿Estás segura de que quieres ir allí? ¿Lo sabe tu madre?
- ¡Oh papá! ¿También tú? ¿Dónde ha quedado lo de "todo merece una oportunidad"?
- Cariño, de todos los lugares con mala reputación Hobrén está en primer lugar, y aunque no fuera así está en el extremo de la galaxia, es la zona más dejada e inexplorada, puede pasar de todo allí.
- Y así seguirá hasta que alguien vuelva a ir, trace una ruta segura y explore un poco.
- No me gusta, no me gusta nada. Pero desde un punto de vista práctico, tu nave es la más indicada para un viaje así, ya que es la más versátil. Y seguramente eres la única oficial que le interese hacer un viaje que posiblemente no deje grandes beneficios. Cariño pienso que te has dejado enredar.
- Puede ser, pero La Marygalante insistió en querer hacerlo y es la primera vez que pide ir a un lugar.
- Ciertamente curioso, pero no estáis en puerto.
- Con la cuarentena me han denegado el permiso, pero espero que podamos atracar en cuanto salgan algunos buques. Esperar los mapas nos va a llevar días y necesito carenar a La Mary para repasarle el calafateado, Egane actuará en la Noche de la Música... ¡Oh! Tengo a las chicas esperando en el carruaje -Larimar le señaló a su padre el vehículo que seguía esperando con el resto de pasajeras- y quiero ir a la comandancia antes de que cierren a pedir la instancia...
- Pues no pierdas tiempo, hagamos una cosa, ve a terminar tus recados y hacia las seis nos encontramos en la Cholaressa y acabamos de hablar de todo con calma. Venid todas que os invito.
- ¡Gracias papi!

La capitana besó la mejilla de su padre, se dieron otro abrazo y Larimar volvió al carruaje a paso bastante ligero. Una vez instalada en el interior, y retomado el camino al hotel, la capitana se disculpó e informó de la invitación a la mejor chocolatería de An-dro, la única que podía competir con el Antro de Emmerald.

En el Montanha les recibieron con la habitual cortesía, eficaz y fría, que caracterizaba aquella ciudad portuaria. Les entregaron una carta del Ateneo, en la que se hallaba el permiso especial para Egane, lo que indicaba que Kuncita había priorizado la gestión y que Clarissa, su novia, tenía ganas de complacerle. Ciertamente el encanto del segundo les habría muchas puertas y agilizaba los trámites.

Larimar se despidió para ir directa a Comandancia y adquirir las instancias necesarias para los varios asuntos de la nave. Egane, tras dejar su equipaje, salió hacia el Ateneo. Quería preparar todo lo necesario para sus instrumentos, ensayos y conocer su sala de trabajo. Emma y Opalena decidieron quedarse en la habitación.

- Tengo tanto trabajo Opalena que no quiero desperdiciar ni un minuto. Aún me queda terminar la camisa de Ereleig y un fragmento bastante amplio del bordado pero tú puedes ir a dar un paseo.
- Le puedo ayudar, si quiere, ahora no me apetece pasear.
- Si me ayudas con la banderola te lo agradezco mucho. Puedes acabar la banda de enmarque que es toda a cadeneta y así sólo tendré que terminar las figuras y el trocito de fondo. Muchísimas gracias, así puedo ponerme con la camisa e ir avanzando.

La mujer sacó el bastidor y su caja de labores. Opalena se instaló cómodamente en uno de los sillones junto a la ventana, donde recibía una estupenda luz, y enhebrando la aguja continuó con el bordado. Emma colocó su máquina de coser en la mesa y aprovechó el diván para dejar las telas.

Larimar recordaba bastante bien las calles de An-Dro, pues tenía bastante buena memoria espacial. Cruzaba el Pasaje de la Extranjería, cuando reconoció, a pocos metros de donde se hallaba, a la tortuga de Mocheil Indi, que caminaba en su dirección con pasitos lentos, pero seguros, y casi rápidos para tratarse de una tortuga. Larimar se acercó a ella.

- Casiopea ¿Qué haces aquí sola?- en el caparazón de la tortuga, en llamativas letras rojas leyó: CORRE - ¿Casiopea estás bien? -las letras destellaron sobre el caparazón: ¡¡CORRE!!

Larimar cogió a la tortuga en volandas y comenzó a correr calle abajo. Dejó el pasaje y entró en una de las calles principales, la Calle de los Prestamistas. Frenó casi en seco, diversas personas entraban y salían de las casa de préstamos y, en el cruce de unión con la Calle de los Abogados, un agente civil controlaba el tráfico de carruajes. Comenzó a andar procurando no jadear demasiado. Sintió que Casiopea pataleaba entre sus brazos y la miró.
NO TE DETENGAS, apareció en el caparazón.

- Casiopea no puedo ir corriendo por la calle y menos aquí, hay un agente en el cruce, me podría poner una multa.
ESTAS EN PELIGRO CORRE, relumbró de nuevo.

Larimar iba a contestarle cuando vio que en su manga derecha se clavaba una fina aguja. Era de color negro con dos bandas amarillas. Inmediatamente la tela comenzó a quemarse. Larimar echó a correr de nuevo por el medio de la calzada. Un silbato resonó en la calle, pero ella no se paró, siguió corriendo hasta llegar al cruce con la Calle de los Conductores. Paró un instante y miró el caparazón.

A LA DERECHA, leyó, y volvió a correr por la calle. Oyó una voz que la conminaba a parar de correr de inmediato, pero la ignoró y siguió su carrera hasta la plaza. Sintió más agujas que se clavaban en diversos puntos de su chaqueta y finalmente una en su nuca. Se la quitó de inmediato al sentir el escozor. En el medio de la plaza estaba el abrevadero de los caballos. Larimar saltó dentro y cogiendo una gran bocanada de aire se sumergió por completo.

El agente civil la había seguido hasta la plaza y se quedó al lado del abrevadero, esperando que aquel infractor emergiera. Lo iba a empapelar de arriba a abajo.

Mientras aguantaba el aire, bajo el agua, Larimar recordó a Casiopea y la soltó para que pudiera emerger. Pero la tortuga se quedó con ella. Sobre su caparazón brilló.

AGUANTA UN POCO MÁS.

Larimar comenzó a sentir la falta de aire. La tortuga la miró comprensiva y sobre su caparazón apareció.

ÁNIMO, SÓLO UNOS SEGUNDOS MÁS.

El agente comenzó a impacientarse. No quería mancharse, pero aquel infractor seguía dentro del abrevadero, como si pretendiera ahogarse. Con reticencia se acercó al borde y metió el brazo para sacar a la persona. Agarró algo parecido a pelo y tiró hacia arriba. Larimar sintió el tirón y no pudiendo aguantar más sacó medio cuerpo a la superficie. Jadeó ostensiblemente, salpicando agua por todos lados. El agente la miró disgustado.

- Disculpe agente, siento haber infringido el código de circulación, pero he sido agredida.
- Nombre, edad y lugar de residencia.
- Larimar O'Brian, capitana de La Marygalante, al pairo a un cuarto de milla náutica de este puerto.

El agente civil se fijó en los galones de la chaqueta de aquella estrafalaria mujer. Efectivamente la distinguían como capitán. Del abrevadero, Larimar, rescató su gorra y le mostró la bandera de La Marygalante. También sacó a Casiopea y la dejó en el suelo.

- No se permiten mascotas sueltas en la calle capitana O'Brian. Si no dispone de correa deberá llevarla en brazos. Así que dice haber sido agredida.
- Sí, me han lanzado dardos de Tejuela -Larimar buscó en su chaqueta para mostrárselos, pero no había quedado ninguno enganchado tras el chapuzón. Ante la mirada incrédula del agente le mostró la nuca. En el lugar dónde se le había clavado la espina tenía una buena quemadura y en todo el derredor se le habían formado ampollas.

El mal aspecto de aquello ablandó al agente, que hizo un barrido periférico por la plaza en busca de posibles agresores; pero no observó a nadie de aspecto sospechoso entre los curiosos que, a una distancia prudente, observaban la escena con miradas reprobatorias. El agente volvió a mirar a la mujer.

- Le acompañaré a un dispensario para que le hagan un pequeño reconocimiento, si es tan amable de pasar primero.

Larimar no replicó, en el caparazón de Casiopea había visto fugazmente:
SIGUE CON ÉL.

En el dispensario le trataron la quemadura y le hicieron un test, para comprobar que no estaba enajenada mentalmente. Larimar explicó al agente que había sentido el impacto de un dardo y al ver que eran espinas de Tejuela había tenido que correr en busca de agua. Dado que la doctora confirmó la quemadura por ácido de Tejuela, el agente decidió dejar correr el asunto, impuso a Larimar una multa y le permitió seguir con sus asuntos, apremiándola a comportarse con corrección por la calle.

Al salir del dispensario fue de nuevo al hotel. Necesitaba quitarse aquella ropa mojada inmediatamente. La Sra. Lotte no daba crédito a sus ojos al abrir la puerta y ver a la capitana en aquel estado.

- ¡Capitana!
- Sra. Lotte ¿Sería tan amable de dejarme algo de ropa para poder cambiarme?
- ¡Por supuesto, faltaría más! Pero ¿Qué os ha pasado?
- Un pequeño accidente sin importancia. He caído en el abrevadero. Necesitaría secar mínimamente la chaqueta, he de ir a Comandancia y no puedo entrar sin uniforme.
- La pondremos frente a la chimenea y pediré que aviven en fuego.

Larimar entró en el cuarto de baño y se desnudó por completo, se puso la bata que le había prestado la Sra. Lotte y salió del baño, tras haber estrujado la ropa a conciencia, para que tardara menos en secarse. La pusieron a secar y fue entonces cuando Larimar echó de menos a Casiopea.

- ¿Casiopea? ¡Casiopea! Opalena ¿Has visto dónde ha ido la tortuga que venía conmigo?
- Lo siento señora, no he visto ninguna tortuga.
- Se ha debido de quedar fuera - la capitana abrió la puerta y miró al pasillo, pero no la vio por ningún lado- Bien, si se ha ido será que ya ha pasado todo.
- Larimar, tienes el cuello herido - constató la Sra. Lotte.
- Una pequeña quemadura sin importancia. Voy a bajar un momento a enviar una nota al señor Lay, con permiso.

La capitana salió de la habitación dejando a las anfitrionas un tanto sorprendidas. Opalena continuó el bordado y Emma volvió a su máquina de coser. Ya sólo le quedaban unos adornos y la camisa de Ereleig estaría terminada.

La máquina de fax emitió un estridente pitido. Roc lo oyó, pues estaba leyendo junto a la caja del timón. Dejó el libro y entró en la cabina de comunicaciones. Había una carta para Kuncita. Se dirigía al camarote del segundo cuando tuvo la corazonada de que no estaba allí. Cambió de dirección y entró al comedor. Estaba vacío, por lo que el timonel no tuvo más remedio que ir a la cocina.

Kuncita charlaba con John. El timonel carraspeó un tanto para llamar la atención y el segundo se giró y lo miró.

- Acaba de llegar esto para ti.
- Gracias Roc - Kuncita le cogió la carta y la leyó - La capitana me pide que me reúna con ella en el puerto. Voy a arriar el bote. Roc ¿Me puedes ayudar a montar el mástil? Es para no tener que remar hasta el puerto.
- Por supuesto.

Los hombres salieron de la cocina. John se había ido al fregadero al entrar el timonel y no se movió de allí hasta que dejó de oír los pasos de los hombres. Aún estaba dolido con Roc. Con Kuncita ya se le había pasado, el segundo tenía un encanto especial por lo que era difícil seguir enfadado con él por mucho tiempo. Si Kuncita se iba estarían solos Roc y él en el barco, eso lo habría alegrado de no estar de morros con el timonel. Decidió preparar pan de nueces para mantenerse ocupado.

Entre dos, montar el mástil era un momento. Una vez fijado y listo Kuncita se instaló dentro y controló la cuerda de proa, mientras Roc controlaba la de popa y arriaban el bote con una sincronía sorprendente. Y sorprendentemente al mismo instante pararon y se miraron. Ambos estuvieron a punto de decirse algo y ambos decidieron que no era el momento. Volvieron a dejar soltar cuerda y el bote quedó flotando. Kuncita deshizo los nudos y Roc recogió los cabos. Kuncita desplegó la vela, para aprovechar la racha de viento que le venía de popa, eso le ahorraba remar hasta la bocana. Asió el remo gobernalle y se enfocó a llegar lo antes posible a puerto y saber qué pasaba, porque Larimar raras veces le pedía que la acompañara, y el corazón le decía que estaba pasando algo extraño.

El timonel se quedó en la amurada hasta que el bote fue un punto que se confundía con la escollera del puerto, en breve estaría pisando suelo firme. Caminó despacio hasta el timón y asió la rueda. El contacto con la madera le hacía sentir seguro. Desde muy niño, cada vez que se sentía asustado, confundido o solo, iba a la rueda del timón, la tocaba y se sentía a salvo. Ciertamente su vida se podía resumir en la frase "aferrando el timón, día y noche, tanto en calma como en tempestad". Nunca había hecho otra cosa, ni le había interesado nada más que conservar el rumbo y, la poesía arcaica. Era un secreto que sólo había compartido con tres personas a lo largo de su vida, y dos de ellas hacía tiempo que habían fallecido.

Quiso dejar vagar el pensamiento, por si le venía alguna inspiración, pero lo único que le vino a la mente fue que John y él estaban solos en el barco. Se sentía mal por haberle gritado, y no le había gustado ver cómo se levantaba y se iba al fregadero sin ni siquiera mirarlo. Y había discutido con Egane, por primera vez en tres singladuras, y no se había sentado a su lado en la mesa y tampoco se había despedido de él. Eso le había dolido muchísimo, había cargado sus cosas en el esquife y se había marchado sin más. Por culpa de Kuncita y su exceso de testosterona. Era vergonzoso, no hacía ni dos días que Maeve había muerto y ya iba en celo tras la primera hembra que se le cruzaba, sin tener la mínima consideración por los Uxián, que saltaba a la vista que bebían los vientos por ella desde la primera vez que la vieron. Un par de buenos azotes era lo que necesitaba ese engreído niñato.

Roc sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. ¿Quien se creía que era él para ir juzgando de esa manera a otra persona? Se sintió avergonzado de sí mismo. Él sí que se merecía un par de buenos azotes. Y reconoció que lo que sentía era miedo. Miedo de que Egane le retirase su afecto. Miedo de que los acontecimientos lo llevaran a desenterrar hechos del pasado y perder la tranquilidad que había conseguido con el tiempo. Miedo de perder la relación más satisfactoria que había vivido hasta el momento. Aquel barco le había ofrecido, sin esperarlo, la temporada más sosegada y feliz de su vida. Larimar era una buena capitana, Kuncita un oficial confiable, Emma una alma original y divertida, a veces en exceso, los Uxián excelentes marinos y buenos muchachos, pese a su humilde procedencia y Egane era excepcional, una timonel hasta el tuétano y una música excelente, podía llegar muy lejos si se lo proponía. Y John...

El cocinero amasaba con brío, hasta que entendió que estaba llenando la pasta de enfado. Eso no lo quería. Comer algo hecho con furia no era muy inteligente. Se paró un momento y respiró profundamente. Se concentró en recordar aquella melodía que tarareaba Larimar cuando pelaba patatas o fregaba los platos. La recordó ante el fregadero de la Atrevida, con montañas de platos sucios y las manos llenas de jabón, friega que te friega y canta que te canta. Era algo así como ná, na, na, ná, na na ná nananá naná. Ná, na, na, ná, nananá, nananá naná... Sonrió para sí y entonces oyó a Roc entrar en la cocina, porque no había nadie más en el barco.

- John ¿Estás muy ocupado?
- Estoy preparando pan de nueces.

El timonel se acercó hasta el cocinero, de manera que no tenía que dejar la masa y podía mirarle si quería.

- Quiero disculparme contigo, siento mucho haberte gritado, estaba enfadado y lo he descargado contigo. Lo siento, perdóname.
- Disculpas aceptadas -el cocinero miró al timonel a los ojos- borrón y cuenta nueva.
- Gracias John.
- Voy a acabar la masa y luego prepararé el menú de la semana.
- ¿Puedo saber por qué sonreías cuando he entrado?
- Recordaba a Larimar cuando fregaba platos y cantaba aquella canción que le gustaba tanto del gaytero aquel, del sistema solar 10.

Roc empezó a silbar la melodía. John volvió a quedar sorprendido de lo bien que silbaba el timonel y de cómo era capaz de acertar la canción con tan pocos detalles. Acabó la masa con un concierto personalizado de viento, pues tras la canción de Larimar, Roc le silbó las melodías favoritas de John. Cuando entonó el "Tómala en tus brazos" John no pudo evitar acompañarlo con el zapateado y una vez terminada esa tonada ya no quisieron parar. Subieron a cubierta y se pusieron a repasar su repertorio favorito de canciones para baile Ancient Celts.

Kuncita fue directo a Comandancia, tal como le pedía Larimar en la nota. La tuvo que mirar dos veces para reconocer a su capitana. Tampoco entendía qué hacía en la cola de pago de multas. Cuando Larimar lo vio le hizo una seña discreta para que se acercara.

- Lay, por favor, quédate en la cola, voy a ver si ya es mi turno en instancias.
- De acuerdo. ¿Estás bien?
- Lo estaré en cuanto tenga las instancia y la multa pagada.

La capitana se marchó hacia otra sala y el segundo se quedó guardándole el sitio. Por hacer algo miró el documento y a punto estuvo de soltar un improperio. La multa ascendía a 100 gálax. Era una multa por alteración del orden público. ¿Qué había hecho Larimar para que le hubieran puesto una multa de ese importe, y pareciera salida de un secadero?

Sólo dos personas la separaban de la ventanilla de Instancias. Larimar procuraba tararear mentalmente y no prestar atención a las miradas reprobatorias a su aspecto, cuando sintió a sus espaldas una presencia y la voz burlona del condiscípulo que menos apreciaba de toda su promoción.

- Capitana O'Brian, sigues teniendo un gusto pésimo en vestir e insisto en que el estilo pordiosero está desprovisto, por completo, ya no de glamour sino de cualquier tipo de elegancia, por austera que ésta sea. ¿Lo haces por practicidad tal vez?
- Lord Tobar - Larimar le hizo una ligera inclinación de cabeza, para que quedara patente que lo había oído y volvió a centrarse en la ventana de Instancias.
- Constato que no has cambiado en estos años Larimar. Pero hacedme caso, si vais a quedaros mucho en An-Dro,  pasad por la sastrería de Madame Tomás. Vuestra imagen es reflejo de vuestro barco, hacedlo por él si no lo hacéis por vos, o por consideración a vuestro apellido.

Larimar decidió girarse y contestarle un escueto gracias. El hombre que encontró la dejó desconcertada. Lord Alaisse había perdido las facciones juveniles y honestamente había que reconocer que era un hombre muy apuesto. Su pelo negro se había plateado ligeramente en las sienes. Sus ojos grises miraban con mayor profundidad. Seguía vistiendo ropa a la última moda y conservaba aquel toque elegante que lo hacía sobresalir entre la multitud. Por un momento, le recordó a Stewar Granger, su mentor corsario, que era la elegancia hecha hombre. Por suerte continuaba utilizando litros de perfume y la nariz de Larimar comenzó a quejarse, por lo que, recuperada del primer impacto, lo miró al fondo de los ojos y reconoció aquella opacidad en la mirada y el toque de desdén que le hacían desconfiar de él.

- Gracias por el consejo Lord Tobar, que tenga un buen día.

Ya sólo una persona la separaban de la ventanilla. Larimar sintió cómo Alaisse se alejaba y respiró aliviada. Pensó que era una lástima que alguien tan poco interesante fuera tan guapo, porque había que reconocer que los años le habían sentado de maravilla. ¿Dónde guardaría el retrato? Aquel pensamiento la hizo reír y por fin le llegó su turno. La mirada del administrativo la devolvió al momento presente. Rellenó los formularios, pagó la tasa y adquirió las instancias. Volvió a la cola de pago de multas.

De camino a la chocolatería puso a Kuncita al corriente de lo que le había ocurrido desde que dejara el hotel, y por qué llevaba el uniforme deformado y arrugado. La quemadura volvía a escocerle, pero no quería llegar tarde, pues lo que más le apetecía era estar con su padre. Nada más cruzar el umbral Larimar comprendió que no había sido muy buena idea quedar allí con el aspecto que llevaba. Alaisse tenía razón en una cosa, y es que en An-Dro, un lugar donde el aspecto era tenido en tan alto concepto y, precisamente en la chocolatería más frecuentada por la nobleza, presentarse tan desaliñada era casi una provocación y, efectivamente, la reputación tanto de La Marygalante como del almirante O'Brian quedarían marcadas durante bastante tiempo.

Su padre se levantó en cuanto la vio entrar y fue hacia ella. La recibió con una sonrisa y dos besos en las mejillas y se la llevó hacia los aseos. Pidió una funda a la encargada del guardarropa y se la dio a Larimar. Dentro había un traje nuevo de capitana También un neceser con peine y horquillas, así que pudo cambiarse y peinarse y salir  con un aspecto impecable.

Al entrar al reservado de su padre, vio a Alaisse entre Miss Egane y Opalena, ni rastro de Kuncita. La Sra. Lotte sostenía en el regazo una gran tortuga.

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